Macri es estatista

Es imposible construir una sociedad civil robusta sin un Estado que administre la Nación de un modo eficaz, para que el bien común se imponga sobre el corporativismo de unos y otros.

Macri es estatista

Por Luis Alberto Romero - Historiador. Especial para  Los Andes

El Estado se encuentra hoy en el centro de los problemas argentinos, y esto es responsabilidad de los sucesivos gobiernos, que le dejaron su marca. ¿Cuál será el aporte de Macri a esta historia?

Sabemos algo: no ignora el problema. En sus últimas declaraciones ha hecho un diagnóstico sintético, que fue al hueso. Ha dicho que en casi todos los grupos de interés hay mafias que operan para esquilmar al Estado; cuentan con cómplices en la burocracia; muchas han llegado a instalarse en el funcionariado -incluyendo las fuerzas de seguridad y la justicia- y han colonizado el Estado. Last but not least, los gobernantes abandonaron su papel pasivo y se convirtieron en actores del proceso de esquilma. No se lo podría decir mejor.

Simultáneamente, la investigación judicial acumula los ejemplos de estos procedimientos. El más reciente es el de Río Turbio. Si la corrupción fue fenomenal, los errores de gestión fueron mucho peores y de consecuencias más profundas. Para completar el cuadro, lo hicieron agitando la bandera del interés nacional.

¿Cuál es la posición de Macri ante este Estado arruinado y en ruinas? Nuestro discurso político parece disponer de solo dos categorías: se es populista o neoliberal. Lo primero se asocia al uso irresponsable de los recursos estatales para ganar votos y, complementariamente, enriquecerse. Nadie lo encasillaría allí, ni siquiera quienes se quejan del excesivo gradualismo.

Si no es populista, ha de ser neoliberal. Es la versión que, a priori, adoptó el kirchnerismo, decidido a ver en cada decisión el aborrecido “ajuste”, el desprecio por la gente y hasta el propósito de realizar un genocidio con los jubilados. Es difícil discutir con ellos. No hay dato de la realidad que modifique su perspectiva.

También le aplican el rótulo quienes, ahogados por una posible polarización electoral, se recuestan en esa caracterización con argumentos más elaborados. El macrismo -dicen- se funda en una excesiva valoración del individuo, con aspiración a protagonizar una “aventura del ascenso” como la quizá tuvieron sus abuelos o bisabuelos, y dispuesto a pisar o ignorar a los fracasados. Al egoísmo liberal contraponen una sociedad civil virtuosa y responsable de su destino, y proponen que el Estado se apoye en ella y la promueva.

Señalemos en primer lugar que Macri es estatista. Sin dudas. Sus políticas se dirigen a reconstruir el Estado y sus capacidades esenciales, a eliminar la injerencia de las mafias, entrenar la musculatura y achicar, dentro de lo posible, la grasa acumulada. Esas son sus intenciones, y también ese es el sentido de sus acciones, limitadas hoy por la enormidad de la tarea -algo así como el hercúleo trabajo de limpiar los establos del rey Augías- y por la imposibilidad de sostener simultáneamente demasiados frentes de combate.

Cada uno de los caminos, en si mismo, tiene un amplio consenso político, que solo deja fuera al kirchnerismo. La transparencia es un objetivo declarado, que se viene instrumentando eficazmente. Los avances son menores en otro objetivo claro: una administración estatal calificada, eficiente y honesta, que recupere la weberiana ética del funcionariado. El objetivo final es mucho más difícil: un Estado barato, que alivie el descomunal peso fiscal actual.

El gobierno necesita este Estado reforzado y barato para afrontar dos grandes tareas. La inmediata es poner en caja las variables macroeconómicas: déficit fiscal, inflación, nivel de actividad, empleo. La de largo plazo es reducir el sector de la pobreza y reincorporarlo a la sociedad normalizada. Todo esto podría resumirse en una palabra, poco épica: normalidad. ¿Cuándo la tuvimos por última vez? Quizás haya que remontarse a M. T. de Alvear, hoy en proceso de rehabilitación, o a A.P. Justo, que sigue en el purgatorio de la historia.

Pero además, este camino a la normalización le da mucha importancia a la sociedad civil, un concepto bastante abstracto, que incluye cosas diferentes. Entre ellas, hay un denso mundo de ONG altruistas, extenso y fragmentado. El gobierno lo ha convocado para trabajar en la transparencia de las distintas agencias estatales, y además se han abierto los canales para incorporar sus propuestas a la discusión de aquellas cuestiones específicas en las que cada organización tiene acumulado un saber valioso.

Por otro lado está el vigoroso asociacionismo del mundo de la pobreza, surgido sobre todo por la urgencia de sus necesidades. Es un sector potente, creativo, lleno de intenciones valiosas, pero también imbricado con el mundo del delito y con las redes de punteros políticos.

El diálogo del gobierno con este sector es fluido, así como es clara la intención de separar, gradualmente, el grano de la paja. Lo vemos hoy en La Salada.

Un tercer sector, más gris aún, son las corporaciones de intereses, entre las que se destacan las de empresarios subvencionados o prebendados, y las organizaciones sindicales. Es el sector más difícil de manejar; de momento, lo que se ve es que se han cerrado algunas ventanillas estatales por donde cobraban, y se alienta a los grupos que promueven conductas nuevas y socialmente más sanas. También se están cerrando ventanillas en el área de las organizaciones de derechos humanos, que son todo un caso.

En suma, la llamada sociedad civil está hoy lejos de constituir el polo virtuoso. Padece los mismo problemas que el Estado o la sociedad política, que tiene mucho de corporativa. Y es lógico que así sea, dada su obvia imbricación. Si la normalización del Estado avanza, todo esto mejorará.  También puede ocurrir lo contrario: el fracaso de estas políticas y la perpetuación del viejo mundo.

Con panglosiano optimismo, imagino que Macri dejará un país normalizado, en condiciones de pensar en proyectos de más largo aliento, que requieren el juego articulado del Estado, la política y la sociedad civil. Deberá también haber dado un fuerte impulso a cada uno de sus ciudadanos, individuos quizás egoístas, pero que saben cuánto les conviene un país normal.

Dicho esto, no imagino que a Macri le cuadre lo de “neoliberal”. Quizás “desarrollista”, puesto que es ingeniero. ¿Por qué no social demócrata? Pero sin duda, estatista.

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