Los sacapresos - Por Carlos Salvador La Rosa

Los sacapresos - Por Carlos Salvador La Rosa
Los sacapresos - Por Carlos Salvador La Rosa

Pertenecen al ala dura del kirchnerismo, tienen como referente intelectual al doctor Zaffaroni y se inspiran en las teorías abolicionistas que en los años 60 del siglo XX querían cerrar las cárceles diciendo que ellas eran el lugar donde los poderosos recluían a los humildes. No son en general corruptos y están bien formados intelectualmente pero defienden lo indefendible, no sólo a delincuentes peligrosos sino también a corruptos condenados. Son los sacapresos.

El antecedente de todos ellos es el ex-director del Servicio Penitenciario Federal (SPF), Víctor Hortel, que durante los gobiernos de Cristina Kirchner dirigía la institución llevando presos a fiestas externas y participando con ellos en calidad de murguero.

Hoy lo continúa Horacio Pietragalla, secretario de Derechos Humanos de la Nación, que siendo hijo de desaparecidos, operó para sacar a Amado Boudou de prisión y también lo intentó con Ricardo Jaime, dos condenados por lisa y llana corrupción.

O Roberto Cipriano García,  secretario de la Comisión Provincial por la Memoria, quien dijo que “el objetivo de la Comisión Provincial por la Memoria es trabajar por la liberación de la mayor cantidad de personas detenidas posible”.

Todos son sostenidos por el viceministro de Justicia de la Nacion, Juan Martín Mena, un ultraK que aprovechó junto a los citados la distracción que provoca en la sociedad la pandemia, para generar este  festival de liberaciones de corruptos y de presidiarios de todo tenor. Liberaciones apoyadas por los principales líderes barrabravas del país.

Es cierto que frente al coronavirus, en todos los países se está sacando de las cárceles a los presos que no afecten el orden público, pero en la Argentina no se lo hace por una cuestión sanitaria, sino por una ideología que aprovecha la ocasión para experimentar, para probarse en la realidad.

El abolicionismo que defienden es una teoría que afirma que ni el delito ni los delincuentes existen como tal sino que “la autoridad dominante, coloca sobre determinadas conductas la etiqueta ‘delito’, sólo a los fines de tener el control absoluto de su destino, desde la potencial puesta en marcha del aparato represivo”.

O sea, todos los presos son víctimas del sistema social que es el verdadero victimario. Lo cual, como teoría sociológica, puede servir para hacer una crítica general de las sociedades, pero cuando se lleva a la práctica puede ser peligrosísimo si se la toma al pie de la letra como una ideología.

Creyendo que el macrismo metió preso a Boudou o a Jaime (en realidad ambos venían siendo juzgados desde antes) por ser kirchneristas, o que el neoliberalismo encarceló por cuestiones represivas a la mayoría de los que hoy están presos, uno empieza a perder de vista toda noción de realismo.

Ahora bien, la pregunta es cómo personas bien formadas intelectualmente, quizá con buenas intenciones políticas y casi ninguno de ellos corruptos ni criminales, defienden a éstos con tanto fervor ofreciéndoles un ridículo certificado conceptual de inocencia.

Las primeras conclusiones pueden ser que hacen esto por ignorancia o por irracionalidad, pero es el psicólogo experimental canadiense, Steven Pinker, quien trata de explicar la racionalidad que se esconde tras actos tan delirantes. Porque una cosa es defender un pensamiento (y el kirchnerismo, el progresismo o el populismo son pensamientos tan válidos como los demás) pero otra muy distinta es defender disparates que ni siquiera ellos pueden explicar, como ocurrió esta semana donde todos decían que no dijeron lo que dijeron o que la prensa malévola los malinterpretó.

Hagamos entonces, una breve síntesis de la teoría de Pinker que quizá pueda aportar a entender lo inentendible.

El primer paso es determinar por qué una especie por lo demás inteligente como la humana, desemboca con tanta facilidad en la locura. En un principio parece que la causa fuera la ignorancia, pero no. Las personas niegan o afirman sus creencias para expresar “no lo que saben sino lo que son”. Todos nos identificamos con tribus o subculturas particulares, cada una de las cuales abraza un credo.

Los valores que dividen a las personas -sigue el autor- se definen asimismo en función de los demonios a los que se culpa de los infortunios de la sociedad: las corporaciones codiciosas, las elites alejadas de la realidad, los burócratas entrometidos, los políticos mentirosos o con demasiada frecuencia, las minorías étnicas.

Para los expertos y los políticos que defienden la reputación de su facción, aparecer defendiendo el bando equivocado en un asunto supondría un suicidio profesional.

Pinker cita una sabia idea de Benjamin Franklin que tiene absoluta vigencia: “ser criaturas racionales resulta harto conveniente pues nos permite encontrar o inventar una razón para todo aquello que se nos antoje”.

Los psicólogos, opina Pinker, saben desde hace tiempo que el cerebro humano está infectado por el razonamiento motivado:“dirigir un argumento hacia una conclusión preferida en lugar de seguirlo hasta donde nos lleve”. Por eso, el enemigo principal de la razón en la esfera pública actual no es la ignorancia, la incompetencia numérica ni los sesgos cognitivos, sino la politización. Y son los que profesan pensamientos más sofisticados los que se muestran más cegados por las tendencias políticas.

Cuando los individuos se enfrentan por primera vez con informaciones que contradicen una posición defendida, se comprometen más aún con ella. Al sentir amenazada su identidad, muchas veces  se aferran a cualquier opinión que acreciente la gloria de su tribu y su status personal. Eso no es irracionalidad ni analfabetismo científico, sino “la racionalidad miope de la tragedia de las creencias comunes”, define nuestro autor.

La paradoja que no deja de aflorar, se pregunta Pinker, es  por qué el mundo parece estar volviéndose menos racional en una época de conocimientos sin precedentes y de herramientas para compartirlos. Sin embargo no cree Pinker que el mundo se esté volviendo menos racional, sino que,  por el contrario, es la razón quien nos ha llevado al descubrimiento reciente  de que el tribalismo político es la forma más insidiosa de irracionalidad en la actualidad. De hecho, los pensamientos más elaborados pueden estar tan infectados por él como los demás._Y en particular si adoptan una ideología populista, la cual defiende ciertos elementos de la naturaleza humana (tribalismo, autoritarismo, demonización) en contra de las instituciones ilustradas que fueron diseñadas para sortearlos.

Quizá esta teoría no explique todas las aristas de tan complejo problema pero suena  razonable a fin de entender a la tribu de los sacapresos que tanto dolores de cabeza le trajo esta semana a Alberto Fernández, quien no sabe si estas ideas son las de algunos personajes secundarios o si alguien más arriba de ellos les indica llevarlas a la práctica.

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