Por Paul Krugman - Servicio de noticias The New York Times © 2017
Según muchos reportes, Donald Trump se está poniendo frenético conforme su gobierno se acerca a la marca de los 100 días. Es una línea arbitraria en la arena, pero una que él mismo promocionó en muchos alardes previos a la toma de posesión. Y será una ocasión para diversos artículos en los que se detalle la poca esencia que, de hecho, ha logrado.
No obstante, en muchos de estos artículos, sospecho, se pasará por alto la mitad de la historia. Es importante notar exactamente cuán poco ha logrado el tuitero en jefe; pero, también, necesitamos concentrarnos, exactamente, en qué es lo que no ha logrado.
Porque Trump se vendió a sí mismo como poco convencional, tanto como efectivo. Sería un tipo diferente de presidente, un negociador consumado que trascendería la división ideológica usual. Por lo tanto, sus partidarios deberían estar consternados, no solo por su fracaso para, de hecho, cerrar algún acuerdo, sino por el hecho de que, evidentemente, no tiene ninguna idea nueva que ofrecer, solo el mismo viejo aceite de serpiente que la derecha ha estado propagando durante décadas.
Vimos al Trumpcare, cuando el gobierno subcontrató su política a Paul Ryan, quien produjo exactamente el tipo de plan que se podría haber esperado: quitarle el seguro a millones, empeorar las cosas para el resto y usar el dinero para reducir impuestos a los ricos. ¡Populismo!
Y ahora lo estamos viendo en los impuestos. Trump ha prometido un plan de reducción "masiva" de impuestos. Aparentemente, este anuncio cayó de sorpresa a sus propios funcionarios del Tesoro, los que, obviamente, no tienen listo un plan. Con todo, una cosa está clara: cualesquiera que sean los detalles, el Trumptax será un enorme ejercicio en economía de fantasía.
¿Cómo sabemos esto? La semana pasada, Stephen Mnuchin, el secretario del Tesoro, le dijo a un público del sector financiero que “el plan se pagará solo, con el crecimiento”. Y todos sabemos lo que eso significa.
Allá en 1980, como es bien sabido, George H.W. Bush describió a la economía inclinada hacia la oferta -la afirmación de que al reducir los impuestos a los ricos, la gente hará aparecer un milagro económico, tanto así que, de hecho, aumentarán los ingresos- como “política económica vudú”. No obstante, pronto se convirtió en la doctrina oficial del Partido Republicano y lo sigue siendo. Eso muestra un nivel de compromiso impresionante. Sin embargo, lo que hace que este compromiso sea todavía mas impresionante es que se trata de una doctrina que se ha probado una y otras vez, y ha fallado cada una de ellas.
Sí, la economía estadounidense se recuperó rápidamente de la crisis de 1979 a 1982. Sin embargo, ¿fue el resultado de las reducciones fiscales de Reagan o fue, como creen la mayoría de los economistas, el resultado de la reducción en las tasas de interés que hizo la Reserva Federal? Bill Clinton proporcionó una prueba clara al aumentar los impuestos a los ricos. Los republicanos pronosticaron el desastre, pero, en cambio, la economía creció y se crearon más empleos que en la época de Reagan.
Después, George W. Bush recortó los impuestos otra vez, y los sospechosos de siempre pronosticaron un “crecimiento con Bush”; lo que de hecho obtuvimos fue un crecimiento deslucido, seguido por una grave crisis financiera. Barack Obama revirtió muchas de las reducciones fiscales de Bush y añadió impuestos nuevos para pagar el Obamacare; y manejó un récord de empleo muchísimo mejor, al menos en el sector privado, que su predecesor.
Así es que la historia no ofrece ni un ápice de apoyo para la fe en los efectos a favor del crecimiento de las reducciones impositivas.
Oh, y no hay que olvidar las experiencias recientes en el ámbito estatal. Sam Brownback, el gobernador de Kansas, recortó los impuestos en lo que llamó “un experimento real en vivo” de política fiscal conservadora. Sin embargo, el crecimiento que prometió nunca llegó, en tanto que sí hubo una crisis fiscal. Al mismo tiempo, Jerry Brown aumentó los impuestos en California, lo que llevó a proclamaciones de la derecha de que el gobierno estatal se estaba “suicidando económicamente”; de hecho, se ha experimentado un crecimiento impresionante, económico y en el empleo.
En otras palabras, la economía inclinada a la oferta es un ejemplo clásico de una doctrina zombi: un punto de vista que la evidencia debió haber eliminado hace mucho tiempo, pero se sigue arrastrando y corroyendo el cerebro de los políticos. ¿Por qué, entonces, persiste?
Porque ofrece una lógica para bajar los impuestos a los ricos -y como notó Upton Sinclair hace mucho tiempo, es difícil hacer que un hombre entienda algo cuando su salario depende de que no lo entienda.
Con todo, se suponía que Donald Trump sería diferente. Adivinen qué: no lo es.
Para ser honestos, no está claro si Trump realmente cree en la ortodoxia económica de derecha. Es posible que solo esté buscando algo, cualquier cosa, a lo que pueda llamar triunfo -y es muchísimo más fácil inventarse un plan de reforma fiscal, si no se trata de hacer que tenga sentido, si solo se supone que el crecimiento extra y los ingresos que conlleva, se materializarán de la nada.
También podríamos notar que un hombre que insiste en que ganó el voto popular que perdió, que insiste en que el crimen está a un nivel alto récord cuando que está a un nivel bajo récord, no necesita una doctrina elegante para decir que su presupuesto cuadra, cuando no es así.
Con todo, el hecho es que la agenda de Trump, hasta ahora, es absolutamente indistinguible de lo que uno podría haber esperado de, por decir, Ted Cruz. Simplemente, es vudú con matemáticas erróneas extras. ¿Es eso lo que esperaban sus partidarios?