Gabriela Mansilla, la mamá de la niña trans más joven del mundo en recibir su DNI acorde con su identidad de género autopercibida sin proceso judicial, presentó el viernes en Mendoza su libro “Yo nena, yo princesa”, en el que narra la odisea de Luana y la propia para hacer valer los derechos de su hija.
Esta joven madre de Merlo, al oeste de Buenos Aires, peleó para hacer cumplir la ley y logró que le dieran el DNI a su hija en octubre de 2013, cuando tenía 6 años.
Luego se comprometió a luchar por la inclusión social. Gabriela consideró que no debía ser cómplice de un sistema que esconde a las personas transgénero, por eso alzó las banderas de la igualdad y salió a las calles para hacerse escuchar. Escribió el libro que presentó en el salón Malvinas Argentinas de Las Heras, da charlas en distintas partes del país y lleva a cabo la campaña “Por una infancia trans, sin violencia ni discriminación”.
Una vez que Luana ya tenía un documento que la identificaba, la preocupación de Gabriela recayó en cómo esa chiquita, “con la vulnerabilidad propia de una niña, iba a enfrentar a una sociedad prejuiciosa y retrógrada”.
Así empezó a escribir todo lo que diría a su hija en su adolescencia, detalló el camino que ambas recorrieron hasta que llegó el DNI y pidió a abuelos, tíos y primos que escribieran una carta para la niña. Todo ese material está plasmado en el libro.
Cuando Luana tenía apenas 4 años, sin titubear y con la mirada fija en su madre, le dijo: “Yo soy una nena y si no me decís Luana, no te contestó más”.
Una de sus primeras expresiones, cuando era muy pequeña, fue: “Yo nena, yo princesa”. En ese momento todos creían que era Manuel, porque había nacido con genitales masculinos y tenía nombre y documento de varón. Pero era una niña, ella se identificaba como tal.
“Pretendíamos que fuera algo que no era, estábamos destruyendo a un ser humano”, reconoció su mamá. Entre lágrimas, contó que carga con la culpa de no haber entendido a su niña antes, que de haberlo hecho le hubiera evitado varias angustias a ‘Lulú’, como la llama.
Sin embargo, como buena guerrera que ha demostrado ser, secó sus ojos y siguió hablando de su lucha, la que busca propagar hasta el último rincón del universo.
Luana había empezado a manifestar su disconformidad desde muy pequeña. Era un bebé angustiado, lloraba durante todo el día, no descansaba, se le caían los mechones de pelo, comentó Gabriela en la charla organizada por la Dirección de Género, Diversidad y Derechos Humanos de Las Heras.
“Empezamos a consultar a todo tipo de profesionales: pediatras, psicólogos, neurólogos... ya no sabíamos qué hacer. Luana -por entonces Manuel- disfrutaba de ver las películas de princesas, se ponía repasadores en la cabeza para simular un cabello largo, usaba la funda de la almohada como vestido, usaba mi ropa”, contó esta mamá que ayudó incansablemente a su hija en la lucha por hacer valer sus derechos.
Fue el principio de una odisea. Las primeras psicólogas a las que fue le dijeron que empleara un método correctivo. “Sos varón”, tenían que decirle a Luana los familiares cada vez que expresara sentirse niña.
“Mucho tiempo después entendí lo dañino que era eso. Yo no le estaba sacando mi remera cuando ella se vestía con mi ropa, le estaba arrancando la piel”, reflexionó compungida Gabriela.
“El llanto era desgarrador, hacía berrinche hasta quedar exhausta. Los vecinos le preguntaban a mi mamá qué pasaba en mi casa que escuchaban tanto lío”, contó su madre.
Mientras iba de profesional en profesional y nadie le daba una respuesta, los médicos descubrieron que neurológicamente Luana estaba bien, que no había enfermedades físicas.
“Un día mi hermana me dijo que viera un documental de National Geographic que se llama ‘Memorias de una niña rara’, que cuenta la historia de una niña trans.
Cuando lo vi me cayeron mil fichas, me lloré todo, entendí lo que pasaba. Fui hasta la pieza, los mellis dormían, me acerqué a Luana -hasta ese momento le decía Manuel-, le toqué el pelo, lo tenía re cortito, y le dije: ‘Si vos querés ser una princesa, yo te voy a ayudar a ser la princesa más bonita del mundo’”, recordó Gabriela y despertó una ola de aplausos entre los oyentes.
Luana comenzó a usar ropa de nena: su color preferido era el rosado. Soñaba con amores de príncipes y princesas, bailaba como Aurora, la protagonista de “La bella durmiente”, o como Bella, de “La bella y la Bestia”. También jugaba con su hermano mellizo: Elías hacía de Bestia y ella, de Bella.
Un día Luana pidió que le cambiaran las sábanas y empezó a dormir de corrido toda la noche. Cambió su conducta: bailaba, jugaba, reía. Empezaba a disfrutar de cierta libertad con ella misma. Pero había que salir a la calle, ir al jardín, ir al médico.
Entonces Gabriela emprendió la lucha para tramitar el DNI femenino, aunque se lo denegaron por la edad de Luana.
“Estaba dispuesta a todo, no me iba a parar nadie. Un día estábamos con mi hija en Plaza de Mayo, ella jugaba y yo pensaba qué hacer. Miré a la Casa Rosada y me dije: ‘Si Cristina Fernández, por entonces Presidenta, le dio el DNI a tantas personas trans no se lo puede negar a mi hija’”.
Gabriela fue a la Casa de Gobierno. Luego de un intercambio de cartas con la Presidencia y con el gobierno de Daniel Scioli logró su objetivo: la pequeña de 6 años recibió su nuevo DNI en octubre de 2013. Batalla ganada.
"Hay nenas con pene y nenes con vagina"
“La lucha sigue: Luana tiene que salir a la calle y no tiene que sentirse ni discriminada ni violentada. En Argentina la perspectiva de vida de las personas trans es de 35 años, yo no voy a permitir que nadie le ponga límite a la vida de mi hija. Ni por ella ni por las Luanas que pueden estar en cualquier parte”, reflexionó Gabriela.
Por eso, ella ahora va por más. Busca “concientizar a la sociedad de que hay nenas, hay nenes, hay nenas con pene y nenes con vagina”, dice. Ella es activista por los derechos de las niñas y niños trans e invita a la reflexión como sociedad para generar hábitos y políticas inclusivas.
“No puedo cambiar el mundo al que mi hija va a salir, entonces le creo fortaleza interna. Luana sabe que si alguien está disconforme con ella, el problema lo tiene el otro, no ella”.
“Luana tiene 9 años, está en tercer grado, tiene una inteligencia superior a la media. Ahora estamos desterrándole el estereotipo de la nena princesa que necesita al príncipe que la rescate. Está muy bien, está contenta -contó Gabriela sobre la actualidad de su hija-. Y si te tiene que increpar, te increpa: ‘Soy una nena trans que tiene pene’”, repite Gabriela mientras simula la cara desafiante que pondría Luana.