Esta nota surge de datos duros, relevados por el periodista especializado en cine Pablo Scholz en Clarín: las películas argentinas más taquilleras del año tienen algo en común. Y no es Ricardo Darín.
En todas actúa un tipo que, hasta el año pasado, formaba parte del olimpo de los actores nacionales, pero que en las últimas dos décadas no se había destacado en la pantalla grande. Y de repente, un día volvió para arremeter con personajes que serán largamente recordados, para darle -con sus paradójicos 79 años- una asombrosa vitalidad a un conjunto de historias memorables.
Sí, nos referimos a Luis Brandoni, que desde el estreno de "Mi obra maestra" el año pasado, no para de estrenar películas. La de Gastón Duprat (con Mariano Cohn en la producción) no debería formar parte de este recuento, aunque sí hay que tenerla en cuenta porque forma parte de un experimento entre ellos, que consistió en intercambiarse direcciones y producción en dos proyectos. Se sabe que ambos se dedican, con éxito y acidez variable, en retratar la argentinidad (y quien no lo crea, que mire el documental "Todo sobre el asado" en Netflix).
Decíamos que en "4x4", que dirigió Cohn y produjo Duprat, Brandoni interpreta a un negociador de la policía que media entre Peter Lanzani (ladrón) y Dady Brieva (dueño de la camioneta que quiso robar). Así, cosechó más que respetables 317.156 entradas al cine. Pero ahí solo empieza la cosa.
Brandoni aprovechó para meterse en personajes argentos que se caracterizan por un humor melancólico, pese a las patéticas circunstancias en las que suelen estar envueltos.
Como en "El cuento de las comadrejas", donde interpreta al esposo (y ex galán) de una diva personificada por la estentórea Graciela Borges. La cifra fue de 559.965 espectadores, lo que es un resultado muy bueno para este filme de Juan José Campanella.
Era la primera vez que Brandoni trabajaba en el cine con el director de "El secreto de sus ojos", porque ya antes había actuado bajo sus directrices en "Parque Lezama". Esta obra, justamente, se está representando en Madrid y motivó sendos homenajes a esa tríada teatral que completa Eduardo Blanco.
Otra película más: "El retiro", de Ricardo Díaz Iacoponi, se estrenó la semana pasada y no llevó a multitudes al cine, aunque hay que sumarla a la lista. Cuando uno mira el dúo protagonista en el afiche, piensa: ¿se llevan las diferencias políticas también al interior del rodaje? Parece que no.
Brandoni interpreta a un médico que se acaba de jubilar y que de repente, a través de una circunstancia confusa con su empleada y su hijo, debe afrontar una desafiante convivencia con el menor. Ahí aparece su hija en la ficción, Nancy Dupláa, para complejizar la cosa y darse una oportunidad de sanar la difícil relación con su padre.
Brandoni no se guarda sus opiniones políticas, y Dupláa tampoco. ¿Habrá servido esa diferencia fuera de las cámaras para condimentar este duelo? La respuesta solo la tienen ellos.
Con la última película llegamos también a una gran noticia para el cine nacional: "La odisea de los giles", de Sebastián Borensztein, superó el millón de espectadores y así se convirtió también en la película argentina más vista del año. Hasta el recuento de la semana pasada eran 1.100.423 tickets vendidos.
Allí Brandoni se roba toda la atención, compitiendo frente a cámara con el mismo Ricardo Darín y la siempre cautivante Verónica Llinás. Pero Brandoni destaca, sí, con su interpretación de Fontana, un vecino de pueblo al que han estafado y, de alguna forma, robado la dignidad. Medio chanta, medio anarquista, un personaje querible por su humanidad al estilo argentina.
El pueblito del que hablamos es un lugar perdido en la provincia de Buenos Aires, pero empático. Tiene una geografía difusa pero un tiempo en el calendario, que nos remonta al Corralito y toda esa experiencia social atroz. Son muchos los que afirman que en la sala de cine la gente se larga a llorar de la impotencia.
Es un pueblito al estilo Osvaldo Soriano, que sirve como metáfora política de este país. Brandoni sabe acompañar bien todo eso, con su cara larga y esa pose de eterna frustración, que a veces se disimula con humor chabacano. Fue el Antonio Soto de Héctor Olivera y el Antonio Musicardi de Alejandro Doria: ¿quién se atrevería a negar que, a su edad, todavía no haya dado el gran papel de su vida.