Después de nueve años de silencio, Lucrecia Martel regresa a las pantallas argentinas con “Zama”, la película basada en la novela homónima del mendocino Antonio Di Benedetto que tuvo su estreno mundial en el Festival de Venecia, donde fue saludada como “un clásico instantáneo que se coloca entre lo mejor del cine de los últimos años”, y luego en Toronto donde fue igualmente elogiada.
Protagonizada por el mexicano Daniel Giménez Cacho, la española Lola Dueñas, el brasileño Matheus Nacthergaele y los argentinos Juan Minujín, Rafael Spregelburd y Daniel Veronese, el cuarto largometraje de la autora de “La ciénaga” (2001), “La niña santa” (2004) y “La mujer sin cabeza” (2008) llega desde hoy a las multisalas argentinas con su historia ambientada en el Gran Chaco a finales del siglo XVIII, en tiempos de una América salvaje y misteriosa.
Con algunos cambios en su traslado a la pantalla, la novela de Di Benedetto construye una idea extraña y surreal del pasado para recorrer la mente perturbada del funcionario colonial Diego de Zama, un héroe absurdo que vive esperando lo imposible: una carta del Rey de España que lo aleje del puesto de frontera en el que se encuentra estancado desde hace años.
“En el fondo está la idea de que cualquier persona que se resiste perece. Los huracanes arrancan de raíz a los árboles más rígidos, mientras que las palmeras se doblan pero sobreviven. Sólo queda lo flexible. La mejor forma de oponerse a algo malo que te toca vivir es la flexibilidad. Y no creerse tanto algo, porque mutar es la acción más vital posible. No hay que resistir, sino mutar”, dice Martel en relación a la situación que sufre Zama.
Definida por la propia directora como una “película de liberación” que cada espectador puede interpretar a su manera, “Zama” describe la pesadilla real de un burócrata mediocre rodeado por un entorno decadente y enfermizo, en el que se ve obligado a “hacer cosas que preferiría no hacer, traicionando, afirmando lo que no cree, actuando como si sus días no fueran parte de su vida sino un interludio que hay que soportar hasta que llegue su esperado traslado para reencontrarse con su familia”.
Sigue la cineasta: “Se me ocurre que cuando Di Benedetto escribió esta novela, no estaba lejos de su mente la metáfora de que una persona sin manos no tiene de dónde agarrarse y entonces debe dejarse llevar y fluir”.
-"Zama" no es muy diferente a sus films anteriores, de algún modo su interés es el mismo: una indagación en la subjetividad del protagonista...
-Sí, la idea fue mantenernos siempre dentro de la cabeza del personaje, con diálogos que parecieran venir de su interior, como si tuviera muchas voces internas. La sensación es que todo lo que se ve pareciera estar dentro de la cabeza del protagonista, como un soliloquio.
-¿Podría decirse que "Zama" es una película sobre la desesperación y la locura?
-Para mí es una película de liberación. La idea era armar todo este dispositivo sobre un hombre que cree algo de sí mismo que lo único que le genera son insatisfacciones y que cuando abandona eso entra en un terreno de aventuras que a cualquiera de nosotros nos gustaría, aunque también sabe que puede salir mal, pero liberado. Y eso para mí es una experiencia positiva.
-Otro parecido con sus films anteriores es que encara la narración desde un lugar más sensorial, apelando a los resortes perceptivos del espectador.
-La trama no es el eje principal. Son muchos los directores que hacen eso. Naturalmente hay que ver cómo se crea la tensión con otros elementos, cómo vas aportándole cosas al espectador con otros recursos que no provienen de la trama. Es un tipo de película que crea sensaciones y una atmósfera.
-Y en "Zama" esa atmósfera es la de una pesadilla que parece atemporal...
-Algo que no quise hacer fue una reconstrucción de época minuciosa o precisa. No quería que “Zama” fuera tan documental o coincidiera tanto con una idea del pasado. Porque por ese camino iba a fracasar. Más bien, buscaba crear una imagen y un funcionamiento distinto del pasado. Algo que no es el pasado, sino una idea del pasado atravesada por la subjetividad de Di Benedetto y todas las circunstancias que lo rodearon.
-¿Y esa idea del pasado cómo se construye?
-Me refiero a un pasado imaginario, al que yo accedí a través de todas las cosas que leí y estudié, más la obligación de imaginar que te genera el libro de Di Benedetto. En la película hay elementos inventados que no son reales pero que podrían serlo, que ayudan a la película a correrse un poco de la realidad, pero también a crear una sensación de verosimilitud. Son ocurrencias del momento. Una llama, las pelucas, la escobilla que usa Zama para limpiar sus zapatos al entrar a su oficina... está llena de invenciones la película.
-¿La película se corre de la realidad para crear un mundo de locura surrealista?
-Para ser parte de cualquier sociedad hay que tener un grado de locura enorme. Que todos nos sometamos tan mansamente a las horas de trabajo, que son sacrificios sin ningún otro beneficio que el económico, es una demencia. Se trabaja para la supervivencia. La normalidad no existe. Cada época genera su propia locura y solamente con locura se puede vivir en una sociedad.
-También llama la atención el papel de héroe absurdo, condenado a la esperanza, que tiene Zama.
-Claro, hasta el final, cuando le dice al otro personaje: “Hago lo que nadie hizo por mí, digo no a sus esperanzas”. Di Benedetto seguramente estaba imbuido por ese espíritu existencialista, porque vivió los años '50 y es difícil creer que no haya leído a Albert Camus. Estamos en una cultura tan predeterminada por el catolicismo que creemos que al final de nuestros sacrificios todas las cosas malas que sufrimos van a ser recompensadas. La recompensa por el sacrificio y la idea de que el sentido está siempre más allá es la base de la locura católica. Y en ese sentido “Zama” es muy humana, muy asentada en el hombre.
Sobre la violencia de género
En “Zama”, Lucrecia Martel intenta hacer “un sortilegio” para liberar al protagonista de la presión del fracaso, el naufragio de sus expectativas y sus frustraciones, sensaciones que atraviesan a muchos hombres en la sociedad actual y que para ella, muy en el fondo, serían el origen de la violencia de género.
“Creo que las mujeres tenemos mucha más experiencia frente al fracaso como algo que hay que asumir, porque es muy probable que no puedas hacer tu carrera si tuviste unos cuantos hijos o si no tenés una determinada situación económica. Las mujeres estamos muy acostumbradas a tener que cambiar de planes”, dice Martel.
Y sigue: “Pero los varones, pobres, por estar educados en una cultura del trabajo y de unas oportunidades económicas que ya no existen, están mucho más expuestos al fracaso. Sinceramente creo que, en el fondo, eso es la violencia de género. Es destruir el último territorio que pensabas que era tuyo y que se te está escapando porque ya todos los otros territorios, el de la profesión, del ascenso, del bienestar, de la movilidad, en esta época ya no son viables”.
Y precisamente “cuando todo naufraga en las expectativas sociales de trascendencia, crecimiento y mejora, hay una fantasía en la que los hombres se refugian mal, que es la pareja y el amor, porque la adoptan como una posesión. Y para personas que vienen fracasando constantemente, que una relación de amor se les agote se convierte para ellos en algo insoportable.
“Esto no lo digo para minimizar, sólo lo digo porque hay que prestar atención a que somos una sociedad que produce violencia de género, y no sólo los hombres la producen. Estamos todos aportando a esa violencia”, sostuvo la cineasta.
En ese sentido, continuó, “la experiencia de la mujer de tener que sostener incluso a otros en medio de un fracaso, nos ha hecho manejar mejor esa idea del fracaso. Y creo que por ese motivo mi película es un pequeño aporte al mundo masculino, el de una experiencia que las mujeres ya tenemos”.