Macri da por superado lo que todavía resiste

Existe un acuerdo regional antidemocrático. es el del populismo, cuyo capítulo argentino Macri se apresuró a sepultar en Davos.

Macri da por superado lo que todavía resiste
Macri da por superado lo que todavía resiste

El presidente Mauricio Macri aseveró en el Foro Económico Mundial de Davos que la Argentina dejó atrás su experimento populista y logró un consenso político en torno a una agenda de reforma. ¿Dejó constancia de un hecho o fue una expresión de anhelos?

Los líderes mundiales lo recibieron como Ángela Merkel, reconociéndole un logro incontrastable: la elección de medio término quedó resuelta favorablemente y con contundencia.

Macri acreditó con los votos la autoridad para recibir este año como anfitrión a los miembros del exclusivo club de los 20 países más poderosos del mundo.

A diferencia de aquel viaje a comienzos de gestión, con Alfonso Prat Gay y Sergio Massa como acompañantes principales, esta vez Macri no se rodeó de políticos y la referencia de su programa antiinflacionario no fue individual. Se disgregó entre los miembros de su gabinete económico.

El protagonismo político y económico se centralizó en el Presidente. Macri exhibió los resultados de las dos elecciones de 2017 y los avances graduales obtenidos en la recuperación de la actividad económica y el control de una crisis hiperinflacionaria que parecía inevitable.

Aunque no dejó de mencionar genéricamente las dificultades que persisten en ese camino, hay una distancia entre lo enunciado y la realidad.

El consenso político para una agenda de reformas es la conclusión que el oficialismo deduce de la legitimación electoral. Hay un consenso social para el cambio. Pero está lejos de traducir el resultado de un acuerdo con las principales vertientes políticas de la oposición.

Cada asomo en el programa de reformas le implicó a la Casa Rosada una negociación más cara que ardua con los gobernadores. Y el módico avance obtenido con el recálculo previsional dejó escaldado al peronismo parlamentario.

La principal oposición sigue sumida en una crisis que contagia a buena parte del sistema político. No consiguió gestar una conducción alternativa a la de Cristina Kirchner y pese a la derrota de la expresidenta continúa buscando los modos más sigilosos de rescatarla para un acuerdo partidario.

En esas derivas anda la nueva conducción del peronismo bonaerense. Los antiguos barones del conurbano, humillados por el nuevo liderazgo de María Eugenia Vidal. Y también Sergio Massa, que de aquel protagonismo estelar en Davos de 2016 descendió al inestable infierno de los oportunismos.

La nueva vacilación peronista para el consenso de reformas que Macri presenta como si fuera un hecho consumado quedó en evidencia en el mismo momento en que el Presidente disertaba en Suiza.

Hugo Moyano, cercado por la Justicia por graves irregularidades de las que ni siquiera se defiende con argumentos, se sumó a las amenazas de Luis Barrionuevo. El sindicato de camioneros iniciará un plan de lucha para defenderlo de los jueces. Será en febrero. Puede coincidir con los trámites de apertura del primer juicio oral y público contra Cristina, Julio De Vido y Lázaro Báez por los enjuagues para asignar obras públicas.

El itinerario de Moyano es sintomático. Se enemistó con el kirchnerismo cuando soñaba con convertirse en un émulo local de Lula Da Silva. Llegó a intentar la construcción de un partido propio a imagen y semejanza del Partido de los Trabajadores.

Se reconcilia con Cristina cuando el antiguo sindicalista brasileño enfrenta una sentencia por un caso de corrupción que empalidece al lado de los millonarios desfalcos de la diarquía santacruceña.

Lo que el sindicalismo argentino olfatea, mientras espera nervioso que le toquen el timbre los ujieres, es que la muerte del populismo declamada por Macri está lejos de ser una verdad definitiva.

Moyano y sus secuaces se entusiasman con síntomas que la región no deja de enviar como alertas para el sistema democrático.

Lula está condenado pero encabeza las encuestas para la elección de octubre en Brasil. Nicolás Maduro ha destrozado toda expectativa de una salida democrática en Venezuela.

Volteó la Constitución chavista, persiguió y dividió a la oposición en las elecciones comunales, proscribió, encarceló o envió al exilio a sus principales competidores y ahora convoca a elecciones presidenciales anticipadas. Evo Morales desconoce la Constitución que él mismo hizo aprobar y se dispone a perpetuarse en el poder en Bolivia.

Las declaraciones de Eugenio Zaffaroni apuntaron a otorgar una cobertura de simulación jurídica a un fenómeno de actualidad política: existe un acuerdo regional antidemocrático. Es el del populismo cuyo capítulo argentino Macri se apresuró a sepultar en Davos.

En su última gira el papa Francisco renovó con su discurso el envión de ese experimento.

Aunque el fracaso de su visita a Chile debería encender las alertas en el Vaticano. ¿Todo fue resultado de las vacilaciones con la pederastia? ¿O influyó también el desaire a las tendencias sociales y políticas más actuales de la sociedad chilena, que se expresaron con la reelección de Sebastián Piñera?

El papado es el que más tiene para perder en ese plan de resistencia regional de un populismo perseguido por la repulsa social contra la corrupción de sus líderes.

En los años 70 el historiador marxista Juan José Hernández Arregui ya se los advertía a los curas tercermundistas, cuyos vecinos Lucio Gera y Juan Carlos Scannone inspiraron con la Teología del Pueblo el pensamiento de Jorge Bergoglio. En esos avecinamientos flagrantes a no pocos cristianos les puede pasar lo que a aquel misionero jesuita empeñado en convertir al cristianismo a un vendedor de seguros japonés.

Lo único que consiguió fue una póliza para toda la vida y contra todo riesgo.

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