La instrucción que le dio Mauricio Macri a su equipo define el momento político: hasta que concluya el rosario electoral el Gobierno estará obligado a gestionar la incertidumbre. O mejor aún, los temores sociales que despierta la incertidumbre.
El día que una balacera sacudió el amanecer en las inmediaciones del Congreso Nacional fue una muestra en extracto de esa idea.
Durante horas, el país se asomó al recuerdo de la violencia política. Mientras, se acercaba el momento de un acto masivo organizado para la expresidenta Cristina Fernández.
La ministra Patricia Bullrich entendió la urgencia.Las evidencias de que se trataba de un episodio criminal sin motivaciones políticas aparecieron rápido y fueron difundidas de inmediato. La sociedad respiró con alivio.
Por la noche, la expresidenta dio su discurso sin esas acechanzas. Aunque sus seguidores trajeron al presente otro fantasma hostil: el de la agresiva intimidación a periodistas.
El tránsito en el desierto tendrá una primera estación el 22 de junio, fecha en la que se inscribirán los candidatos a la Presidencia de la Nación.
Pero el sistema electoral argentino ha sido diseñado con algunas dosis de perversión: faltarán otras tres fechas clave. Primarias, primera vuelta, balotaje.
Hay un dato central para entender las dificultades del oficialismo. Macri sólo caminó ese sendero desde el llano. Trepando hacia la cima del poder. En la cumbre, ese camino tiene abismos a los dos lados.
La principal tentación para el gobierno es enfrentar ese desafío con las recetas que utilizó para obtener la reelección en el distrito porteño. O en las elecciones legislativas que sorteó con éxito en 2017. Peor aún: con el manual con el que accedió a la presidencia en 2015.
Buena parte de las vacilaciones de la coalición gobernante provienen de recurrir con angustia a esos atajos.
Cambiemos eligió en 2015 representar el movimiento de rechazo a la perpetuación de Cristina con el método de encumbrar como candidato al referente mejor posicionado en las encuestas. Hoy las dudas sobre la conveniencia de reemplazar a Macri por María Eugenia Vidal acuden a una validación por la lógica de los antecedentes: si funcionó entonces, funcionará ahora.
Macri y Vidal descreen de ese argumento. Desde el llano, competir es disputar la expectativa. Cuando se ejerce el gobierno esa operación simbólica choca con la realidad. Se gana defendiendo la gestión. O no se gana.
El problema es que Macri y Vidal no logran persuadir de esa lógica -acaso desagradable, pero siempre ineludible- al resto de su estructura política.
Elisa Carrió salió al ruedo como la primera convencida. Antes aún que algunos cuadros de primera magnitud del partido de Macri y Vidal.
El radicalismo adoptó una postura diferente. Con el pretexto siempre ubicuo de su tradición deliberativa, la primera plana de la UCR ya eligió el camino de remolonear ante la candidatura de Macri. Sin contar con una postulación alternativa medianamente competitiva.
Tres sectores han sellado ese consenso de facto.
Los gobernadores Alfredo Cornejo y Gerardo Morales tironean con una propuesta que los buhoneros del marketing bautizarían como una “coalición 360”: ampliar la alianza gobernante incluyendo a los sectores de la oposición convocados al diálogo político.
Es un maximalismo en cuya viabilidad práctica no creen. No lo aplicarían en sus distritos.
Otra fracción es la encabezada por Ricardo Alfonsín y Federico Storani. Ya se fue de Cambiemos. Esperan algún armado de Roberto Lavagna para reeditar el acuerdo de 2007. Debajo de ese paraguas, guardan la ilusión de disputarle el espacio de segundo mejor al bloque de gobernadores del peronismo federal.
Menos visible es el tercer sector de la UCR, que advierte por lo bajo la inconveniencia de demorar el apoyo a la reelección de Macri.
Allí esperan que la interna abierta del radicalismo cordobés despeje el humo. Es un sector que todavía mira con entusiasmo la operación gestada por Enrique Nosiglia para colar en alguna fórmula a Martín Lousteau.
La gestión de la incertidumbre tiene para Macri una preocupación adicional. La crisis económica le arrebató la expectativa de ganar con lo propio sin esperar una fisura de sus adversarios. Por esa debilidad es que el oficialismo padece con la necesidad de una tercera vía nacida desde el peronismo.
Pero esa articulación viene más que demorada. Sus propulsores apuestan al triunfo en Córdoba de Juan Schiaretti como si fuese a disparar una alquimia mágica. La realidad es que la tercera vía entre Macri y Cristina está empantanada entre dos carencias: la de una candidatura unificada y la de un método para definirla.
Frente a las dilaciones de sus adversarios, Cristina está consiguiendo imponer el efecto de una candidatura potente, que sin demorarse en la búsqueda de aliados, ni en la especulación de fisuras en el campo opositor, tiene condiciones para competir por sus propios medios en la triple vuelta fáctica de la elección presidencial.
Esa, que es su ventaja, puede transformarse también en fragilidad. Como explica el filósofo Byung-Chul Han, el poder es un fenómeno de la forma: cuanto más potente es, con más sigilo opera. Comienza a debilitarse cuando se expone a sí mismo.
La polarización comienza a adoptar un formato reconocible: Cristina elocuente y un kirchnerismo coercitivo, frente a un electorado silencioso.