Lustra zapatos desde hace casi 50 años

Es uno de los dos que ejercen ese oficio hoy en el centro de San Rafael. Relata las épocas en que todos se lustraban antes de ir a trabajar o salir a bailar. Había más de 40 trabajadores.

Lustra zapatos desde hace casi 50 años
Lustra zapatos desde hace casi 50 años

Rafael Arce (58) es una persona común y muy conocida en el microcentro sanrafaelino porque es uno de los pocos (sólo hay dos en la actualidad) lustradores de zapatos que recorren cada mañana todos los cafés de la zona.

El relata que empezó a lustrar a los 8 años y aprendió el oficio “mirando a los más grandes” y especialmente a su hermano que trabajaba “de eso”. No había otros niños lustrando, según dice. “Yo era el único. Todos los demás eran grandes”.

Con pausas en su relato como una forma de hacer memoria, recuerda que hace unos 40 o 50 años en las inmediaciones de la terminal de ómnibus (hoy desocupada y prácticamente abandonada) había unos 40 lustradores trabajando diariamente.

Se detiene un instante -al momento de la charla lustraba unos zapatos que le habían dejado- para detallar la ubicación de todos.

“Eramos unos 8 en la vereda de enfrente, por Avellaneda, había una veintena que se ponían enfrente cerca de la salida de los ómnibus y el resto estaba en la otra punta, por Godoy Cruz”, dice con precisión.

También relata que en esos años, allá por los 60, se formaban colas en la mañana para lustrarse.

Lo cuenta de tal forma con la mirada fijada en el vacío, que es fácil imaginar esa “fotografía de memoria”.

También destaca que la labor fuerte se desarrollaba desde las 8 de la mañana y las últimas lustradas en ese lugar se hacían cerca de las dos de la tarde, cuando llegaba algún rezagado que se iba o arribaba en los micros. “También vendía diarios. Antes de las 8 me repartía unos 20 o 30 diarios Los Andes y a la noche, después de las 9 vendía el Andino. “Cuando me quedaba tiempo también vendía café cerca de la terminal y lejos de los negocios”, dice.

“A la siesta íbamos a descansar un rato y a la nochecita, después de los diarios, nos preparábamos con mi hermano para ir a la puerta de los lugares donde se hacían bailes. Esto era especialmente los viernes y sábados. Ahí nos hacíamos una extra”, señala con una sonrisa. “A valores de hoy hacíamos unos 300 o 400 pesos diarios. Hoy no llego ni a la mitad”, afirma con resignación. Por eso, aclara, hace trabajos de jardinería o limpieza de baldíos. “Siempre le encargo a los  conocidos esas changuitas”.

“Cuando aparecieron las zapatillas con cuero, como las “sacachispas” que se podían lustrar llegaron también las primeras de lona como las Sportlandia. Ese fue el comienzo de la baja de nuestro trabajo”, dijo. “Todos empezaron a usar zapatillas y nosotros a trabajar menos”.

En medio de su relato detalla que en la zona funcionaban muchos restaurantes y cafés donde concurrían los que llegaban de los distritos. (Algo similar ocurre hoy, aunque esos negocios, salvo Lázaro que es un restaurante y otro café, todos han desaparecido).

En todos estos años, dice, “formé una familia con mi señora y nacieron mis hijas, Vanesa y Soledad y me dieron ya cinco nietos. Las chicas ya se casaron. Una vive en Mar del Plata y otra en Neuquén así que hemos quedado solitos con mi mujer y ahora buscamos un lugar más chico para vivir”.

En su relato mezclado de recuerdos nombró a su “viejo” Pascual que trabajaba de changarín en la estación de los trenes de cargas bajando bolsas de  harina, y a su mamá Rosa Berdugo, quien “nos cuidaba a nosotros, dos varones y cuatro mujeres”.

En los últimos años, dice, pero se refiere a los últimos 30, me crucé acá, en la vereda del café Sur o de la tradicional casa Amancay y es donde hoy se lo ve trabajar o departir con conocidos.

Desde ahí Rafael recorre todos los cafés del kilómetro cero y cercanos a él ofreciendo su trabajo. También tiene sus clientes “domiciliarios” que diariamente usan de sus servicios. “Son pocos, pero los atiendo”, dice.

Finaliza agradeciendo a Dios por poder ganarse el pan pese a haber sufrido una enfermedad que lo llevó a perder un trabajo fijo en la comuna. “Tuve un problema cardíaco que me alejó de la calle mucho tiempo y cuando volví debí empezar de nuevo. Hoy espero con mi esposa la adjudicación de una casita y con eso estaremos bien”, dice conforme.

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