Macri, Prat Gay, la economía y 2017

Macri, Prat Gay,  la economía y 2017

La eyección de Alfonso Prat Gay del gabinete es una buena síntesis de lo que fue el primer año del gobierno de Mauricio Macri y de lo que se proyecta para el segundo.

Prat Gay fue exitoso en lo que, a priori, se creía sería una de las tareas más riesgosas de la gestión macrista: el fin del cepo cambiario, mediante la unificación del dólar, y la salida del default.

Suele olvidarse, pero muchos decían que la salida del cepo llevaría a un salto y una dinámica incontenible del dólar que a su vez podía derivar en hiperinflación. De la salida del default se pensaba que llevaría varios y arduos meses de negociaciones e incertidumbre.

Pero no fue así, el dólar se unificó rápidamente y al principio incluso se estabilizó por debajo de los trece pesos. El acuerdo y salida del default ocurrió pocas semanas después y le evitó al Gobierno hacer un ajuste draconiano de las cuentas públicas, pues le permitió enjugar el déficit colocando deuda en los mercados externos. Las reservas del BCRA se recompusieron y cerrarán 2016 en más de 40.000 millones de dólares, cuando al cabo de doce años y medio de gestiones K estaban en 27.000 millones.

Prat Gay, sin embargo, desentonó con el macrismo, en pocas pero significativas ocasiones. La primera fue antes del inicio de la gestión oficial, cuando habló de un “Pacto Social” que Macri no tenía en sus planes y que cuando finalmente arrancó como Diálogo dejó al Gobierno a la defensiva por el pago del famoso “bono de fin de año”.

Además, aunque no hubo descalabro devaluatorio ni hiperinflación, la inflación fue alta (algo mayor al 40% anual, si bien en los últimos meses aflojó el ritmo y, si la tendencia se consolida, en 2017 podría ser cerca de la mitad) relegando al salario y afectando el consumo y la actividad económica. El PBI será este año entre 2 y 2,5% inferior al de 2015. Y eso sin haber reducido ni el gasto ni el déficit públicos.

Macri y Prat Gay estuvieron de acuerdo en negociar y acordar recursos para preservar la viabilidad política, legislativa y social de un gobierno que no controla ninguna de las cámaras del Congreso, tiene como interlocutor arisco y poderoso a la CGT, “columna vertebral” de un peronismo dividido, e hizo importantes concesiones a los “movimientos sociales” para evitar que las dificultades económicas se traduzcan en desbordes públicos.

Por último, Prat Gay quedó, tal vez injustamente, como responsable del sufrido proceso de reforma del llamado “Impuesto a las Ganancias”, en el que el Gobierno evitó una derrota a manos de una entente massista-kirchnerista, pero al costo de concesiones a la CGT y a los gobernadores peronistas. Todo para empatar en sesiones extraordinarias del Congreso, ámbito donde los gobiernos juegan sólo cuando quieren. Esto es, cuando saben (o deberían saber) que tienen los puntos para ganar.

Macri, como todos los gobiernos no peronistas y no militares de los que se tenga memoria, carga con el estigma de la (in)gobernabilidad.

El último presidente no peronista elegido por el voto popular que pudo terminar su mandato fue Marcelo Torcuato de Alvear (el mismo que inauguró el edificio donde hoy funciona el “Centro Cultural Kirchner”, y también la Fábrica Militar de Aviones). Y eso fue en 1928.

Es que los populismos no son de tolerar a quienes les suceden. Y no solo aquí. En Perú, por caso, el fujimorismo tiene acorralado al gobierno de Pedro Pablo Kuczynski y ya le bajó el más popular de sus ministros. Alberto Fujimori está hoy preso por crímenes de lesa humanidad y por la rampante corrupción de su gobierno, que presidió durante más de diez años, pero su hija Keiko es la atormentadora oficial de Kuczynski, que la derrotó en las urnas. Aún en minoría, esos movimientos tienen lealtades intensas y reacias a las reglas de la democracia y cuentan con recursos que acumularon en tiempos de omnipotencia.

En la Argentina, en todo caso, la salida de Prat Gay concentrará todas las miradas y las críticas sobre la marcha de la economía en el presidente, Mauricio Macri, que decidió diluir aún más el alcance del antes poderoso ministerio de Economía dividiendo las dos funciones más importantes que mantenía: Finanzas, que quedará en manos de Luis Caputo, eficaz colaborador del ex ministro, y Hacienda, donde asumirá Nicolás Dujovne.

En los últimos meses, Dujovne alertó sobre la necesidad de empezar a cerrar el déficit público, en vista de que será cada vez más caro financiarse afuera (efecto Trump), y de poner más empeño en la competitividad de la economía argentina no por la vía de devaluar (en términos reales) el peso respecto del dólar, sino por la de reducir el “costo argentino”, comenzando con rubros como transporte y petróleo y gas. Eso augura tiempos más difíciles, de negociaciones más duras y menos concesivas. Todo eso en un año electoral, en el que el Gobierno necesita obtener un buen resultado legislativo para no quedar muy debilitado en la parte final de su mandato.

Una apuesta fallida del primer año de Macri fue que habría una “ola de inversiones” en respuesta a la normalización de la economía (fin de los cepos cambiario y comercial, salida del default, sinceramiento estadístico) y a la “vuelta al mundo”. Pero los empresarios no pensaron lo mismo ni estuvieron a la altura, y el mundo al que Macri pretendía volver comenzó a alejarse (Brexit, triunfo de Donald Trump en EEUU, fracaso político de su amigo Matteo Renzi en Italia, avance de la extrema derecha en Francia, economía recesiva y tambaleante gobierno de Michel Temer en Brasil).

Que en ese contexto haya decidido tomar más claramente responsabilidad por la economía habla bien del Presidente. Ojalá que en 2017 los resultados hablen bien de la economía.

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