El hombre llama por teléfono, casi como si estuviese pidiendo disculpas, a Los Andes. Humilde, con la voz un poco cascada, se presenta como Luis Vangieri y dice que es vidrierista, que tiene 81 años pero que desde los 16 empezó con su oficio, el cual le dio de comer a sus hijos y lo mantiene a él aun con vida.
Así nace esta entrevista, concretada en la galería Ruffo, un lugar para muchos escondido, a pasos de la calle Godoy Cruz, en pleno centro de Mendoza. Allí, tras caminar por un largo piso de parquet, al fondo del edificio, Luis tiene su comercio desde hace unos 8 años.
Es un local poblado de maniquíes, los cuales vende y arregla entre “vidriera y vidriera”. También se destacan algunas pelucas, arreglos navideños, torsos, cabezas y manos de plástico brillante que lucirán en su próxima “obra de arte”.
“Disculpe que lo haya llamado”, vuelve a decir con humildad, pero esta vez cara a cara. Y se prepara para contar su historia: “Hace 65 años que me dedico a decorar vidrieras.
Empecé en este oficio porque me gustaba el dibujo y el trabajo manual. He ganado varios premios, algunos primeros lugares”, añade con algo de timidez mientras los muestra, detrás de los muñecos con los que comparte las tardes de silencio dentro de la galería.
“Antes únicamente hacía vidrieras, pero me tuve que dedicar al arreglo de maniquíes. Por ejemplo, si a uno se le cae un brazo y se le rompen los dedos, yo tengo que hacer esos arreglos”, explica.
Único ejemplar
Luis asegura que es el único y el último vidrierista en actividad de la provincia y se anima a decir que de Argentina. "Mi trabajo, dependiendo de la vidriera, me toma unas dos horas. Consiste en decorarlas, vestir al maniquí, saber ubicarse en los espacios o combinar los colores", dice este octogenario trabajador.
Cuenta que aprendió con el señor Francisco Collante, quien trabajaba en Casa Arteta, una histórica tienda del microcentro mendocino. A los 18 años cambió el domicilio de su oficio y pasó a formar parte de Sedería La Reina.
Mientras trata de enumerar los locales donde prestó servicio, aparece con una lista, cargada de nombres -más de 50- donde alguna vez levantó un escaparate. Entre ellos aparecen clientes con casi 50 años de antigüedad.
“Con Montemar y Las Viñas llevo 45 años ininterrumpidos. Pero también he trabajado con Casa Heredia, Walmart, Talle Grand, Farmacia la Franco Andina, Casa Gentleman, Casa Gutiérrez y otros”, enumera.
Una pregunta que se harán muchos es en qué se basa para armar una vidriera. Luis, tranquilo y de pocas palabras, responde sin dudarlo: “Es la experiencia, la cancha”, asegura como si fuera lo más común del mundo. Evidentemente, después de seis décadas de trabajo, para él lo es.
“Me gusta todo lo que tiene que ver con las manualidades. Me gusta este trabajo, porque sino no habría forma de durar tantos años”, indica, y desliza que ya no tiene colegas vivos, que todos desaparecieron. Y al respecto, se detiene algunos segundos y recuerda a los señores Monserrat, Echapino y Gil.
La familia
Luis dice que vive con su pareja María Inés, con quien lleva 35 años de recorrido. Además, tiene dos hijos, Rubén y Yaquelín, y seis nietos: Natacha -que es jugadora de la selección nacional de básquet-, Cintia, Gisel, Gabriel y Vanesa.
También ya cuenta con dos bisnietos, León y Sofía, y dos nietos (Melina y Luciano) de su pareja, que él dice sentir como si fueran suyos. “Mantengo permanente contacto con ellos. Me vienen a visitar muy seguido”, agrega el hombre nacido en Godoy Cruz.
Por último, está convencido de que no va a pasarle la posta a nadie, porque los ayudantes que tuvo no se portaron muy bien, aunque no ahonda en detalles. De todas formas, deja en claro que por ahora no va a dejar el oficio porque siempre hay algo para hacer.
“Si dejo de trabajar se acaba este oficio en Mendoza”, finaliza sin tinte fatalista, pero convencido de que con él se irá el último vidrierista de la provincia: “Ahora hay ‘arregladores de prendas’, que sólo doblan una camisa, una remera, y nada más”. Y la diferencia es evidente, agregamos nosotros.