El nombre... Luis Quesada nació en Mendoza, hace 93 años. Se crió en el campo, cerca de El Carrizal. De niño, montaba las corrientes del río Tunuyán y escapaba a caballo por las lejanías. "Me encantaba vagar en la semioscuridad", dice con los ojos del recuerdo.
Todas las formas... Ha creado, sin parar, pinturas, esculturas, dibujos, grabados, murales, tapices, muebles, objetos y joyas. Hoy responde, con simpleza, que se ha dedicado al arte "porque no tenía nada que hacer".
El impulso... Luego de muchos emprendimientos claves para la cultura mendocina, Quesada llevó adelante el "Proyecto para la radicación de artistas y artesanos del Bermejo", una comunidad que ilumina su lugar en el mundo.
A los muros... "Formó un grupo de muralistas cuyo trabajo convirtió a Mendoza en una de las ciudades que más murales tiene en el país", valora Laura Valdivieso. Ahora, Luis rememora las grandes charlas con su amigo Diego Rivera. Y remata: "Siqueiros fue la desgracia del muralismo latinoamericano".
Pulir la esperanza: cerca de los 94, rodeado de una familia que también ha abrazado el arte, Luis se dedica a pulir piedras y maderas y crear amuletos. "Para la buena suerte", dice mientras nos regala cubos mágicos, con precisas instrucciones.
Primer óleo: su hermana mayor, María Luisa, fue la inspiración para pintar al óleo. Ella, profesora de filosofía y letras, lo sintió un hijo.
El libro rojo: el "Canto General" de Neruda es el mayor tesoro de la biblioteca. No sólo por el poema del autor chileno, sino porque guarda el recuerdo de su visita.
Mi tesoro: de las joyas más preciadas que ha creado (anillos y colgantes en plata; fabulosos collares en madera), la pieza más entrañable es un viejo anillo de hueso, que fabricó de niño.
La letra propia: al abrir el libro de Neruda, aparecen las firmas de los viejos amigos, compañeros de ideas: el poeta cubano Nicolás Guillén y el muralista mexicano Diego Rivera.
Tanta tinta: "Ella miraba al sur" es el grabado favorito de su hija Aceli. Nos recuerda que Luis ideó el Club del Grabado, con otros creadores que pretendían un arte de difusión popular.
Color melón: junto a su escritorio, Luis nos cuenta que el arte entró en su vida cuando se enfermó de pulmonía, a los 11 años. El niño salvaje y travieso que era, obligado al reposo, comenzó a pintar flores que -mágicamente- cambiaban los retos por halagos.
Su retina ya estaba impregnada de las tonalidades del río y del amarillo de los melones: “Mi padre sembró 8 hectáreas de melones. Cuando caía la tarde en el potrero, cerca del oratorio, yo veía los melones brillando en la semioscuridad, como si fueran cabezas de cadáveres”.
La unión: Aceli y Luis se casaron hace 67 años. "Ambos, de niños, fuimos a una escuela piloto en San Rafael. Fue una experiencia vanguardista, dirigida por una gran educadora, Florencia Fosati". En esos años Luis pulió su primer anillo en un cuerno de vaca.
Mundo animal: fieles compañeros, los perros se pasean entre "La mujer sentada", una de las esculturas gigantes de la casa Quesada. Incluso, se posan en la mesa que Luis obsequió a su esposa, de madera y bronce. Otra mesa, bien bajita, de la que asoma una cabeza agobiada, nos llama la atención. "Se llama 'La Realidad Nacional'", sonríe.