Luis Alberto Romero - Historiador - Especial para Los Andes
Entre varios juramentos singulares de los nuevos diputados, el de Máximo Kirchner me resulta iluminador: “Por los que no aflojaron, no aflojan y no aflojarán”. No sé exactamente qué quiso decir, pero una vez dichas, las palabras desarrollan varios sentidos posibles. A partir de mis interrogantes, me parece ver en estas palabras una síntesis perfecta de lo que fue el kirchnerismo y lo que pretenden que sea.
Encuentro sentidos muy diferentes entre lo dicho en pasado y en futuro. “No aflojaron” describe sintéticamente a la banda depredadora que se prendió a la teta del Estado y “no aflojó” hasta dejarla exhausta. Hace unos días, el ministro De Vido estimó que en doce años la inversión pública en obras fue de 100.000 millones de dólares.
El 15% de la misma -el retorno o coima estándar- son 15.000 millones, una cifra congruente con los incrementos patrimoniales de los Kirchner y de quienes acompañaron la operativa. El sistema cubrió, además, todos los subsidios estatales -que solo llegaron a los pobres en una medida pequeña- y cuanta operación requería de la intervención de funcionarios del gobierno.
Como en cualquier asociación ilícita, el botín se habrá repartido conforme a reglas. Los jefes germánicos que en el siglo V asolaron el imperio romano, al repartir el botín se reservaban el “quinto real”, y esa norma rigió durante mucho tiempo. ¿Habrá sido esa la parte regia de los Kirchner?
En este caso, el reparto incluyó a los empresarios que fueron sus asociados necesarios. Algunos eran antiguos -los que estuvieron y quieren seguir estando- y otros nuevos, integrantes de lo que en Venezuela llaman la “boliburguesía”. Ellos tuvieron su pezón propio: la compra forzada de empresas, toda o una parte, que fueron sitiadas por el gobierno, con el agua cortada y “puestas a parir”, como en el caso recientemente hecho público de Pascual Mastellone y La Serenísima.
Ya es hora de que aflojen. El niño está grande y gordo. Llegó el momento del destete. Esta separación sería muy buena para el cortejo peronista que se alinea hasta hoy tras la conducción mafiosa y que desde ahora deberá caminar solo. Ojalá lo haga por la buena senda. De momento, siguen detrás del flautista de Hamelin, que lleva las ratas al río para que se ahoguen, y también a los niños.
“No aflojarán”, en cambio, alude a una épica y a un programa. Cristina está fundando la “resistencia”, con Hebe de Bonafini, D'Elía, Milagro Sala y La Cámpora. Eduardo Aliverti lo dijo hace poco: “No queda otra que militarla, cada cual desde su lugar, advirtiendo que se nos viene la noche”. Una noche a la que Cristina quiere arrastrar al PJ, pese a que una buena parte de sus miembros va a seguir viviendo a la luz del sol, gobernando en el Congreso.
La idea es asimilar este giro con la mítica “resistencia”, iniciada con el golpe de Estado de 1955 y concluida con el retorno de Perón. Para construir la idea, el traspaso del mando acaba de ser equiparado a un golpe de Estado; se espera que Cristina no deba esperar 18 años. Entre tanto, la consigna es replegarse en las bases, condenar a los “traidores” y mantenerse intransigentes frente a la “restauración conservadora”, que ya desde antes de asumir produjo la suba de precios y la escasez de dólares.
Hay muchos que, sin adoptar esta narración, no terminan de romper con Cristina, que ordenó no asistir a la transmisión del mando. Quizá sea sentimentalismo: darle un último alegrón a la jefa en retirada. Quizá sea un “por si acaso”. Pero en otros casos se trata de gente dispuesta a mantenerse en la enajenación. Durante todos estos años, los creyentes adoptaron una manera asombrosamente distorsionada de interpretar los datos duros de la realidad, como la inflación, para finalmente construir con ellos una realidad paralela.
En este sentido, el “no aflojarán” es un proyecto político que capitaliza la enajenación para construir con ella un proyecto político: recuperar la teta del Estado y su uso expoliativo, y con esa promesa soportar la travesía del desierto.
Pero hay algo más, que trasciende a kirchneristas y peronistas y llega hasta las bases de nuestra cultura política: la dificultad de integrar la vida cotidiana, en general tranquila y gris, con una imagen acorde, y la necesidad de una gesta heroica y una épica, en la que el pueblo derrote permanentemente a sus enemigos.
¿Desde cuándo? La épica no es ajena a nuestra cultura occidental, y los objetivos difusos pero movilizadores siempre fueron apreciados: en el siglo XII, los caballeros medievales abandonaban sus tierras y castillos para vagar por el mundo buscando el Santo Grial, el cáliz usado por Jesús en la Última Cena; creían sinceramente que alguna vez lo encontrarían, y mucha gente sigue creyéndolo hoy. Así funciona nuestra mente, en la que razón ocupa un lugar menor en comparación con el de la fantasía.
Viejas fantasías, arraigadas en nuestra cultura política, han sido retomadas y potenciadas por el kirchnerismo: el mito de la grandeza nacional prometida -nuestro Santo Grial-, el del complot de los eternos enemigos del pueblo y de la nación -los grandes poderes- y el de la unión mística entre el auténtico pueblo y sus líderes, enfrentando a la “antipatria”.
Lo hemos visto funcionar en muchas ocasiones, a veces en serio y otras en chiste, como ocurrió en estos doce años. Pero sigue siendo eficaz. Siempre habrá quienes quieran satisfacerse con la fantasía de “no aflojar”, algo individual, que no requiere la participación de otro. Siempre habrá quienes, en torno de esa fantasía, construyan un colectivo que satisfaga el espíritu gregario. El problema es cuántos son y qué responsabilidades o capacidad de mando tienen.
En ese sentido, el “no aflojarán” es una invitación a potenciar la patología, liberada de cualquier razón práctica, Podría ocurrir que, sin el sostén material que ha tenido estos años, el grupo de creyentes tienda a reducirse. Pero las cuestiones traumáticas son complicadas y sus desviaciones difíciles de resolver. No será la primera vez que un loco enloquezca a una sociedad.