Por Mario Fiore - mfiore@cimeco.com - Corresponsalía Buenos Aires
Daniel Scioli y Mauricio Macri trabajan denodadamente en construir un escenario de polarización de cara a los comicios presidenciales.
Para ambos es redituable que la ciudadanía los perciba como las únicas dos alternativas que hay en la góndola electoral. Esta porfía tiene razón de ser en la necesidad del líder del PRO de aglutinar, el 25 de octubre, todo el voto anti-K para forzar una segunda vuelta electoral, es decir, un mano a mano con Scioli en noviembre, en la convicción del Frente para la Victoria de que se impondrá en primera vuelta porque en el ánimo de los electores la continuidad (con correcciones) predomina sobre el deseo de un cambio radical de paradigma expresado por el macrismo y sus aliados.
Hasta ahora, las elecciones provinciales que se han suscitado desde abril hasta este último domingo les han dado la razón. En tres provincias ganó el kirchnerismo puro: Salta, La Rioja y Tierra del Fuego. En dos venció el radicalismo (que es socio a nivel nacional del macrismo): Mendoza y Corrientes.
En Santa Fe triunfó por un puñado de votos el socialismo aliado a la UCR, pero tanto el candidato de Macri como el de Scioli quedaron muy cerca, por eso se puede hablar de una elección de tercios. En la Capital Federal el candidato del PRO, Horacio Rodríguez Larreta, obtuvo 45,5% en la primera vuelta; pero si se suman los votos radicales y de la Coalición Cívica que fueron a Martín Lousteau, el porcentaje de votos opositores que podría acaparar Macri en octubre asciende al 60%.
En Córdoba, ganó el peronista disidente Juan Schiaretti, quien derrotó tanto al candidato de Macri como al de Scioli. Por último, en otras dos provincias ganaron partidos locales: Río Negro y Neuquén. Pero si se realiza un análisis más fino de las afinidades políticas e ideológicas de los gobernadores electos en ambas, es posible observar que tienen más relación con Scioli que con Macri. De hecho el gobernador saliente de Neuquén, Jorge Sapag, suena como ministro de Energía de una eventual presidencia del kirchnerista.
Una segunda forma de analizar estas diez elecciones provinciales es observar que sólo en dos provincias, Mendoza y Tierra del Fuego, la ciudadanía eligió cambiar el signo del gobierno. En todas las demás, los oficialismos locales se impusieron por amplias diferencias, como en Río Negro, Salta o Capital Federal o por escasos márgenes como en Santa Fe. Estas señales son tomadas en cuenta por la Casa Rosada para afirmarse en su creencia de una victoria en primera vuelta.
Otra forma de analizar estas performances electorales previas a las PASO nacionales y a las generales de octubre es observar la cantidad de votos obtenidos por todos los candidatos del Frente para la Victoria y compararlos con los que sacaron los postulantes que se referencian con Macri y la UCR.
Los votos puramente kirchneristas (a postulantes triunfadores como el riojano Sergio Casas o perdedores como el porteño Mariano Recalde o el mendocino Adolfo Bermejo) fueron poco más de 2,5 millones, lo que representa el 30%.
En cambio los sufragios de los candidatos radicales más cercanos a Macri (ganadores como el porteño Rodríguez Larreta o el mendocino Alfredo Cornejo o perdedores como el santafesino Miguel del Sel) ascienden a más de 3 millones de votos, es decir el 37%. Ahora bien, hay algo así como un 35% de votos que no fueron a dirigentes vinculados con Scioli ni con Macri. Un número suficientemente alto que no puede pasar desapercibido.
Sin embargo, estos votantes en estas diez provincias representan sólo un tercio de los electores de todo el país. No están contemplados, por ejemplo, quienes sufragan en la populosa provincia de Buenos Aires, que representa el 37% del padrón nacional y donde el oficialismo nacional, con su candidato Scioli, tiene predominio indiscutible.
Mientras las pulseadas electorales se van desanudando provincia por provincia, Macri y Scioli intentan fortalecerse. El jefe de Gobierno de la Ciudad Autónoma presiona a sus socios radicales para que no le comprometan su futuro político con el balotaje porteño al que Martín Lousteau obligó a ir a Horacio Rodríguez Larreta, su delfín, ya que esto le saca tiempo y trabajo para instalarse en el hostil conurbano bonaerense. Scioli, en cambio, está realizando un trabajo hacia el interior del peronismo, consciente de que debe fidelizar los votos que no son puramente kirchneristas. Por ello fue el primero en felicitar el domingo al cordobés Schiaretti, un peronista equidistante de la Casa Rosada pero de cordial relación con el bonaerense.
Luego de acordar con Cristina Fernández su postulación en nombre de todo el Frente para la Victoria (aceptó a Carlos Zannini, el alter ego de la Presidenta como su candidato a vice, y que el cristinismo colonice todas las listas de diputados y senadores nacionales), Scioli ya está trabajando en el respaldo de los gobernadores que expresan la ortodoxia peronista. Sabe que ellos serán, llegado el momento de gobernar, su principal soporte político.
El salteño Urtubey, el sanjuanino José Luis Gioja y el misionero Maurice Closs, son algunos de sus armadores. “Quiero unir a todo el peronismo”, no se cansa de repetir Scioli en los actos que realiza por todo el interior del país delante de su compañero de fórmula, Zannini, a quien los gobernadores del PJ siempre vieron como un hombre difícil y taimado.
Scioli está envalentonado por las encuestas que indican que está cerca de obtener un triunfo en primera vuelta. A diferencia de los resultados que arrojaron las urnas de las diez primeras provincias que desdoblaron las elecciones y ya eligieron sus autoridades, estos sondeos de opinión tienen en cuenta la provincia de Buenos Aires.
Es de ese bastión K donde el candidato oficialista espera hacer una diferencia sustancial para alzarse con el triunfo el 25 de octubre. Cree, además, que al menos la mitad de los votos que en las primarias obtenga Sergio Massa en el conurbano, en las generales migrarán hacia él ya que son puramente peronistas.
Macri, en cambio, espera que las PASO de agosto le permitan despejar el panorama opositor. Actualmente, como candidato, el porteño está lejos de Scioli, pero aspira a sumar en octubre los 6 puntos que miden el radical Ernesto Sanz y la cívica Elisa Carrió, más algunos votos que obtengan en las primarias otros candidatos opositores como la dupla de Massa y José Manuel de la Sota o el peronista no K Adolfo Rodríguez Saá.
Necesita quedar en octubre a menos de diez puntos de Scioli y rogar que éste no supere los 45 puntos necesarios para ganar en primera vuelta. En el macrismo creen que en un eventual balotaje, la ciudadanía optará por el cambio y a ese escenario están apuntando. La posibilidad de que sea Macri quien gane en octubre es, hoy por hoy, muy incierta. Sobre todo porque Scioli tiene una intención de voto que asciende en todos los casos a 30% (en las encuestas de la Casa Rosada está perforando el umbral de 40%).
El gran problema que tiene por delante Macri proviene de aquellas fuerzas que con la lógica de la supervivencia están instalando poco a poco que la polarización no es el único camino para los ciudadanos. Con este recurso discursivo, tanto Massa como Margarita Stolbizer intentan superar el test electoral y quedar posicionados como referentes opositores en el escenario político que se avecina.
La fortaleza de sus fuerzas dependerá de que Macri no les coma todos sus votos entre las primarias y las generales de octubre, que es cuando se define cuántos escaños tendrá cada partido en el Congreso. Mientras menos polarizada resulte esta elección decisiva, más importante serán sus legisladores en el nuevo mapa del poder político.
La situación de Stolbizer es un poco menos incómoda que la de Massa. La jefa de la alianza Progresistas sólo debe resistir la posibilidad de que Macri horade su fortaleza y hasta podría ser ella quien le saque votos de radicales desencantados. El líder del Frente Renovador tiene en cambio que defenderse del doble peligro de que sus votantes terminen en octubre yéndose tanto a Scioli como a Macri.