Una ponderación puesta en evidencia durante más de 20 años, por el arquitecto Jorge Cremaschi, defensor incondicional del patrimonio ambiental de Mendoza.
La ciudad-bosque
...Mendoza, como pocas otras ciudades, está hecha siempre de árboles… (Cremaschi 1986). Nuestra ciudad tiene la particularidad de contener dentro de su trama urbana, grandes masas de verde, ya sea en los espacios públicos, como plazas y parques, así como los que se encuentran presentes a cada lado de la calle. El tejido verde que contiene a cada manzana se encuentra acompañado de un sistema de acequias, que en conjunto conforman el característico sistema ciudad-oasis: calle-acequia-árbol-vereda.
La consolidación del sistema data de finales del siglo XIX. Al respecto expone Cremaschi que fue el momento en el cual los mendocinos construyeron con árboles su nueva era higiénica; crearon un ambiente a partir de la comprensión de la naturaleza para la supervivencia, el bienestar y la calidad de vida, que privilegió el uso de espacios abiertos y la inserción selectiva de especies foráneas que aportaran beneficios sanitarios, sensoriales y culturales, así como el acondicionamiento y regulación climática.
Este ambiente y su configuración son el resultado de la reinterpretación e integración de diversos aportes hechos a lo largo de la historia sobre nuestro territorio. La configuración en damero fue implementada durante la fundación de la ciudad, por parte de las colonias españolas en 1561. Se materializó espacialmente el sistema urbano de plaza central rodeado de manzanas, en un territorio poblado por huarpes, comunidad que ya había dejado su huella, sistematizando los cursos de agua, a partir de los cuales formaron canales de riego, que les permitieron desarrollarse en un clima semi-árido. Este desarrollo estuvo marcado por el contacto que tuvieron huarpes e incas, quienes habían experimentado similares condiciones naturales en las tierras del Perú.
De esta forma, el primer núcleo urbano creció hasta 1861, momento en el cual sufrió un terremoto que la dejó en ruinas. Ante esta situación se decidió reconstruirla hacia el oeste del antiguo emplazamiento. Se diagramó en damero con una plaza central, como lo habían hecho los españoles, pero sus calles y veredas adquirieron mayores dimensiones; se integraron y sistematizaron en la trama urbana, las acequias y los árboles, que actualmente conforman el sistema ciudad oasis: calle - acequia - árbol - vereda. De esta forma nuestra ciudad adquirió una imagen y configuración que yuxtapone e integra diversos elementos que le otorgan un alto valor histórico.
Además de su componente histórico, es posible visibilizar su valor ambiental. El carácter de ciudad-bosque llama principalmente la atención por el desarrollo de este tipo de urbe, en un clima semi-desértico. Esto se debe a las condiciones naturales de nuestra provincia, que se caracteriza por presentar un ecosistema semi-árido, debido a la escasa disponibilidad de agua. Esta situación divide nuestro paisaje en dos: el secano, que ocupa el 97% del territorio y los oasis el 3%, donde se ubican los núcleos urbanos. Así, nuestra ciudad adquiere un valor intrínseco, donde el árbol, como unidad y en conjunto, sólo puede ser valorado si se tiene noción del contexto ambiental en el cual se desarrolla.
Su valor ambiental fue reconocido y defendido en incontables oportunidades por Cremaschi, quien señalaba que los árboles en la ciudad, funcionan como reguladores, contribuyen al acondicionamiento climático de los espacios públicos, mitigando las altas temperaturas durante los meses de verano y los fríos en invierno, equilibran la humedad atmosférica a la vez que purifican y oxigenan el aire. Los árboles ubicados a cada lado de la calle, forman en la parte superior una cubierta verde que impide que los rayos del sol penetren directamente sobre el espacio público, y generando sombra sobre los espacios de circulación y en las fachadas de los edificios. De esta forma, los espacios peatonales, señala Cremaschi, constituyen un sistema de apropiación, convergencia, participación y de interconexión, compuesto por elementos protagónicos interactivos como el agua, la acequia, la vereda, la columnata vegetal y la bóveda verde.
Este breve relato sobre nuestra ciudad capital sirve para considerarla, junto con sus elementos, como objetos invaluables y de carácter único, en relación a otros núcleos urbanos. Pero ¿cómo es valorada la ciudad por cada uno de nosotros?. Aquí resulta indispensable el rol de cada ciudadano como principal valorizador y conservador del espacio urbano.
La importancia de la relación ciudadano-ciudad-bosque también fue remarcada el arquitecto, para quien el modelo de la ciudad ambiente no admite que los hombres, los árboles y los espacios exteriores se consideren independiente e incompatibles, sino que constituyen una asociación vital, un sistema espacial de uso y de calidad de vida, de relación íntima, compartida y de acción permanente, de tal manera que lo que afecte a uno significará una igual sentencia para los otros… Al igual que Cremaschi, consideramos la ciudad como un sistema vivo, que no tiene entidad unitaria, sino que se rehace cada día y “vive en la conciencia de cada ciudadano”.