Aunque no lo parezca, algo está cambiando en las entrañas del poder. Por ahora son pocos, pero hay funcionarios de primera línea del gobierno de Cristina Fernández que, tomando todos los recaudos de seguridad, han comenzado a aceptar diálogos con algunos periodistas críticos.
Bajo un pacto de reserva de identidad -el clásico off de record-, revelan detalles del clima que se vive en los despachos oficiales, anticipan datos de lo que será noticia en pocos días, se animan a dar opiniones personales que no coinciden con el relato kirchnerista y hasta deslizan sobre sus colegas algún chisme que nada tiene que ver con la política.
¿Qué ha pasado? ¿Por qué estos funcionarios han decidido apartarse con sutileza de la disciplina discursiva que impone Cristina? ¿Se volvieron amplios, pluralistas y democráticos? Nada de eso.
Temerosos de un final de ciclo que puede comprometerlos ante la sociedad y la Justicia por hechos de corrupción de los que no han sido partícipes, los mueve la conveniencia personal de tomar distancia.
Uno de ellos lo resume así: "No es justo que terminemos todos en la misma bolsa. Yo siempre actué de buena fe y quiero seguir en el peronismo, haciendo política y con el voto de la gente". No hay nada concreto por ahora que asegure ese final oscuro, pero la intuición, en la vida como en la política, suele ser buena consejera.
Los miedos
La mayor preocupación que se ha instalado ahora en la cima del poder es el avance investigativo que está logrando en Estados Unidos el fondo buitre NML, propiedad de la Corporación Elliot Management que preside Paul Singer.
Como quiere cobrar los bonos de la deuda como lo ordena el fallo del juez Griesa, y el gobierno argentino se niega aunque no se sabe hasta cuándo, Singer -que de ser buitre conoce mucho- ha puesto en marcha el despreciable método de la extorsión.
Quiere tener documentada la vinculación de la familia Kirchner con los negocios y maniobras de lavado de dinero que a través de 123 empresas fantasmas habría hecho el empresario patagónico Lázaro Báez.
De allí que, sin que nadie se lo preguntara, la semana que culmina el titular de la AFIP, Ricardo Echegaray, se apresuró a asegurar que la Presidenta no es socia de Báez. Poco después complementó sosteniendo que entre ellos hay relaciones comerciales.
Lo que inquieta por estos días al gobierno argentino es que el estudio de abogados del fondo NML -que cobra por honorarios 150 mil dólares semanales- habría dejado trascender que ya cuenta con información muy sensible sobre los negocios privados de Néstor, Cristina y Máximo Kirchner.
También analizan el vínculo con el empresario del juego y los medios Cristóbal López, y hasta el verdadero itinerario y destino que tuvieron los 654 millones de dólares de Santa Cruz, aquellos que el entonces gobernador Néstor Kirchner cobró en 1993 por regalías petroleras mal liquidadas.
Aunque no admiten como verdadera ninguna de las sospechas que se mencionan, fuentes de la Casa Rosada sí reconocen que el tema "es preocupante".
Con eso evidencian que los datos que se filtraron y llegaron a Buenos Aires han sido tomados en serio. De allí que muchos en el Gobierno comienzan a sacar su lealtad de ese terreno donde los entusiasmos muchas veces producen ceguera.
La opción
Otra de las maneras temporarias de evitar las esquirlas de la corrupción ha sido, y es, la continuidad en el poder. Para eso el candidato del kirchnerismo debería ganar las elecciones del año próximo.
Hasta ahora ese candidato no existe como tal porque una buena parte de la fuerza que gobierna no reconoce a Daniel Scioli como el sucesor inevitable. Hace unas horas nomás, el ministro del Interior y Transporte, Florencio Randazzo, ha dicho que Scioli, Sergio Massa y Mauricio Macri "son los candidatos del poder económico".
Datos de encuestas que se leen con atención en la Casa Rosada revelan que la opción del electorado el año próximo será continuidad o cambio.
Con esa referencia, sectores del oficialismo analizan que, ya sea Scioli u otro, el candidato kirchnerista deberá ganar en primera vuelta, porque todos los demás se mostrarán como los representantes del cambio y en un balotaje sumarán más voluntades.
Por eso sería la propia Presidenta la que convoque en breve a una gran cumbre del peronismo para intentar una unidad que hoy parece lejana.
Seguiría así la tradición de los viejos caudillos territoriales peronistas, que cuando veían amenazados sus intereses, superaban diferencias y se juntaban para ganar. Hoy esos caudillos siguen existiendo.
Carlos Sacchetto - csacchetto@losandes.com.ar - Corresponsalía Buenos Aires