Una de las más importantes discusiones políticas de la Argentina actual, en medio del torbellino que genera la crisis económica, es la de saber si el gobierno de Mauricio Macri establecerá con el peronismo ese Gran Acuerdo Nacional del que hablan sus escuderos, o cuando menos algún acuerdito más pequeño.
Como dicen los más avezados columnistas políticos, las posibilidades son pocas porque cuando está en la oposición, como es el caso actual, el peronismo se divide si las cosas le van bien al gobierno y entonces es posible apostar a encuentros entre oficialistas y opositores, pero cuando las cosas le van mal al gobierno, entonces el peronismo -casi biológicamente- tiende a unificarse a ver si puede apostar a recuperar lo más pronto posible el poder perdido.
Sin embargo, más allá de si ese gran o pequeño acuerdo nacional es necesario para la gobernabilidad, en la cabeza de Macri, que no parece haber renunciado en absoluto a su reelección pese a los consejos de socios claves como Carrió, cada día crece más -según dicen los que lo frecuentan- la idea de recuperar, resucitar la estrategia que le hizo ganar la elección de 2015, la cual resultó una sorpresa para muchos.
En 2015, Macri siempre jugó al filo de la navaja y su audacia fue premiada -con algo de azar también- con la pelota cayendo del lado correcto.
Demostró firmeza absoluta cuando defendió contra viento y marea a Rodríguez Larreta como su candidato a jefe de la Capital en contra de la mucho más popular Gabriela Michetti. Pero sobre todo su gran originalidad la aportó cuando se negó rotundamente a aliarse con cualquier sector peronista
crítico del kirchnerismo, a fin de unidos derrotarlo a éste.
La gran mayoría de sus cuadros políticos y simpatizantes en general, sabiendo lo difícil que era vencer a los K aun en su relativa decadencia, proponían una alianza con Sergio Massa o con algún sector del peronismo ya que estadísticamente la suma de Cambiemos más esos disidentes parecía ser la única posibilidad de obtener la victoria.
Macri, por el contrario, compró la hipótesis contraria: que lo que en los números sumaba, en la política restaba. Que aliarse con cualquier peronismo, incluso con el más razonable o cercano a sus ideas, parecería una claudicación para alguien que se proponía cambiar de raíz la cultura social luego de dos décadas de populismo.
La apuesta resultó acertada y muy meritoria porque la gran mayoría de los suyos intentó disuadirlo hasta el último momento y sin embargo Macri se mantuvo firme.
Luego, ya en el gobierno, intentó, como era lógico, algunos acercamientos de gobernabilidad con distintos sectores del peronismo y -como dijimos anteriormente- desde Massa primero a Pichetto después, y Urtubey o Schiaretti casi siempre, todos ellos se mostraron permeables cuando Macri parecía comerse el mundo, pero de a poco uno tras otro se fueron apartando cuando el mundo (mejor dicho la Argentina, porque el mundo lo sigue apoyando) parecía comerse al acosado presidente.
Con todas esas experiencias a cuestas, hoy Macri nuevamente está escuchando a los que le proponen alejarse lo más posible de todos los peronismos posibles. Desde ya mismo. Que se la arregle para gobernar el año y pico que le queda con el mero apoyo de sus aliados de Cambiemos y punto. Total, más sufrimiento del que está padeciendo ahora difícilmente podrá padecer. Y además, aunque lo intente, es muy difícil que el peronismo lo apoye.
Por ende, la apuesta sería la de presentar esa debilidad objetiva como una fortaleza subjetiva para sus finalidades electorales y reeleccionistas. Como un retorno a aquellos viejos buenos tiempos de 2015, cuando en la más absoluta soledad de peronistas se impuso a todos ellos en una gesta inimaginable. Y que hoy, cuando parece tan lejana, quizá vuelva a ser la apuesta macrista en busca del tiempo perdido, a ver si puede recuperarlo y recuperarse de tanta malaria.