Por Julio Bárbaro - Periodista. Ensayista. Ex diputado nacional - Especial para Los Andes
Soy uno de los que públicamente asumió votarlo, y con el paso de los días siento cada vez mayor satisfacción por la decisión tomada. Hay un ejercicio que deberíamos realizar cada tanto: intentar imaginar el país que estaríamos transitando en el caso de haber ganado Scioli. Y lo digo con cierta situación de asombro, desde su derrota hasta ahora ni siquiera intentó ser él, demostrar una voluntad de definir su identidad por encima de su apabullante dependencia.
Se me ocurre que imaginar el triunfo de Scioli nos lleva a un terreno más cercano al terror que a la democracia. Y no solo por la indefinición de Scioli sino por el horror que merecen sus seguidores, esa secta agresiva y retrógrada que ahora se refugia en los medios legados por el “capitalismo de amigos”. El peronismo se está sacando al kirchnerismo de encima; puede ser tarde para recuperar su identidad pero es un aporte a la democracia que estamos recuperando.
Tuve ocasión de saludar al presidente Macri, y en ese momento le transmití mi visión del presente, “tuvimos suerte, el partido al que derrotamos no se convirtió en la minoría sino en el pasado”. Y eso es la maravilla, los que afirmábamos que el kirchnerismo era una enfermedad del poder que se curaría con la pérdida del mismo, teníamos absoluta razón.
Los desertores están apabullando a los apasionados. La vanguardia esclarecida parece avanzar habiendo perdido todo contacto con los votantes. Es una maravilla la idea de habitar en las plazas, una manera inconsciente de asumir que les queda compartir el espacio de los jubilados, si no del trabajo al menos del poder.
El presidente Macri rompió de entrada los rituales de la monarquía derrotada, el diálogo con todos los sectores pareció de pronto descubrir la normalidad oculta detrás de las gruesas paredes del relato. Lo normal nos resultó asombroso, el fanatismo que aparentaba ideología era tan solo la defensa de infinitos espacios de prebendas.
Y Sergio Massa salió a acompañar al nuevo gobierno, entre todos estábamos demoliendo ese muro forjado de agresiones que expandían el juego a la par que enfrentaban a los sectores productivos. Y Margarita Stolbizer recupera el lugar de un progresismo democrático.
Había vuelto la política, ese derecho a pensar y opinar por encima del dogma presidencial y la condena de los obsecuentes. Y el nuevo presidente fue ganando el apoyo de muchos de los que estaban asustados por el miedo a “la derecha”, ese invento cristalizado de los ladrones ocultos en supuestas “izquierdas”.
Los grupos de izquierda fueron los que usurparon el poder, en rigor los que Cristina convocó después de ser electa. Juntó votos con la imagen frívola de Boudou y luego ejerció el poder con una izquierda inventada con los restos de antiguos marxistas trasnochados. Por eso el peronismo huye de esos personajes pseudorrevolucionarios, ninguno sirve para juntar votos, casi todos participan de la virtud de espantarlos.
Desde La Cámpora a Carta Abierta se continúa con un sectarismo y los rituales de aquellos a los que la casualidad les entregó un poder que, a la vista queda, no imaginan cómo recuperar.
Evo Morales pierde habiendo logrado una inflación anual de 4% y un progreso que asombra, semejante al de Mujica en Uruguay o Bachelet en Chile, la verdadera izquierda puede ser exitosa si es eficiente; nosotros somos el peor ejemplo de retroceso en cualesquiera mediciones que realicemos. Y la televisión nos muestra antiguos dogmáticos que, de solo verlos, uno no sabe si tenerles bronca o ya es tiempo de tenerles lástima.
Vivimos una crisis que por momentos asusta por sus consecuencias. El Presidente ensaya todas las variables de la política, buena parte de la sociedad lo acompaña; pero desde detener la inflación a terminar con los cortes de calle, desde cada ángulo que tomemos, todo nos obliga a retornar a un país normal. Y de todo este caos autoritario no se sale fácilmente, es por eso que debemos asumir que no es tarea de un partido sino de un sistema, de una nueva democracia.
No existe sociedad en el mundo con una inflación semejante y una libertad para cortar las calles basadas en la absurda conjura de “no criminalizar la protesta”. No soy del Pro pero tengo conciencia de que solo el orden nos permitirá salir de la crisis que nos legaron. Luego, en el orden, veremos si somos más de izquierda o más de centro, pero en la anarquía no hay salida para nadie, y mucho menos para los necesitados.
El orden no tiene ideología, es imprescindible en el seno de toda sociedad. Cortar una calle es delito en La Habana y en Miami, y hoy apoyar al Gobierno no implica ser de derecha, implica ser consciente del valor de la democracia y de la libertad. No soy del Pro, pero sé que mi obligación es defender la democracia.
Debemos salir de la simplificación de izquierda y derecha y asumir que la disyuntiva es democracia o caos, y desde la inflación al corte de calle, desde La Cámpora a Carta Abierta, necesitamos salir del infierno del sinsentido e ingresar a la normalidad. La suerte nos dio una gran mano al permitir el triunfo de Macri, ahora debemos aportar entre todos la cordura necesaria para sostener el sistema. No perder de vista que más allá de los aciertos y errores está la democracia. Esa es hoy nuestra principal obligación.