La vida de los pueblos es plácida y amena, tienen iguales problemas que los que tiene el citadino pero el habitante de la ciudad resuelve todo con vértigo. En cambio en el pueblo existe un ambiente más calmo que permite pensar más las cosas, tomarse unos segundos más de tiempo para resolverse.
Hemos hablado en este mismo espacio del concepto de federalismo que no se aplica plenamente. Protestamos frente a las prerrogativas que tiene Buenos Aires y la poca trascendencia que se le da a las provincias, pero hacemos lo mismo nosotros con nuestro lugar de residencia. ¿Qué sabemos de lo que está pasando ahora en Las Catitas, Coquimbito, Pareditas, Villa Atuel, Agua Escondida. Ni idea. No tenemos ni la más remota referencia de lo que allí ocurre y muchas veces no tenemos idea de que estos lugares existen.
Son hermanos, habitantes de un territorio en el que no debería haber diferencias entre los que viven rodeados de campo y los que lo hacen rodeados de cemento.
A veces parecen una cápsula perdida en el tiempo; poco entra, poco sale, permanecen inalterables como un monumento al olvido.
Todos se conocen, no digo que todos sean amigos, pero todos se conocen, por lo tanto todos se saludan todas las veces que se encuentran en el día. Tienen lugares comunes como el bar del pueblo, donde se juntan los parroquianos a distraerse con una charla extensa o con un truco furibundo, entre vasitos de ginebra, de fernet o un buen vino de la zona. Y se extienden abultando la alegría con chismes, con chistes y con sobrenombres.
No tienen medios de información. Sin embargo las cosas se saben con rapidez, y como saben que están solos, la solidaridad se muestra cada vez que es llamada a intervenir.
Yo nací en un pequeño pueblito de la llanura santafesina y alguna vez escribí una poesía que trataba de resumir lo que en él ocurría: Si quiere entender mi pueblo / tendrá que andar muy despacio / los que llegan con apuro / seguro pasan de largo / No es lugar para el asombro / ni sucede nada extraño / su vida es cuidar la vida / de su gente de trabajo / abrigarla por las noches / de día prestarle el campo / y enterrar los almanaques / justo a la muerte del año / Para tantas cosas simples / no sirven los apurados / por eso para entenderlo / tendrá que andar muy despacio.
Allí están y subsisten con una paz solariega que causa envidia. Tienen tiempo para presentir el día siguiente y saben a quién buscar cuando la soledad les gana el lado izquierdo.
Son nuestros aunque nosotros no sepamos que existen, en estos momentos están tramando un espacio nuevo de vida y será, fundamentalmente, amable, como son ellos. Gente simple que prefiere la simpleza ante que las contemplaciones de las grandes ciudades. En ellos vive también la mendocinidad, tal vez una mendocinidad más pura y tal vez más genuina.
Cuando llega la noche de farra saben cantar, la guitarra se hace presente y despunta un racimo de tonadas incomparables. Entonces se nombran en el cogollo y es como si se nombraran para siempre, como si se eternizaran.
Los pequeños pueblos de mi provincia, donde habita la cuyanía con pequeñas pretenciones, los que le dan sustento a la ciudad con su labor de todos los días, los que prefieren cruzar las calles sin semáforos.