En nuestro país y en el mundo es notable la distancia que separa a los ciudadanos de sus gobernantes. Las últimas elecciones en EEUU y en las consultas populares: del Reino Unido -por el Brexit-, de Colombia -por el Acuerdo de Paz con las FARC- y de Italia, son un ejemplo elocuente de ello.
Las grandes y vertiginosas transformaciones sociales y tecnológicas que nos depara el siglo XXI hacen que muchos políticos no alcancen a percibir, interpretar, diagnosticar, asumir ni proyectar su regulación con la claridad y la premura que los electores -en su mayoría también desorientados- reclaman.
Estos cambios radicales se muestran en:
l la globalización, que internacionalizó el mundo de la economía y las finanzas: el sistema financiero, el mercado, el comercio y la actividad de grandes corporaciones;
* el “cambio climático”, la contaminación del ambiente y la acidificación y el aumento del nivel de los océanos, que afectan a la “Casa común”, como dice SS Francisco en Laudato Si’, y que el Acuerdo de París intenta paliar.
* la existencia de organizaciones internacionales violentas como ISIS y las dedicadas al narcotráfico, la trata de personas, el comercio de armas o que esconden el dinero de la corrupción;
* la homogeneización de las manifestaciones musicales, en el cine, la televisión, las redes sociales, las artes en general y en los usos y costumbres, como la vestimenta, la gastronomía, etcétera;
* el papel relevante que ha cobrado la ciencia, la investigación, la educación y la acumulación de conocimientos e innovaciones;
* la aparición y fortalecimiento de instituciones políticas y económicas supranacionales, y de normas y sistemas jurídicos para reglar el mundo globalizado.
La tendencia a la reducción del empleo, tanto en los sectores agrícola y extractivos, como en el industrial, que se encaminan al “empleo cero”, por la automatización y robotización, y por la necesidad de suprimir las formas de producción que contaminan o que están siendo remplazadas por otras mejores (v.gr.: los automóviles eléctricos por los que consumen nafta); lo que se completa en el sector terciario con la digitalización del gobierno y de la administración; y la multiplicación de organizaciones sociales que reclaman, protestan y exigen la soluciones a los problemas de alimentación, vivienda, salud, educación, etc, lo que el Estado y las organizaciones que lo complementan o lo suplen, no alcanzan a satisfacer.
Los planes sociales argentinos y de otros países tratan que los ingresos de ciudadanos sean más equitativos, como son: la bolsa-familia en Brasil; la “Renta mínima de inserción” (RMI) en Francia, o el dividendo social que reciben cada año los que viven en Alaska -EEUU- cuyo monto varía según el rendimiento del organismo gestor: Permanent Fund Dividend Application (en 2006, fue de U$S 1.106.96 anuales). Los suizos acaban de rechazar en un referéndum, con el 78% de los votos, la implantación de una “Renta básica de inserción” (RBI), de 2.500 francos mensuales que cobrarían todos sus habitantes, tengan o no ingresos. Iniciativas similares se propusieron ante la Comisión Europea en 2013, en Finlandia y en Utrecht -Holanda-.
La revolución en las comunicaciones hizo cambiar en política el diálogo, el discurso, el debate y las formas de relacionarse y consensuar. Tampoco es igual, ni parecida, en este siglo, la relación entre representantes y representados; ni el funcionamiento de los poderes dentro del Estado; nacional, provincial y municipal; como el de los órganos legislativos, ejecutivos y judiciales; y las amplias administraciones que los acompañan.
Los discursos, ilustrados con gestos e imágenes, son más breves y contienen títulos y subtítulos contundentes que acentúan las diferencias entre lo que se propone con lo que se quiere sustituir, y, muchas veces, descalificando al que piensa o sostiene lo contrario.
Las redes sociales son el vehículo más eficaz de comunicación. Las encuestas y los medios gráficos están en crisis y a los expertos no siempre se los escucha.
Los sistemas electorales y las prácticas representativas se crearon para una sociedad diferente de la actual, por eso es que ya no sorprende la aparición de outsider que denuncian al establishment y a los efectos negativos de estas mutaciones, como Donald Trump, en EEUU; Nigel Farage, en el Reino Unido; Alexis Tzipras, en Grecia; Beppe Grillo, en Italia; Marine Le Pen, en Francia; Pablo Iglesias, en España, etc, con propuestas, populistas o nacionalistas, poco claras de cómo remediar los males que denuncian.
Conclusión: los ciudadanos y los políticos debemos acercarnos y compartir más y mejor los nuevos problemas que nos aquejan.
Las opiniones vertidas en este espacio no necesariamente coinciden con la línea editorial de Los Andes.