Por Rodolfo Cavagnaro - especial para Los Andes
Después de la movilización del 1A, el presidente Macri sintió que salió fortalecido y mucho más lo sintió ante el pobre paro de la CGT del 6 de abril.
Desde entonces, el presidente apareció con más bríos y embistiendo con más fuerza, poniendo el acento en los sindicalistas opositores, a los que identifica con el kirchnerismo, el opositor elegido con vista a las elecciones.
Los mismos funcionarios, que se entusiasmaron con la lectura política de esos eventos sienten que no tienen el mismo respaldo cuando los ciudadanos tienen que mostrar su confianza en la marcha de la economía. La inflación acumulada en el primer trimestre del 6,1% muestra que, a pesar de la caída del consumo interno, las empresas siguen subiendo precios compensando menos ventas con más facturación.
Pero los consumidores, a su vez, no están dispuestos a convalidar esta acción de las empresas y restringen el consumo. Por una parte, porque el poder adquisitivo de sus salarios se ha visto afectado por la inflación, porque están muy endeudados y, además, porque perciben que la expectativa inflacionaria es menor, aunque más alta que la que fijó el gobierno. Por eso no tiene apuro en comprar.
Además, los que pueden ponen sus ahorros en dólares, que saben que están muy baratos, y corren a las fronteras de Chile, Uruguay, Paraguay o Bolivia a comprar mucho más baratos desde electrónica, hasta calzados e indumentaria. Esta actitud es calificada como "antipatriótica" por algunos funcionarios voluntaristas, pero lo cierto es que los consumidores expresan de esa manera su malestar por lo que consideran una mala gestión de la economía.
Entonces queda claro algo que parece muy contundente y, a mi juicio, obliga a una lectura más precisa de las expresiones de la sociedad. Está claro que desde los sectores kirchneristas hay un intento cierto de desestabilizar al gobierno, pero tiene aliados del campo empresario. La apertura de la economía no les gusta para nada. Nuestros empresarios no les temen a las regulaciones ni a los funcionarios. Sólo le tienen pánico a la competencia y, cuanto mayor sea, más poder tienen los consumidores, algo que les provoca mucho miedo.
Pero creo que la lectura de la movilización, sobre todo del 1A, fue la de apoyar la institucionalidad, por sobre todas las cosas. Además, la sociedad siente que el cambio le pertenece porque fue la misma sociedad la que lo buscó. El cambio no es de Macri, sino de la sociedad que lo votó para que llevara adelante el proceso. Esa misma sociedad le dice a Macri: “Te apoyamos Mauricio, pero no estamos conformes”.
Decisiones confusas
El gobierno comenzó tomando decisiones ineludibles. Salir del cepo cambiario y del cepo comercial eran obligaciones fundamentales. Arreglar con los holdouts era una obligación para volver a los mercados internacionales y terminar definitivamente el capítulo del default. Eliminar las retenciones a las exportaciones era fundamental para que despegara el campo, así como eliminarlas al resto de las exportaciones regionales. El sinceramiento de las estadísticas del Indec también aportaron claridad para trabajar sobre base cierta
Pero este gobierno, en este lapso, debería ser evaluado más por las cosas que evitó que por las que efectivamente concretara. El volumen del gasto público financiado con emisión monetaria nos proyectaba, casi de manera segura, a una nueva hiperinflación. El drenaje de dólares de las reservas del Banco Central por el atraso cambiario, haría quedar sin reservas al país en un corto lapso, mucho más con las operaciones de dólar futuro que habían dejado armadas.
Pero el gobierno cometió el error de no sincerar con claridad el problema de los atrasos tarifarios y su dimensión real y la forma en que los subsidios pesaban sobre la inflación. Cuando quisieron hacerlo, lo encararon con tantos errores que generaron una crisis de proporciones.
Pero el problema mayor es que quisieron hacer un sistema de ajuste gradual en todas las variables. Este gradualismo fue tan lento que cada paso del ajuste era un problema y una queja. En varias columnas señalamos que el gradualismo lento era un ajuste en sí mismo. Esto dio lugar a que las empresas adelantaran inflación y que los consumidores salieran a gastar para evitar el impacto del proceso en sus salarios y se consumieron ahorros futuros.
El atraso cambiario
El gobierno siempre temió que si el dólar estaba totalmente libre, dado que ya existía atraso cambiario, la gente se volcaría a comprar divisas y subiría mucho el valor de la moneda norteamericana. Esta suba tendría efectos inflacionarios adicionales que complicaría los planes del gobierno para bajar las expectativas inflacionarias.
El Banco Central decidió subir de manera muy fuerte las tasas de referencia y las mantuvo en 28% durante bastante tiempo. Esto desalentó las inversiones en divisas y llevó a los inversores a tomar posiciones en pesos para tomar las letras del BCRA. Era una medida ortodoxa monetarista. Esto hizo que el crédito fuera más caro y más difícil para las empresas financiar su funcionamiento y, mucho más, el crecimiento.
Pero estas medidas, efectivas en el corto plazo, trajeron como consecuencia una retracción de la economía que postergó la tan ansiada recuperación del segundo semestre de 2016. No obstante, el gobierno prometió que la misma llegaría en el primer trimestre de 2017. Ahora lo prometen en el segundo semestre.
Mientras tanto, el gobierno hizo múltiples guiños a los capitales extranjeros para que se instalaran e invirtieran en Argentina. Todos los foros han estado llenos de empresarios que ven con optimismo el futuro, pero ninguno invierte. Ahí comenzaron a aparecer los problemas: costos internos muy altos, carga impositiva muy elevada, trabas burocráticas, costos laborales elevados.
El gobierno está tratando de buscar soluciones pero no acierta. Quiere bajar la inflación a costa de atrasar el tipo de cambio y generar recesión en la economía. Por otra parte, quieren reactivar el consumo y sacan un plan, como Precios Transparentes, que por estar mal comunicado y mal estructurado hizo aumentar los precios y caer las ventas.
El BCRA, ante el rebrote inflacionario del primer trimestre, decidió otra fuerte suba de tasas, pero lo que conseguirá es postergar el crecimiento. Mientras tanto, las economías regionales penan por falta de competitividad y porque la reforma impositiva no saldrá hasta el año próximo. Con este panorama, lo único que se reactiva un poco es la construcción, por los préstamos de la banca oficial y la venta de los autos por el stock excedente que genera la crisis de Brasil.
Así las cosas, la gente está enojada. La misma gente que apoya al gobierno, le exige. No con la idea de volver atrás sino con la necesidad de ver realmente un cambio. Las decisiones populistas de fines del año pasado, dando plata a grupos piqueteros, cayó muy mal en la población. El crecimiento del empleo público en la Nación, provincias y municipios no forma parte del cambio que la población votó. Aunque aprueban la reparación histórica a los jubilados, piden pista para poder trabajar.
La población quiere vivir mejor, tener trabajo y recuperar la esperanza. Todas las demandas serán contra el gobierno, que deberá acostumbrarse a que desde sus propias filas vengan los reclamos. El 1A no fue un cheque en blanco. Fue una reafirmación de la sociedad de que el cambio le pertenece y exigirá que se produzca.