Las hileras se divisan a la distancia y una ermita de la Virgen de la Carrodilla da la bienvenida a lo que será el origen de aquello que generalmente palpamos en una botella de vino. Será el inicio de un proceso de trabajo que caracteriza a nuestra provincia en el mundo. La apertura de una mirada intrínseca acerca de lo que nos identifica como mendocinos.
La viña. Esas vides "aplastadas" por telas antigranizo, que descuelgan racimos negros a punto de ser cosechados. Viñedos fortalecidos por el tiempo, que una vez maduros hacen historia y nos regalan leyendas de truenos y crisis modernas. Porque la virgencita los protege de las tormentas, y el viñatero de los malos tiempos.
Así, al ritmo del crecimiento de esa semilla y con la esperanza de cosechar sus frutos cada marzo, viven los Poloni en La Consulta, San Carlos. Van por la tercera generación de viñateros y, orgullosos, pasean entre el cultivo padre e hijo, pronosticando con los jornaleros el éxito o no de un año de trabajo en la tierra.
La conclusión siempre busca ser positiva, más allá del bajo precio de la uva una vez cosechada, de las amenazas de granizo para la noche entrante o de la pérdida de interés en los jóvenes por esta labor que se nos hace carne en Mendoza así como una acequia. ¿Alguien puede imaginarse nuestro territorio pelado de viñas?
“Es el espíritu por mantener este trabajo al que me dedico de niño, el amor por estas tierras que nos une como familia”, describe Juan Poloni (76) apoyado en uno de los palos de las vides, y mira la profundidad de su finca. “Son 12 ó 13 hectáreas, más o menos, no sé si serán muchas, para nosotros son todo en nuestras vidas”, confiesa él, que continuó la labor vitivinícola que inició allí su padre y que ahora sostiene junto a su hijo, Juan, de 38 años y contador.
-¿Qué es lo que más rédito le dio tener estos viñedos?
-Que mis hijos pudieran estudiar. Uno es contador y el otro, ingeniero industrial. Yo quería darles un estudio universitario y lo logramos con mi mujer gracias a estas plantas. Eso es una satisfacción. No estoy disconforme con esta finca. Al contrario. Vivimos tranquilos, siempre hay crisis o tormentas, lo importante es estar unidos y mantener esto que tanto nos costó tener. A mí y a mi padre.
-Habla con mucha pasión por este lugar…
-Y... sí, señorita. Queremos mucho la viña porque aquí nacimos, nos criamos y formamos nuestra familia. Tenemos a don Carvacho (89) que lleva como 40 años con nosotros, es nuestro casero, es parte de nuestra familia también. Acá nos conocemos todos, somos todos una gran familia. Lástima que muchos ya no estén o hayan vendido sus fincas para irse a la ciudad. Ahora, acá en San Carlos, se ven sobre todo los grandes emprendimientos que son de capitales extranjeros. Es difícil encontrar a dos generaciones o tres, como va la nuestra, unidas por este trabajo.
-¿Cómo es el proceso de trabajo para llegar bien a una cosecha?
-El proceso, una vez terminada la vendimia, empieza por la poda, continúa con la atadura. Después sigue la desfrota, el cruzar los brotes entre los alambres y cuando llegan a unos 10 centímetros empezamos con las curaciones cada 20 días para sacar buena calidad de uva. Después viene lo que es el guano o los abonos. Ahora estamos despampanando, que es cortar los brotes de arriba de la planta. Para estas hectáreas, que en su mayoría son malbec, se necesitan cuatro jornales permanentemente y un tractorista. Yo ya estoy grande, con don Carvacho mucho no podemos ayudar.
Así sonríe y bromea don Poloni con su edad, aunque mantiene su espíritu y su figura intactos. Enrique Carvacho, su casero, tiene la piel más rajada por caminos más empedrados de su vida que los llevó a su lugar en el mundo cuando cruzó la cordillera desde el norte chileno para radicarse en la finca de los Poloni. El señor todavía hoy tiene su huerta que se las ingenia para sembrar entre las hileras de las viñas, y ése es su mayor alimento, de vida y de salud. “Yo acá vivo solo, pero estoy muy bien acompañado por ellos”, suelta con voz cansina Carvacho y sin perder su tonada chilena, a los 89 años, y por supuesto no se imagina viviendo en una ciudad.
Los Poloni son productores que se dedican sólo a vender la uva, no producen vino. Y sus vides se mueven al ritmo también de las modas. “Teníamos uvas de mosto, pero ya casi no tenemos nada porque ahora se buscan las uvas finas, sobre todo el malbec. Otros años era la uva semillón u otros varietales... Qué sé yo, es difícil seguir las tendencias porque para sacar un buen malbec, a la planta le lleva más de tres años”, detalla el mayor de los Poloni y confirma: “Todo se lo debo a la viña, no puedo renegar de ella”.
Juan aprendió al lado de su padre y su tío, junto a su hermano con el que continuó la tradición. Y recuerda de aquellos años los asados de fin de cosecha en el patio de su casa que no era más que entre las viñas.
De las nuevas generaciones considera que no hay ganas de trabajar la tierra, pocas familias siguen como nosotros con esto, la mayoría ha vendido y lo hacen para irse a la ciudad. “Y los que compran son grandes empresas que usan la tierra para complejos, para el turismo, muy pocos mantienen las fincas para la producción de viñas”, advierte.
“Es un problema a la hora de la cosecha, porque no se consigue gente”, lamenta Poloni. Y nos deja esta reflexión al final de un encuentro que nos devuelve a nuestros orígenes, a las raíces de nuestra identidad.
Orgullo
Los Poloni en familia asisten, cuando pueden organizarse y acceden a la compra de entradas, a la Fiesta Nacional de la Vendimia en el teatro griego Frank Romero Day. Los años que no han podido ir, sigue el acto por la televisión. Eso sí, no faltan a las departamentales. Están orgullosos de su nueva reina, que es de La Consulta, María Laura Micames. “Es muy linda la piba, acá todos la conocemos, viene de una familia de bien”, destacan.