Los políticos también son motivo de risa

Claudia Román publicó un libro que cuenta cómo varios héroes de la Patria fueron retratados bajo el prisma de los medios de su tiempo.

Los políticos también son motivo de risa
Los políticos también son motivo de risa

La anécdota es conocida: Sócrates gustaba de presentarse como un tábano zumbando alrededor de ese caballo perezoso llamado Atenas. Desde entonces, enjambres de estos insectos han revoloteado alrededor de diferentes hombres de Estado (la referencia llegó a convertirse en lema del diario Crítica, de Natalio Botana, por citar un ejemplo local).

Por lo general, estos emprendimientos tuvieron mejor suerte que los del filósofo griego, condenado a muerte por sus conciudadanos. En Argentina, el nombre de El Mosquito marcó el comienzo del periodismo gráfico.

La investigadora Claudia Román acaba de publicar Prensa, Política y Cultura Visual. El Mosquito, Buenos Aires, 1863-1893 (Editorial Ampersand), un exhaustivo ensayo que recorre las vicisitudes del semanario satírico que, a lo largo de treinta años, se describió a sí mismo como una “fábrica argentina de fama, datos para la historia y conservas para la posteridad”.

Sus caricaturas llegaron a decorar, nada menos, que el refugio en Carapachay de Domingo F. Sarmiento, una de sus víctimas más recurrentes, marcando modas y tendencias tan contundentes como lo harían las “Chicas” de Guillermo Divito 80 años más tarde, o los actuales medios masivos de comunicación.

Bien ilustrado

El volumen está acompañado por numerosas ilustraciones y documentos directos que dan cuenta de mucho de lo que el texto analiza a fondo.

Lamentablemente, el tamaño de reproducción no permite apreciar del todo la belleza de estas imágenes, por lo que se sugiere el método “lupa en mano” a la hora de la lectura.

El Mosquito fue, ante todo, un “semanario satírico ilustrado”, en el cual el dibujo -litografía mediante- tenía un lugar central. Si cambió el modo en que los porteños se relacionaban con la prensa de su tiempo, no fue sólo por los novedosos recursos que desplegó para captarlos (llegó a vender 26.000 ejemplares) sino por su manera de afrontar en simultáneo la tarea didáctica de “enseñar” a leer esa flamante importación proveniente de Europa: la caricatura.

Que la novedad europea fuera difundida por europeos fue una de las causas del éxito del periódico en la Buenos Aires de finales del siglo XIX, culturalmente orientada hacia París.

El Mosquito, que tuvo en el francés Henri Meyer a su primer editor y dibujante estrella, seguido por autores tales como Monniot o Advinent hasta estabilizarse bajo la batuta de Henri Stein (quien terminaría siendo el propietario de la publicación), fue un producto eminentemente francés, al punto que muchos de los epígrafes que acompañaban sus ilustraciones estaban traducidos a ese idioma.

En este punto, el libro recorre tensiones identitarias visibles en los largos combates mantenidos con otras publicaciones satíricas aparecidas tras la estela de El Mosquito y dirigidas en muchos casos por autores españoles. Los directores de El Fraile, haciendo gala de su hispanismo, llegarían a reprochar a El Mosquito su manejo torpe de la lengua castellana.

Fue también legendario el enfrentamiento entre el francés El Mosquito y el español Don Quijote, dirigido por “el gallego” Eduardo Sojo, según el mote despectivo que le pusiera uno de sus “clientes”, Lucio V. Mansilla.

En este ensayo Claudia Román estudia las innovaciones que definieron desde el comienzo la identidad del semanario, surgido en un panorama que sólo conocía por entonces las caricaturas de la prensa antirrosista de Montevideo, técnicamente toscas y ferozmente partidarias.

Rasgos de estilo

Descontada la mayor pericia artística de sus colaboradores, la gran novedad estaba cifrada en el suave tono satírico que la publicación dirigía en primer lugar contra ella misma, como estilaban sus equivalentes europeos.

La presentación a los lectores de la plana mayor de El Mosquito, enmascarada bajo el seudónimo jocoso, también resulta paradigmática, dado que entre los personajes del periódico se mezclan quienes lo escriben y dibujan con quienes son su blanco: sus “tipos”. Estos “tipos”, sobre los que se volvería una y otra vez (como un autor de historietas repite eternamente las peripecias de los personajes que ha creado), son el material central de la publicación y adornan hoy las páginas de los libros de historia argentina: Bartolomé Mitre, Julio Roca, Adolfo Alsina, Justo J. De Urquiza, Carlos Tejedor, Nicolás Avellaneda, entre otros.

Incluso, la publicación hace pública esta suerte de instrumentalización del humorismo satírico al revelar a sus lectores, en 1888, que tras la muerte de Sarmiento el periódico se ha propuesto remplazar su “tipo” por el de Mansilla. Como en una especie de Comedia dell’Arte las figuras encarnan funciones que exceden el marco de las peripecias políticas de sus actores.

Otra característica destacada por Claudia Román es que, al constituirse como participante de la escena política, El Mosquito (que elige dibujarse, sustantivándose como actor) establece relaciones horizontales con la prensa “seria” de la época. La Nación, La Tribuna, el Herald y otros medios alineados tras las grandes figuras de la política, son caricaturizados, a menudo bajo los rasgos de sus directores.

En este sentido, El Mosquito establece por primera vez una función crítica sobre la prensa. Escritura sobre la escritura (efímera y coyuntural), la lectura del periódico satírico presupone la lectura del cuerpo de medios periodísticos que lo rodean.

Muchas de sus alusiones y comentarios, que poseen hoy un hermetismo que vuelve difícil su interpretación, establecen un grado de complicidad con su lector, “iniciado” en un mismo código que garantiza la identificación con el medio.

La investigadora enfatiza además la especial -y comercialmente infalible- atención dispensada por El Mosquito hacia sus lectoras, un hecho inusual en el periodismo de la época.

Sátira y publicidad

Los “tipos” de este semanario no sólo sirven para la sátira. Muchos de ellos son utilizados frecuentemente en la publicidad gráfica, otra de las innovaciones de la publicación. Sarmiento publicita con su figura peluquerías, pistas de patinaje (el Skating-rink Coliseum, último grito de la moda en 1879), establecimientos de hidroterapia... Una imagen del sanjuanino luciendo una frondosa cabellera llega a ilustrar incluso una propaganda de un tónico contra la alopecía.

La investigación de la autora enriquece su texto con el aporte de rarezas como el muy literal “contrato” por el cual Henri Stein se compromete, en 1882, a poner a la publicación al servicio del Partido Nacional Autonomista, liderado por Dardo Rocha.

En 1898, la aparición de la revista Caras y Caretas, con su moderno uso del fotograbado y su formato de magazine, marcaría el fin de la prensa litográfica. Los códigos eran otros, y el hermetismo de los iniciados, dentro de esa gran aldea donde todo el mundo se conocía, había quedado atrás. Una historia había terminado.

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