Es parte del Clan Ortega, y hasta estos últimos tiempos, Luis era una especie de “oveja negra” que prefería transitar los márgenes a bañarse en la gloria mediática de sus hermanos: Julieta, Sebastián y Emanuel.
Sin embargo, poco a poco, fue diagramando una fisonomía propia dentro de la industria que, en la actualidad, lo ha instalado entre los más codiciados e interesantes artistas del lenguaje audivisual argentino.
Tanto es así que su sociedad con su hermano Sebastián, el año pasado, le valió un Martín Fierro a la mejor dirección por la serie televisiva “Historia de un clan” (premio mainstream si los hay). La semana pasada volvió a impactar con su pericia detrás de cámara, al momento del estreno de “El marginal” que se emite por la Tv Pública y de la llegada a los cines (aquí, en cartelera en Cinemark) de “Lulú”; su última película.
Pero Luis Ortega no se ha entregado a los flashes frívolos de la cámara sino que sigue su derrotero y va tirando sus dardos a medida que la oportunidad se presenta. La botella de gin para honrar al Cheever que lee, libros de Maupassant y algo de Raymond Chandler por sugerencia de Lou Reed tienen sede en su casa de Almagro.
Sí: él es que el que eligió vivir en la villa durante larguísimo tiempo para rodar su film “Dromómanos” (una verdadera joya del cine de los últimos tiempos) y el que ostenta una sensibilidad que luego le imprime a sus personajes marginales pero luminosos. A sus 35 años, Luis Ortega acaba de estrenar, como decíamos, su ya sexta película.
“Lulú” sigue los pasos de dos vagabundos, que se mueven y actúan libres como el viento, y a través de ellos Ortega expresa un lirismo delicioso (aunque también es capaz de gestar la tremenda oscuridad de personajes como el de Arquímedes Puccio para “Historia de un clan”).
En esta comedia picaresca que es “Lulú”, llena de vitalidad y locura, Ortega sigue los pasos inciertos de Ludmila y Lucas; dos jóvenes intempestivos atravesados por oscuras historias familiares, que ocupan una casilla abandonada al costado de la avenida Del Libertador, debajo de un monumento.
Explosivos e imprevisibles, los personajes de “Lulú” se mueven entonces con total desparpajo, sin frenos, como si la vida fuera “una celebración aparentemente inusitada, sin motivo”, dice el director; que ahora prepara una nueva película, esta vez sobre la vida del asesino serial Carlos Robledo Puch.
-¿Qué cosas cambiaste cuando volviste a montar la película para esta nueva versión y por qué?
- Muchas veces en las películas independientes salís a rodar con lo que tenés o no salís. Y al no tener esa contención económica la estructura narrativa varía. Pierde en esa solidez convencional, pero quizá gana en vitalidad. Esta película siempre estuvo construida como una novela picaresca, y sentí que la había cerrado por cansancio y tantas deudas, pero habían quedado muchas escenas afuera.
-Algo muy interesante en "Lulu" es su fascinación por personas que se mueven impulsivamente, por pasiones e instintos, y no tanto por comportamientos previsibles y racionales. ¿Por qué subrayás eso en tus películas?
- Inventar un mundo es la única manera de salirte con la tuya. Pero la libertad tiene consecuencias que a veces terminan encerrándote en una cárcel. Son cosas que podés hacer en las películas. La realidad es un sueño más complejo.
- La película parece seguir la misma lógica: es imprevisible, genera muchas más dudas que certezas. ¿Sigue o rescata de algún modo una forma de vida que persiste en los márgenes a pesar de ser anulada por la sociedad actual?
- Rescata la identidad que nos da estar vivos, sin la necesidad de ser alguien que los demás tengan que tener en cuenta. Sin la necesidad de trascender más que en el momento. De vivir y morir como quiero dentro de mis limitaciones, pero de las mías, no de las de la sociedad.
- Tu mundo, el marginal, el de películas independientes con actores de la calle se topó con "Historia de un clan", ¿a dónde quedaste vos?
- Estuve muchos años experimentando, cosas que salieron bien y mal. Ahora estoy yendo con mi mochila hacia el otro lado. Antes no me hubiese atrevido a pedir un millón y medio de dólares para hacer lo de Robledo Puch, ni a garantizarle rentabilidad a un proyecto que a mí me interesaba.
- Te negabas a trabajar con la industria, ahora no; tampoco querías ser músico, y seguís sacando discos, no te gustaba el videoclip, y los hacés... ¿Por qué?
- Tiene la lógica de moverme por intuición sin saber quién soy todavía. Lo único que me da identidad a mí son mis películas, mis canciones y algunas elecciones de vida. En este tiempo me di cuenta de que tenía mucho para aprender de gente que yo pensaba no tenía nada para aprender.
-Cómo trabajaste la puesta en escena, la cámara y las actuaciones en "Lulú"?, ¿cuál fue el criterio que te sirvió como guía?
- Esta es una película callejera y sin presupuesto; y para filmar en la calle o en el subte sin permiso tenés que ser muy expeditivo. No tenés tiempo para pensar mucho en la puesta, ni hablar de poner luces. Usás lo que hay. No es que me guste trabajar así, pero así fue en este caso. Con el tiempo me di cuenta que lo más importante son las actuaciones. Es lo único que sí o sí tiene que estar bien.