La Conferencia Episcopal Argentina (CEA) llamó a los fieles católicos a celebrar el próximo Domingo de Ramos, que da comienzo a las celebraciones de la Semana Santa, con un símbolo para "aclamar la vida", en momentos en que comenzará en la Cámara de Diputados el debate por la despenalización del aborto.
"Damos comienzo a la semana donde contemplamos el misterio de la Vida Plena manifestado en Cristo Resucitado. Somos llamados a participar de este misterio y a comprometernos con él. Con tal motivo invitamos a toda la comunidad eclesial a unirnos especialmente en la procesión de los ramos, llevando adelante un gesto que exprese nuestro anhelo de cuidar y respetar la vida como un don", señaló hoy la CEA en un comunicado.
Es que este año el Domingo de Ramos, con la que la feligresía católica da inicio a las celebraciones de la Semana Santa, coincide con el 25 de marzo, Día del Niño por Nacer, que fue instituido por decreto por el ex presidente Carlos Menem en 1998.
En ese marco, la Iglesia propuso realizar el domingo en todo el país un "signo a nivel nacional" que consistirá en que los ramos de olivos que se utilicen en las celebraciones de ese día se les adjunte la frase impresa "Vale toda la vida".
"El sentido es que esos ramos puedan ser agitados para aclamar la vida Y entrar en la Semana Santa unidos al Señor", se indicó en el comunicado de prensa.
Además, este domingo está prevista la realización de diversas marchas en todo el país organizadas por grupos de laicos, que "invitan a expresar la defensa de la vida por nacer".
En Mendoza, la convocatoria en San Martín y Garibaldi a las 18. Los obispos proponen además que en las misas del domingo se pida, entre las intenciones, que "todos construyamos en nuestra Argentina la verdadera paz cuidando y velando por la vida de todo hombre desde la concepción hasta su fin natural, defendiendo la justicia para todos y sembrando fraternidad". Además, el obispo auxiliar Marcelo Fabián Mazzitelli y el Administrador Apostólico Dante Gustavo Braida escribieron una carta.
La carta de los sacerdotes mendocinos
Conmemoramos este domingo el ‘día del niño por nacer’. El 25 de marzo nos recuerda el día en que María concibe a Jesús a quien dará a luz luego de nueve meses de gestación. La Navidad es la fiesta del nacimiento de este Niño que cada año celebramos con serenidad y alegría.
Por estos días estamos transitando en el país un debate que echa sus raíces en lo más profundo de nuestro tejido social y que, de alguna manera, marcará el rumbo de la nación que deseamos ser.
La Comisión Ejecutiva de la Conferencia Episcopal Argentina, en su comunicado “Respetuosos de la vida”, nos exhorta a asumir el debate sobre la despenalización del aborto con una actitud de “diálogo sincero y profundo… sin descalificaciones, violencia o agresión”.
Queremos transitar este camino desde el amor que nos viene en abundancia de Dios y que se nos ha manifestado en su Hijo Jesús: “Sí, Dios amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna” (Jn 3,16).
Por amor valoramos la vida
Este diálogo no significa una relativización de nuestra certeza sobre el derecho a la vida, al contrario, nos acercamos a él en primer lugar a partir de nuestras convicciones razonables y humanas. Por eso con nuestros predecesores afirmamos: “El fruto de la concepción es un ser humano. En el vientre de la madre crece la vida de un ser único, irrepetible y distinto de todos los demás. Eso sí: particularmente indefenso, por eso confiado al cuidado de su madre y de la entera familia humana. Cada niño por nacer nos importa a todos. Vale por sí mismo, aunque no puede hacer oír su voz. Por eso, el aborto jamás podrá ser considerado un derecho… La ley civil debe tutelar específica y claramente la vida naciente. No puede dejar de señalar al aborto como un grave delito contra el ser humano…”1
Sin embargo, para nosotros, en nuestra comunidad eclesial, no basta este acercamiento, porque reconociendo la vida humana como un don, cobra la dimensión de misterio, reconociéndola como sagrada. Por ello desde la fe, para quien se reconoce discípulo de Cristo, no defender la vida y no cuidarla encerraría una gran contradicción.
Por amor comprendemos
El anuncio de la vida humana nueva que crece desde la fecundación como un individuo distinto de la madre y el padre, con un código genético propio, que en su desarrollo progresivo va alcanzando su plenitud no siempre es causa de alegría. Hasta llega a convertirse, en ciertas situaciones, en una vida no deseada, a veces, por ser fruto de experiencias traumáticas de violencia sobre la mujer, o por gestarse en situaciones de vulnerabilidad y angustia por fuertes condicionamientos sociales, lo que constituye verdaderos dramas. El corazón de muchos hermanos y hermanas que han pasado por este drama, debe ser acogido con ternura. Sabiendo que “Dios no envió a su Hijo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3,17) no debemos juzgar tal situación sino recibirla y acompañarla con misericordia, para que cada persona afectada pueda encontrar paz en la comprensión de hermanos y en el perdón siempre ofrecido por Dios, y así, ir sanando una historia que deja dolorosas huellas.
A su vez, la respuesta a esta realidad no puede ser la violencia a un ser indefenso. No se puede buscar la salida generando otro drama, se debe buscar una solución abrazando y acompañando a cada protagonista, a la vida humana que va creciendo y a la mujer que sufre tal situación. En este sentido se trata de proteger las dos vidas: la de la madre y la del hijo, como así también de acompañar a quienes forman parte del entorno, con una actitud de atenta escucha y comprensión.
Por amor nos comprometemos
No basta que como cristianos digamos que estamos a favor del derecho a la vida. Si no nos comprometemos a utilizar todos los medios para cuidarla y promoverla en todas las etapas de su desarrollo, esta expresión se convertiría en un discurso vacío y hasta hipócrita.
Es por esto que, por amor, queremos comprometernos siguiendo a Jesús que, con sus palabras y sobre todo con la entrega de su vida, nos dice con toda claridad: “Ámense los unos a los otros, como yo los he amado. No hay amor más grande que dar la vida por los amigos” (Jn 15,12-13). Por ello, en nuestras comunidades, debemos sentirnos interpelados para ver qué estamos haciendo en favor de embarazos que necesitan contención y apoyo, de la niñez que debe tener garantía de una nutrición adecuada para no ver hipotecado su desarrollo neurológico, de una niñez-juventud que, sin horizontes de oportunidades, se ve cautiva de la mafia del narcotráfico y de la delincuencia. Ver qué estamos haciendo ante quienes no tienen trabajo, por ejemplo, o ante la necesidad de acompañamiento a nuestros mayores que, muchas veces, se encuentran solos y abandonados.
En este cuidado de la vida, en todas sus etapas, hay una insustituible responsabilidad del Estado. Pero también se tiene que destacar nuestra responsabilidad y caridad como cristianos, que ha de manifestarse de tantas maneras creativas como el Espíritu nos lo indique. En primer lugar, ofreciendo el calor de una comunidad que de modo incondicional siempre acoge la vida, la cuida y la acompaña, esté como esté, brindando también los medios necesarios para promoverla.
Queridos hermanos y hermanas, sabemos que estamos en instancias de diálogo, debate y definición, y que esta realidad tendrá que resolverse finalmente en las Honorables Cámaras del Congreso. Valoramos especialmente la vida y misión de tantos laicos que asumen grandes responsabilidades en la vida pública, como legisladores, médicos, educadores, comunicadores. A todos los exhortamos a un compromiso total a favor de la vida.
Unámonos a los creyentes de otros credos y de otras confesiones cristianas con los cuales rezamos y trabajamos por la defensa y el cuidado de la vida. Que nuestra oración personal y comunitaria abra caminos a la verdad del derecho a la vida.
Que nuestra Madre, que con su sí recibió al Salvador nos acompañe, y que Nuestro Señor, que vino para que tengamos Vida y Vida en abundancia, nos fortalezca para defenderla, custodiarla y promoverla. Siempre.