Julio Argentino Roca fue presidente de los argentinos durante doce años en dos períodos no consecutivos: de 1880 a 1886 y de 1898 a 1904. Sería una verdad de perogrullo decir que Macri no es Roca o que el Papa Francisco (o monseñor Bergoglio, según su dialecto sea un mal italiano o un porteño básico) no es monseñor Mattera, el nuncio apostólico en 1884. Y es una verdad ilusoria -o simplemente un deseo- afirmar que Macri podría imitar un poco más a Roca y que Francisco (o Bergoglio) no debería imitar en nada a monseñor Mattera.
Roca instauró un sistema de gobierno de fuerte tinte republicano en sintonía con los países más modernos del mundo, aún cuando no existiera en su época una democracia activa y participativa del modo en que se piensa hoy. Recordemos que el sufragio universal -solo para hombres mayores de 21 años- surge por primera vez en la Argentina en 1916 con la Ley Sáenz Peña. Las mujeres votaron por primera vez en 1949 a instancias de Eva Duarte. El primer país del mundo en establecer el sufragio universal fue Nueva Zelanda en 1893. Estados Unidos de Norteamérica lo verá ya sin restricciones -por primera vez votan los afroamericanos- recién en 1965.
Ya sabemos que la obra de Roca fue inmensa y hasta nuestros días llegan sus beneficiosas y progresistas consecuencias: federalizó la Ciudad de Buenos Aires, sancionó el Código Penal y de Minería, creó las condiciones para el desarrollo de inversiones extranjeras, extendió el ferrocarril, consolidó la profesionalización del ejército, demarcó las fronteras con Chile, dictó las primeras leyes sociales por consejo de Bialet Massé y del ministro Joaquín V. González, entre otras cosas.
Pero de lo que quiero hablar hoy es de la clara separación que el gobierno de Roca produjo entre Estado e Iglesia. Ya en su primera presidencia coloca las bases de un Estado Laico abierto a todos los habitantes del mundo entero, admitiendo la libertad de conciencia y la posibilidad aún de una conciencia atea. Esta obra se materializó al dictar las leyes 1420 de Educación Común Laica y Obligatoria, y de Creación del Registro Civil. De este modo se le sacaba a la Iglesia el monopolio de la educación, de los nacimientos, de los matrimonios y de las defunciones. Roca hacía posible así, las ideas de Sarmiento. Monseñor Mattera reaccionó con afrentas indecorosas y agresivas contra el gobierno y contra la decisión legislativa de la República y en octubre de aquel año 1884 en que se dicta la ley 1420, el gobierno argentino expulsa al nuncio apostólico Luis Mattera, representante del Vaticano en la Argentina cortando relaciones con el Estado Pontificio. Recién en su segunda presidencia (1898-1904) volverían a reestablecerse las relaciones entre ambos Estados.
A Roca no le tembló el pulso a la hora de cortar el vínculo diplomático con el Vaticano. Este hecho de política exterior, al fin y al cabo, no produjo la caída de ninguna catedral ni significó la persecución a religiosos o a feligreses de la religión católica, que era a la sazón sin duda, la religión que profesaba -y que sigue profesando- la mayoría del pueblo argentino.
Cuando el papa Francisco (o Bergoglio) se hace el distraído con los casos de corrupción en la Argentina, cuando se muestra complaciente con agentes de la violencia golpista como lo son el ex secretario de comercio Guillermo Moreno y la dirigente social Milagro Salas, cuando recibe a Macri con cara de suegra malatendida, cuando sabe que en la Argentina hay más casos parecidos a los del cura Grassi y no dice nada, cuando la Iglesia mendocina no admite como padrino del séptimo hijo varón al presidente por estar divorciado, cuando el arzobispo de la Plata -Héctor Aguer- dice barbaridades acerca de la fornicación, cuando mira por televisión que hay monjas -o mujeres a las que la Iglesia les permitió usar ropa de monjas- que esconden en un convento nueve millones de dólares provenientes de un robo de los “K” , o cuando observa que las carmelitas descalzas de Entre Ríos sufren castigos corporales con látigos y cilicios y la curia argentina lo apaña, debería –el Papa (o Bergoglio)- recordar la historia patria e intentar no imitar en nada a monseñor Luis Mattera.
Por su parte el presidente Macri, cuando mira todos estos hechos que lo tienen como protagonista directo o indirecto al Papa (o a Bergoglio) y a la Iglesia argentina, debería recordar más a Roca e intentar imitarlo un poco. Por el bien de todos, incluidos los católicos.