Carlos S. La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
Si desde fines de 2011, apenas asumida, Cristina Fernández de Kirchner decidió que su segundo gobierno debería ir por todo, a partir de ahora -cuando ya está finalizando su mandato- su consigna tendrá que cambiar parcialmente, porque ahora no se trata de tener todo o parte del poder, sino tenerlo todo o quedarse sin nada. Hoy su consigna es precisamente ésa: a todo o nada.
En efecto, si el nuevo gobierno es opositor y puede liberarse de los condicionamientos sustantivos del pasado que Cristina le dejará, el juicio político (y penal) a su gobierno será una realidad, para cuyo inicio sobran pruebas, mucho más que indicios.
Y si logra la hazaña de que un gobierno justicialista la suceda pero no puede condicionarlo también sustantivamente, el futuro presidente hará exactamente lo mismo que los Kirchner hicieron a Duhalde o lo que Duhalde hizo a Menem.
Cristina quedará entonces tan políticamente desguarnecida que aunque logre zafar del juicio político (y penal) su destino será deambular en la nada más absoluta, como sus predecesores.
Por eso Ella no puede conformarse con ser un factor más de poder que en el juego pluralista de la democracia conviva con otros sectores en la construcción de un país políticamente compartido según la correlación de fuerzas de unos y otros.
No. Ella no puede ser eso porque tres jinetes del Apocalipsis la persiguen irremediablemente y, si no los destroza acabadamente, ellos la destrozarán. Estamos hablando de tres magistrados (un ex fiscal y dos jueces): Alberto Nisman, Claudio Bonadío y Carlos S. Fayt.
Son ellos con su persecución inacabable, que se prolonga rozando la muerte o incluso más allá de la muerte, los que obligan a Cristina a dos cosas: primero que todo, a vencerlos, aunque tenga que utilizar los meses que le quedan de gobierno para llevarse puesta a toda la Justicia y, si es imprescindible, a todo el país.
Segundo, apostar a un futuro en el que ella pueda seguir siendo la figura más importante de la política durante los cuatro años que vienen, para reasumir triunfalmente en 2019.
Un desafío que desde Maquiavelo hasta la fecha, apenas lo deben haber logrado Juan Perón en su exilio, el ruso Vladimir Putin durante la gestión de Dmitri Medvédev y algunos pocos privilegiados políticos más.
Porque no se trata (como en el caso de Hipólito Yrigoyen durante la gestión de Alvear) de esperar un mandato y volver, sino seguir ejerciendo el poder durante el interregno de modo que el gobernante real, de hecho, siga siendo Cristina. Así de desmesurado es el proyecto político de la Presidenta, tan desmesurado como lo fue el del vamos por todo.
Pero ella insiste con esas utopías que, si bien nunca es posible lograr del todo por la imposibilidad de su concreción plena, al menos (y no es poco) le permiten seguir manteniendo la iniciativa política como si su gobierno recién se hubiera iniciado.
Una proeza que merece ser valorada, se piense lo que se piense de ella. Pero para seguir actuando de modo similar, su combate ahora será ciclópeo; deberá hacerlo contra los fantasmas del pasado, que esos tres jueces expresan magníficamente.
Para lograr tales objetivos, las decisiones impartidas por la Presidenta son por demás concretas: Nisman debe morir otras mil veces más o las que sea necesario para que su investigación AMIA-Irán y su memoria, sean definitivamente sepultadas. Bonadío debe ser apartado de todas las causas que tengan que ver con Ella y su familia, a como dé lugar.
Y Fayt debe renunciar o irse como sea de la Corte Suprema para que ésta quede prácticamente inutilizada hasta el nombramiento de otro juez que cuente con su conformidad.
Esos son los objetivos, mientras que los métodos para llevarlos a cabo deben ser todos los necesarios, aunque haya que incendiar Roma, porque en ellos tres está el secreto de su reencarnación monárquica en 2019. Ellos son los únicos obstáculos en serio que pueden impedirle ejercer el poder eterno; al menos eso piensa Ella y la ola de obsecuentes que la rodean.
El problema es que esos tres jinetes del Apocalipsis K no son de fácil destrucción. Y no por causa de ellos mismos sino por la invulnerabilidad que a fuerza de intentar destruirlos les proveyeron, como anticuerpos, los mismos K.
Lo mismo que les pasó con Jorge Bergoglio que, de tanto acusarlo de golpista y cómplice de la dictadura, terminaron haciéndolo Papa, o con la fama inigualable que le dieron a Julio Cobos con su infinidad de odio por un solo voto, o con los medios enemigos a los que de tanto querer clausurar les multiplicaron sus audiencias, lectores o espectadores.
A Nisman, cada vez que les recuerda su atroz actuación con Irán, lo matan de nuevo queriéndole suicidar a como dé lugar, agregándole una nueva duda moral sobre su modo de vida ante cada evidencia sobre lo increíblemente dudoso de su modo de muerte.
Por causa de Bonadío no se han cansado de llenar de parentela a todo el Poder Judicial del sur del país para sacarle la causa más prominente de la era K: la de Hotesur.
Que no es que sea la más importante sino la más peligrosa por lo casi matemático de su resolución en el caso de no existir intromisiones políticas tan fabulosas como las que aún tenemos: si las habitaciones fueron alquiladas sin usarlas, la ruta del lavado del dinero se abrirá por definición y a partir de allí la caja de Pandora será imposible de volver a cerrar.
El problema es que demostrar la veracidad de la ocupación real de cientos de habitaciones por varios meses es la cosa más simple que hay según afirman todos los hoteleros consultados. Por eso no hay para ellos más que un camino: derivar la causa a un pariente. Sea como fuere.
El caso Fayt es, de todos, el jinete superior. Un hombre mayor y cansado que siempre obró de acuerdo a un código de conciencia al cual ha decidido entregar su vida en vez de dedicar su última parte al merecido descanso.
Él hoy es el emblema y la consigna de una Corte Suprema de Justicia independiente del poder político, el mismo sueño que tuvo Alfonsín cuando lo nombró para que representara ese objetivo. Y el mismo sueño que tuvieron los Kirchner en sus inicios, cuando lo mantuvieron en su cargo: el sueño que hoy el poder ha perdido y que Fayt se encarga de mantener vivo para ejemplo hacia la posteridad.
En síntesis, aunque parezca tan escaso el poder de uno, aunque parezca tan frágil la vida de otro y aunque el último de ellos ya esté muerto, los tres jinetes del Apocalipsis K siguen cabalgando.
No se trata de seres sobrenaturales, ni siquiera de gente exenta de pecados, sino de personas comunes envueltas en circunstancias extraordinarias por eventos que los superan. Ellos, sin quererlo, han devenido formidables símbolos de aquel viejo dicho de que cosecharás tu siembra.