Los psicólogos ya tratan el acoso entre vecinos

El maltrato de un vecino a otro es un fenómeno que crece y trasciende lo judicial, por lo que la psicología ya le puso nombre: blocking. Tres casos en Mendoza que revelan el problema.

Los psicólogos ya tratan el acoso entre vecinos
Los psicólogos ya tratan el acoso entre vecinos

La excusa (que bajo ningún punto de vista se puede transformar en justificativo) suele variar dependiendo del caso y puede haber tantos detonantes como episodios.

La música fuerte, la alarma que se “dispara” constantemente, la limpieza de una vereda -o pasillo, en el caso de los edificios-, problemas de humedad, una canilla que gotea, los olores, la mascota o -simplemente- una cuestión de “no pegar onda” son apenas algunos de estos desencadenantes, que suelen derivar en consecuencias impensadas.

Como sea, lo cierto es que en un contexto en el que permanentemente se habla y surge la preocupación por distintos tipos de acosos o maltratos (como el mobbing -en el ámbito laboral- o el bullying -en el escolar-), asoma ahora una nueva forma de maltrato, cada vez más visible.

Se trata del blocking, que refiere al maltrato vecinal sistemático y sostenido, y que tiene su origen etimológico en la palabra ‘block’ (que en inglés significa ‘bloquear’, es decir restar credibilidad, denigrar y focalizar todos los problemas que surgen de un conflicto en una sola persona, en este caso un vecino).

“Todo puede empezar por un episodio específico entre dos vecinos, pero deriva en una agresión constante, sistemática y sostenida hacia una persona. De hecho, el bullying, el mobbing y el blocking tienen las mismas características, ya que no son situaciones aisladas. Son ataques de guante blanco, teniendo en cuenta que no quedan rastros.

Es un acoso moral, una violencia insidiosa, fría y tan peligrosa como invisible. De hecho, en el caso del blocking por lo general termina socavando a la persona que lo sufre”, indicó Mario Lamagrande, psicólogo mendocino que se ha especializado (junto a su colega Daniel Cebreros) en el tema. De hecho, ambos llevan distintos casos registrados en Mendoza, y todos han llegado al ámbito judicial.

“Es un episodio novedoso, que no tiene más de cinco años. Por eso aún no se lo considera dentro de las enfermedades sociales e, incluso, las pericias suelen re victimizar a quien es agredido, destacando que es una persona con problemas de confianza e inestable. Pasando en limpio: normalmente se los trata de locos a aquellos que sufren esta violencia y llegan a denunciarla”, explicó Cebreros.


Episodios
Caso I. Ubicación: barrio de clase media de Mendoza. Protagonistas: una joven de 25 años y su vecina. El conflicto se desata hace un tiempo por la construcción de una medianera, hasta que va agravándose y llega al extremo de que la vecina de la joven ("una mujer de mediana edad") denuncia a la primera acusándola de haber asesinado a su gato.

La joven recusa la primera denuncia y las pericias finalmente corroboran que nunca existió el episodio denunciado. La primera acusada presenta entonces una contra denuncia por la falsedad de la acusación. Sin embargo, al momento de entrevistar a la joven víctima, los peritos determinan que ésta tiene características de paranoia.

Pero allí no acaba la historia. Actualmente siguen siendo vecinas y la mujer que presentó la falsa denuncia en un principio, la filma y la fotografía cada vez que la joven sale de su casa. Incluso, la difama en el barrio para que no consiga trabajo.

Además, cuando coinciden en un negocio, la vecina de más edad se tapa la nariz haciendo ademanes con su mano referidos a un mal olor o hasta llega a persignarse.

Caso II. Ubicación: un barrio privado de Mendoza. Víctimas: una pareja que vive en el lugar. Tras coincidir en una reunión de padres en el colegio al que asisten sus hijos, los adultos se nuclean en un grupo.

Allí comienzan a atar cabos -quizás inexistentes- buscando coincidencias entre distintos episodios que vivieron recientemente en la zona, todos vinculados a robos y extravío de materiales de construcción y herramientas.

A modo de veredicto, todos concluyen en que el ladrón es el padre de uno de los chicos, acusándolo tanto a él por los robos como a su esposa por “hacerse la amiga mientras él nos roba”.

La agresión en este caso incluye escraches públicos por medio de una página web “anónima” y constantes ataques por WhatsApp.

Caso III. Ubicación: uno de los tantos barrios mendocinos. Víctima: un adolescente. Una mujer toma un marcado encono hacia un joven que vive en la misma cuadra que ella. Todo parece indicar que es ella quien insta a sus hijos (menores de 18 años) a que insulten y le griten "¡Puto!" cada vez que puedan.

Cansado de la situación, el adolescente se presenta ante la mujer para quejarse de los constantes ataques de los chicos, a lo que la madre -lejos de recriminar el comportamiento de sus hijos- los apaña y se suma a los ataques.

En medio de una discusión, y cansado de las agresiones infundadas, el joven cierra su puerta violentamente y lastima la nariz de la mujer, quien -además- lo denuncia por la agresión.


Preocupante
Tanto los tres casos mencionados como otros tantos que se registran a diario y no toman trascendencia pública evidencian con claridad lo que es el blocking.

“Los vecinos son personas que uno no elige y que tocan al azar. Y es en el vínculo entre ellos donde mejor se trasladan los conflictos y las diferencias socio económicas, de costumbres y de otro tipo. La mecha puede encenderse con cualquier chispa (por ejemplo, en un edificio los olores a la hora de cocinar), pero luego el conflicto se va agravando de forma sostenida hasta llegar a insultos, pintadas en las paredes, rayaduras de auto, envenenamiento de mascotas y -en situaciones extremas- hasta la propia muerte”, destacó Lamagrande.

Si bien no se trata de un acoso novedoso, lo cierto es que se ha hecho más evidente en los últimos tiempos, en especial en los emprendimientos urbanísticos más comunes de esta época (dúplex, monoblocks, countries).

“Uno piensa que se trata de algo pasajero y trata de acostumbrarse. El tema es que se vuelve sostenido, de todos los días, ya que la persona que ataca busca eliminar al otro, es una cuestión territorial”, agregó Cebreros, sosteniendo que -por lo general- quienes recurren a estas técnicas son personas que tienen baja autoestima.

Justamente por su característica de “guante blanco” -quien agrede a otro con estas actitudes prácticamente no deja evidencia- es que es muy complicado detectar estos casos. Por esta razón es que tanto Lamagrande como Cebreros recomendaron a quienes sufran blocking que busquen acompañamiento psicológico y que hagan una denuncia judicial.

“En situaciones extremas hay dos posibles salidas por las que la gente suele inclinarse, pero que no solucionan nada. Una de ellas es que la persona acosada se mude, mientras que la otra es la muerte. Y, por lo general, quien mata es el agredido, ya que se cansa de sufrir violencia de forma sistemática. Por eso es fundamental tener conocimiento de cómo actuar en estos casos. Es un alivio”, sentenció Lamagrande.

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