Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar
"Puesto que nadie piensa que sus desventuras puedan ser atribuidas a su poquedad, tendrá que encontrar un culpable".
"Para acorralar a un espía o a un conspirador, no es necesario encontrar pruebas; es más fácil y más económico construirlas, y, si es posible, construir al espía mismo".
"Es necesario un enemigo para dar al pueblo una esperanza".
"Es preciso que las revelaciones sean extraordinarias, perturbadoras, novelescas. Sólo así se vuelven creíbles y suscitan indignación".
"Un mercado antijudío se abría no sólo por el lado de todos los posibles nietos del abate Barruel (que no eran pocos), sino también del lado de los revolucionarios, de los republicanos, de los socialistas".
"Mientras se trabaja para el amo de hoy, hay que prepararse a servir al amo de mañana".
"El cementerio de Praga". Umberto Eco (Lumen, 2010).
Durante toda su larga actividad ensayística, Umberto Eco ha estado fascinado por entender el papel de la conspiración en la historia humana, sin dejar nunca de sorprenderse por la amplia credulidad que demuestran incluso muchas personas inteligentes por tratar de encontrar una explicación secreta y unívoca a lo que aparece disperso o inexplicable en la superficie de las cosas.
El libro citado de Eco, “El cementerio de Praga” es la historia mitad novelada, mitad real, de cómo se construyó el tristemente célebre pasquín llamado “Los Protocolos de los sabios de Sión” que hablaba de una delirante conspiración judía para dominar el mundo y que muy bien conecta, con la Argentina presente, el historiador Luis Alberto Romero en una nota escrita para esta edición de Los Andes en la página 24 de esta sección.
Las frases del libro que reproducimos arriba son las que hablan de un clima que se genera en determinadas épocas en las que la sospecha, la corrupción y el oportunismo se apoderan de la vida pública. Otra similitud entre el tiempo y el espacio de gestación de los Protocolos con los nuestros presentes.
La conspiración como modo de entender la realidad política podría considerarse como una etapa superior (en su delirio) del llamado "relato" K.
El relato nos avisa de cómo van apareciendo los enemigos, uno tras otro, para acabar con el proyecto nacional y popular.
Así, el primer gran relato de la era cristinista (en la era nestorista hubo otros, como la lucha contra la Iglesia de Bergoglio que luego se revisaría) fue el que se hizo contra el campo. Luego vendría el de la guerra contra la prensa y finalmente se instalaría el combate contra la Justicia. Entre medio, muchos otros enemigos menores, en particular traidores internos y todo tipo de confabulaciones para la popular.
La conspiración es algo más profundo o más enrevesado: nos habla de cómo cada uno de esos enemigos, al no poder vencer por sí solo al gobierno nacional y popular, toma contacto con los otros en alguna catacumba secreta y se confabulan para unirse y así en conjunto derrotar al gobierno benefactor del pueblo que afecta sus intereses correlacionados.
Fue precisamente uno de los actos más secretos y ocultos de la política kirchnerista de toda la década el que la hizo pasar a Cristina del relato convencional al relato conspirativo: el encuentro ultra reservado en una ciudad siria que el canciller Timerman sostuvo con sus pares iraníes para reconstruir las relaciones entre ambos países, seriamente afectadas por las sospechas acerca de la participación de Irán en el atentado a la AMIA en los años 90.
Encuentro que el periodista Pepe Eliaschev descubrió apenas realizado y que por eso fue el primer difamado de la trama conspiracionista que desde ese día dominaría el espíritu de Cristina y de su núcleo duro.
Como era de prever, salvo para el gobierno enceguecido por su nuevo relato, lo de Irán no podría sino ir de bochorno en bochorno, de escándalo en escándalo.
Sean cuales fueran las razones por las cuales Cristina quiso reconciliarse con los teócratas persas, nunca podría engañar a nadie con ese esperpento de vender, como búsqueda de justicia hacia las víctimas de la AMIA, lo que en los hechos era un indulto político hacia la República de Irán.
Desde ese entonces, como una especie de Protocolos de los sabios de Sión invertidos, se comenzaron a armar los Protocolos de Cristina escritos por ella misma y por sus “sabios” conducidos por Timerman, un hombre dispuesto a negar a su propio pueblo en nombre de una ideología o de una razón de Estado, o incluso algo peor.
El argumento es simple, como todas las tramas conspirativas: por necesidades políticas de no enfrentarse con los Estados Unidos hasta solucionar el problema de la deuda externa, Néstor Kirchner aceptó la tesis de los servicios secretos judeo-yanquis de la culpabilidad de Irán en el atentado a la AMIA, que en la Argentina estuvo representado por el tándem Nisman-Stiuso.
Pero con el tiempo Cristina fue convencida por Hugo Chávez de que para hacer la revolución en serio se necesitaba el apoyo de Irán, una teocracia revolucionaria porque era el principal enemigo de EEUU e Israel.
Entonces, bajo el argumento de que no quería jugar el juego de las grandes potencias, Cristina inició el acercamiento a Irán que terminaría con el vergonzoso memorándum que nos puso en ridículo en el mundo y del cual hasta los propios iraníes se burlaron cuando no pudieron obtener la impunidad internacional que buscaban, porque la acusación argentina en sí jamás les importó, de acuerdo a nuestra inexistencia en el tablero internacional.
Todo se multiplicó por mil con la muerte de Nisman, donde ya el delirio conspirativo se transformó en la principal política de Estado en la Argentina, puesto que se dispuso todo el aparato gubernamental para cambiar de cuajo las alianzas internacionales del país en la convicción de que una gran conspiración quiere acabar con Cristina. Una conspiración de dimensión mundialista.
La construcción del relato conspirativo no sólo se ocupó de transformar a Nisman en un demonio viviente, homosexual y mujeriego a la vez, alcohólico y corrupto también, lavador de dinero seguramente.
Lo que se buscó fue algo más: conectar a Nisman con una conspiración internacional contra la Argentina donde Estados Unidos e Israel, la DAIA y la AMIA, los fondos buitres y el juez Griesa, forman parte de una misma trama macabra del cual los opositores políticos argentinos y los medios de comunicación concentrados operan como la pata política interna destituyente. Unos perfectos Protocolos.
Lo que nunca se sabe demasiado bien con los conspiracionistas es si realmente se creen sus fabulaciones o si se trata solamente de un engaño consciente que ellos realizan para lograr sus objetivos echando la culpa a los demás de sus propias culpas. Todo lleva a pensar, de acuerdo a como ha actuado el kirchnerismo siempre, que se trata de esta segunda opción, que es un fraude que sus perpetradores no ignoran.
Sin embargo, cuando uno recuerda que en una asamblea internacional donde se encontraba Obama la presidenta argentina dijo en su discurso que los ejecuciones de Estado Islámico (ISIS) le parecían un montaje armado vaya a saber por qué intereses, las cosas dejan de ser tan claras.
Quien es capaz de decir tamaña osadía tan carente de todo sustento, parece algo peor que un engañador que quiere engañar; más bien parece un engañador engañado. Un conspiracionista que ha caído presa de su propia conspiración.