El vital recurso en todas sus formas de conservación en nuestro continente es agredido permanentemente por el hombre, ya sea en los ríos, espejos de agua o acuíferos, debido a los usos múltiples que la vida actual exige. Esta situación amerita una detallada y precisa actividad de gestión debido a la creciente dificultad de contar con el agua en estado natural y además purificarla y colocarla en el sistema de distribución listo para el uso y consumo humanos.
Brasil dispone del 12% del agua dulce en el mundo y, aun así, hoy está en crisis principalmente en la región sureste, donde está la mayor concentración poblacional.
A los clásicos problemas de desperdicio, contaminación, distribución irregular y pérdidas por deficiencias en el mantenimiento del sistema de distribución, debemos agregar ahora la mayor sequía en los últimos 85 años en el país, algo que es muy grave porque, salvo raras excepciones, su población siempre ha vivido sin limitaciones en el uso del agua y sin los riesgos que normalmente presentan la mayoría de los países ecuatoriales.
¿Cómo comenzó la presente crisis hídrica? Simplemente durante el 2014 no llovió, o por lo menos, no lo esperado. Consecuentemente, los reservorios mermaron su contenido. Algunos ríos importantes, como el San Francisco al norte del país, se secaron en sus nacientes por primera vez.
Cariocas y paulistas, que al promediar febrero de 2015 están inmersos en una profunda sequía, suelen decir frecuentemente que Dios es brasileño, con lo que seguramente esperan que en los próximos días lloverá todo lo necesario para que no tengan que aplicar medidas extremas como las vedas que ya anunciaron en caso de que esto no ocurra a la brevedad.
La verdad es que entre Dios y el pueblo están los gobernantes, que son los auténticos responsables de las imprevisiones manifiestas por error o por omisión en las que han incurrido al no planificar eventuales soluciones para estos fenómenos que su Estado, región o incluso el país pudieran alguna vez transitar como en este presente.
Sin embargo, Dios había avisado por boca y letra de los científicos que estos eventos podían ocurrir debido a las acciones humanas de los últimos años, ya sea por la quema de combustibles fósiles pero especialmente por el desmonte, no sólo del Amazonas sino también de la mata atlántica, que es el otro costado verde del país.
Sabido es que la floresta funciona como una fábrica de lluvias, asunto que fue meticulosamente estudiado por dos científicos: el francés Gerard Moss y el brasileño Donato Nobre, que sobrevolaron la Amazonia y descubrieron el itinerario de las nubes de agua a las que llamaron ríos aéreos provenientes del océano Atlántico atraídos por la baja presión atmosférica de la región y llegando hasta la cordillera de los Andes, para luego comenzar a bajar hacia el sur irrigando todo el recorrido por donde pasan, después de recoger todo el vapor de agua que produce el bosque amazónico.
Estudios posteriores a las constataciones de estos científicos permitieron formular un análisis más preciso del sistema hídrico amazónico. Son cuatro etapas de formación de vapor de agua en la floresta que se inician con las lluvias que proceden del océano, quedando el agua almacenada en el suelo poroso o en acuíferos. Allí comienza a ser absorbida por las raíces, que pueden llegar hasta 20 metros de profundidad, y a través del sistema arterial de los árboles sube hasta su cima.
Luego, con la energía solar todo el sistema de follaje toma temperatura y desprende vapor y otros compuestos orgánicos que ayudan a condensar las nubes. Esa es la lógica de las lluvias de verano que explican el verde del Brasil en latitudes entre los trópicos que no son frecuentes en otros continentes.
Es obvio que en la presente situación, debido en gran parte al talado de los bosques y a las posteriores quemas de limpieza de campos destinados ahora para la agricultura o la ganadería, el sistema descripto no funcione correctamente y es lo que está rompiendo el equilibrio natural de humedad de la región, derivando en buena parte en la falta de lluvias que afecta hoy a una gran extensión del territorio brasileño.
Para tener una idea de volumen, San Pablo tiene, según publicaciones de O Estado, ocho sistemas productores que proveen casi 70.000 litros por segundo. cada habitante consume 250 litros por día en esta ciudad que tiene unos 20 millones de habitantes incluyendo el gran SP, lo que significa que el consumo total diario estaría en el orden de 5.000 millones de litros, más lo que se pierde por defectos de la red de distribución, que llega hasta un 40% del líquido transportado.
La expansión de la frontera agropecuaria ha producido grandes ganancias al país por el boom de soja y de la carne que ha convertido al Brasil en el gran exportador de estos commodities y una de las diez economías más importantes del mundo.
Veremos de aquí en más cómo se comporta dicha economía en los próximos años en el caso de persistir a la baja el régimen de lluvias como actualmente y si la clase política brasileña comienza a ver más allá de sus pestañas o planifica más allá de su incompetencia, para armonizar su crecimiento y la protección del principal recurso natural de la Tierra de manera conjunta.