Roberto Zapata, el sociólogo español al que Jaime Durán Barba le llama respetuosamente “el Doc”, prometió entregar mañana un estudio cualitativo de opinión pública de alcance nacional que el macrismo le pidió para revisar su mensaje de campaña.
La conclusión ya asoma y es previsible. La profunda crisis económica domina la agenda del electorado y el peronismo fue exitoso en su primer acto de campaña, tras el triunfo en las Paso: los efectos políticos negativos de la devaluación que empujó el día después le fueron facturados casi enteramente al oficialismo. Sobre llovido, mojado.
Las opiniones del Doc no concitarán las expectativas de antes. El eje de poder en torno a Mauricio Macri se ha corrido. Los consejos de Durán Barba también se devaluaron. El jefe de Gabinete, Marcos Peña, ha sido desplazado hacia tareas de organización y logística de campaña.
Macri se ha recostado en la gestión económica de Hernán Lacunza. Es el emergente de un giro en el corazón del poder: la intervención de la dupla integrada por María Eugenia Vidal y Horacio Rodríguez Larreta. Que se complementa con las opiniones políticas de Rogelio Frigerio, Miguel Pichetto y Mario Negri.
Lacunza es la evidencia de un cambio forzado en el management del Gobierno. La emergencia echó por tierra los tiempos de la gestión económica desdoblada al infinito. Distribuida en varios ministerios y monitoreada por tres subjefes de gabinete. El acuerdo caído con el FMI también pasó a retiro el estilo que vino después de eso. El de Nicolás Dujovne comunicando política desde el despacho de Christine Lagarde.
Su sucesor proviene de una arena distinta. Lacunza viene de negociar paritarias con Roberto Baradel. Su misión imposible -él ha decidido aceptarla- es sólo estabilizar la economía y proyectar esa sensación hasta el 27 de octubre. Es la respuesta asequible al diagnóstico lapidario de los nuevos sondeos de opinión pública. Gobernar la economía no es para Macri la mejor forma de hacer campaña. Es la única posible.
La nueva dinámica interna en el núcleo caliente del oficialismo no es un tema menor porque se relaciona con sus urgencias en la economía. Lacunza ejecuta control de daños. En su planilla de cálculo enumeró vencimientos inmediatos y herramientas disponibles. Dando por supuesto el peor escenario -que el Fondo Monetario demorará los tramos pendientes de su asistencia financiera- diseñó el reperfilamiento de deudas y el nuevo control de cambios.
Pero eso necesita de múltiples articulaciones políticas. Una de ellas fue la que intentó Macri en su diálogo con el presidente norteamericano Donald Trump. Otra de esas maniobras se relaciona necesariamente con la oposición. Allí, los referentes parlamentarios de Macri le recomiendan evitar el debate de la reestructuración de la deuda.
Creen que el peronismo puede amagar desde la liga de gobernadores con la aprobación de un proyecto que lo beneficiará en particular -porque alude a vencimientos de deuda del año próximo- pero que transformará la discusión parlamentaria en una tribuna de campaña. Y tiene los números para cerrarla con una conclusión también normativa, pero muy distinta: una nueva emergencia alimentaria.
La primera muestra de esa estrategia defensiva del oficialismo fue retirar al ministro Lacunza de la comisión bicameral donde iba a exponer sobre el reperfilamiento. Ese repliegue temporario tiene un límite. Los técnicos del FMI y los inversores privados que evalúan el caso argentino saben que un decreto tiene menos consistencia que una ley acordada con una oposición que ya se considera gobierno.
La cuestión no es sencilla porque los criterios del Fondo y los de los privados también se bifurcan. Resignados al reperfilamiento, los inversores privados prefieren negociarlo con el equipo de Macri. El staff del Fondo ya está pulseando con Alberto Fernández.
El FMI evalúa el desembolso de la asistencia prometida para el tercer trimestre. ¿Llegará antes de las elecciones de octubre o para el gobierno que asuma en diciembre?
A los técnicos del FMI no les desagradaría una dilación. Quieren presenciar la mutación de Alberto Fernández. De candidato sin responsabilidades, a gobernante con obligaciones. Es probable que al buró político del Fondo le preocupen otras variables.
El candidato del kirchnerismo planteó desde España la resurrección de la Unasur en un contexto crítico: la dictadura venezolana anunció la persecución judicial de Juan Guaidó, al mismo tiempo que una ofensiva contra Colombia, articulada con el regreso de una fracción de las Farc a la lucha armada.
Fernández se apalancó en el gobierno socialista de España. Desde esa posición desaceleró las expectativas por el acuerdo entre el Mercosur y la Unión Europea y marcó distancia diplomática con Estados Unidos. Con un tuit en la madrugada madrileña recordó que cada vez que Macri respire por un día estable, alguna novedad le lloverá para quitarle el sueño. Hasta que entregue el gobierno.
En ese escenario ha elegido moverse un país entero. No es culpa del mundo. Los bancos centrales de la economía global han realizado 32 recortes en las tasas de interés este año. Datos que vienen del Banco de Pagos Internacionales con sede en Basilea. Argentina fue excluida del cálculo.
Tal vez lo haya escuchado Alberto Fernández en Madrid: dicha en otro contexto, es aplicable la queja del escritor Arturo Pérez Reverte.
“Estamos siendo gilipollas, incluso por encima de nuestras posibilidades”.