Los rapanui, polinesios demasiado “cabezones”

Los rapanui, polinesios demasiado “cabezones”
Los rapanui, polinesios demasiado “cabezones”

Allá, lejos, en un rincón perdido del Océano Pacífico, habitan los rapanui. No lo hacen sobre el agua, al mejor estilo Jesucristo, si no en la Isla de Pascua, un archipiélago ubicado a 3.500 kilómetros de la costa de Chile, país del que forma parte. Y es justamente aquí donde este pueblo originario vio la luz.

Fue hace unos 1.500 años, cuando sus primeros miembros comenzaron a darle vida a una de las culturas más interesantes y misteriosas del mundo. Venían desde otras islas de la Polinesia, en canoas. Sí, en canoas, atravesando la mar bravía infectada de tiburones durante semanas. Eso sí que es tener agallas. Así que los que se creían mucho por haber hecho rafting en San Rafael ya pueden ir sacándose el traje de héroe y poniéndose el de piringundín.

Lo que más destaca del universo rapanui son sus famosos “moáis”. Esas estatuas con forma de cabezas de entre uno y diez metros de altura, que llegan a pesar casi 80 toneladas y que son ícono alrededor del mundo. Realizadas con roca volcánica, su construcción y la manera en que fueron trasladadas hacia los distintos espacios sagrados de la isla aún representan toda una incógnita.

Hay algunos parlanchines que aseguran que eran los integrantes más fornidos de la tribu los que cargaban con estos enormes tótems a las espaldas, mientras los demás les hacían cosquillas con una rama y se reían a destajo. Pero las últimas investigaciones demuestran  que aquello hubiera sido humanamente imposible: los rapanui no conocieron la risa sino hasta hace algunos años atrás, cuando vieron el peinado de De la Sota.

Otros rasgos característicos de la etnia (que hoy por hoy no llega a los 3 mil miembros, sobre un total de 5 mil habitantes en toda la isla) son sus fuertes creencias religiosas y su conexión espiritual con los antepasados: se dice que los casi 900 moáis existentes son representaciones de familiares muertos (lo fieros que habrán sido los pobres).

Además, cabe subrayar su tradición guerrera (la lucha entre clanes habría sido una de las principales causas del despoblamiento sufrido) y su marcada enemistad con los chilenos, a quienes acusan de colonialistas. Esta última peculiaridad ha hecho pensar a más de uno en que los nativos en realidad no serían descendientes de polinesios, sino de peruanos. O de bolivianos. O de mapuches. O de… en fin.

Historias reales

Ojos levemente achinados, piel canela, los rapanui cuenta una historia que puede ser difícil de creer, pero que es tan real como el éxito de las tablets o la moda popular de linchar gente. Hablamos del “Tangata Manu”, una competición que se llevaba a cabo en el archipiélago y que consistía en lo siguiente: buscar uno de los primeros huevos de temporada de los pájaros autóctonos del lugar, y subirlo hasta el volcán Rano Kau.

El primero en lograr la proeza se convertía en “Tangata Manu” u “Hombre Pájaro”, lo que básicamente significaba ser gobernante del territorio durante un año, hasta la siguiente primavera. Seguro que ya habrá algún político contemporáneo con escaso nivel de intención de voto analizando la idea, e imaginándose entre placenteros delirios cómo le quedarían el pico y las plumas.

Hoy por hoy, los rapanui ya no llevan a cabo la contienda. Pero algunos todavía siguen viviendo en casas-cuevas, con puertas y ventanas bien bajitas, y a las que se ingresa prácticamente gateando, al uso de sus antepasados. También, muchos continúan llamando “ombligo del mundo” a la isla, lo que en el complicadísimo idioma local se dice “Te Pito o Te Henua”. Demasiado tono de amenaza y órganos sexuales involucrados como para que el viajero no salga disparando al escuchar la expresión. Es mejor prevenir que curar.

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