Los peronistas quieren que Macri los salve del kirchnerismo

Los peronistas quieren  que Macri los salve del kirchnerismo

Por Carlos Salvador La Rosa - clarosa@losandes.com.ar

En los ‘90 todo lo privado era bueno por definición, como en la última década todo lo estatal era bueno, también por definición. Privatistas y estatistas se encargaron, ambos, de destruir lo que aún quedaba de Estado en la Argentina, continuando la tarea de los militares setentistas que en su dictadura comenzaron la tarea de demolición.

El kirchnerismo tuvo sus características específicas, medio extrañas, como la de seguir incrementando la ineficiencia estatal a partir de una ideología ultraestatista, a diferencia de militares y menemistas que predicaban una doctrina que proponía mucho menos Estado. Pero sin embargo la línea fue de continuidad entre todos ellos: hoy tenemos un Estado más inútil, ineficiente y deficitario que el de antes de los setenta e incapaz de resolver las necesidades de los argentinos en el siglo XXI. Incapaz de cumplir hasta sus tareas básicas.

Por lo tanto, de lo que se trata es de construir un nuevo Estado a partir de lo que aún quedó en pie del anterior, porque es tan peligroso empezar siempre de cero como intentar volver atrás. En la coyuntura habrá que poner fin a la estudiantina que vivimos en los últimos años cuando en nombre de una ideología revolucionaria, todo lo que andaba por ahí suelto y quebrado (una aerolíneas, el fútbol, una imprenta fabricante de moneda, una universidad de madres que además no era universidad, etc, etc) lo estatizamos a entera pérdida, a la vez que mediante el subsidio llevado a su paroxismo arrasamos con el tradicional empleo público a fin de remplazarlo por una estructura clientelar de miliñoquis con la cual se pretendió colonizar el Estado para que, lo ocupara quien lo ocupara, quedara al servicio del régimen que se fue.

Por eso, para reconstruir o construir un Estado fuerte en el que se valore más el compromiso público y la eficiencia que la ideología y la militancia, se debe gestar un nuevo oficialismo pero también una nueva oposición donde ambos miren con más pasión al país que viene que al país que se fue. Un país del que aún conocemos poco pero que intuimos puede ser mucho mejor que lo que tenemos, sin importar quién sea oficialismo y quién oposición.

Lo poco de república que hoy vemos ir reapareciendo no es macrista ni peronista ni radical, ni de izquierda ni de derecha. Es simplemente lo que quedó en pie luego de la caída electoral del neopopulismo que siempre soñó con la construcción de otro sistema político muy distinto al que ahora imperceptiblemente empieza a renacer de las cenizas. No es que ya estemos construyendo la nueva república. Estamos destapando los restos que quedaron de ella, a ver si a partir de allí es posible gestar algo nuevo.

Los kirchneristas, en cambio, quieren recuperar el espíritu del peronismo del 55, el de la resistencia al golpe militar. Pero hasta ahora lo único de resistentes que han podido recuperar es la bronca del 83, el odio y el resentimiento de los que perdieron contra un proyecto democrático no peronista como fue el del alfonsinismo. La prueba de que el kirchnerismo está más cerca del peronismo rencoroso del 83 que del combatiente del 55, es que luego de la caída de Perón todos los burócratas y chupamedias de su último gobierno (que eran mayoría) se fugaron o se vendieron, mientras que los que salieron a defender las banderas del peronismo son los que fueron expulsados o ninguneados por la misma burocracia peronista: Cooke, Jauretche, Scalabrini Ortiz, el general Valle, eran gente intachable y respetable que se propusieron salvar lo bueno del peronismo pero eliminando todas sus excrecencias. En cambio en el 83, los que se quedaron con el peronismo hasta la llegada de la renovación en el 85, fueron sus peores exponentes: Saadi, Herminio Iglesias y un conjunto de impresentables caudillos que no habían hecho ninguna crítica de la locura setentista. Como hoy al kirchnerismo lo representan Moreno, D’Elía, Sabatella, Máximo y una caterva de delirantes peor que en el 83, que tampoco han hecho, ni jamás harán, ninguna autocrítica.

Pero no todo el peronismo piensa así. De los peronistas que quedaron con poder real la mayoría no banca a Cristina y quisieran formar parte del nuevo tiempo porque saben que no podrán volver al gobierno sosteniendo las banderas del kirchnerismo.

Es por eso que las dos decisiones de Macri que más aplaudió en sus adentros el peronismo territorial fueron la lucha contra Milagro Sala y la expulsión de Sabatella. Del mismo modo que en sus adentros festejaron que la razón principal de haber perdido haya sido el piantavotos de Aníbal Fernández quien fuera designado por decisión unipersonal de Cristina en un acto de ceguera histórica pocas veces visto. Pero claro, son festejos en la intimidad, porque en público deben criticar esas decisiones, al menos mientras no rompan con Cristina.

También en el Congreso los peronistas legislativos están contentos con el ataque a los miliñoquis efectivizado por el macrismo porque saben que eso los librará de camporistas infiltrados con los cuales Cristina intentó cubrir su retirada no sólo ante la eventualidad de que ganara Macri sino sobre todo ante la eventualidad de que ganara Scioli, porque allí sus miliñoquis le hubieran servido para librar la batalla interna por el poder del PJ.

Sin embargo lo más lamentable es que el peronismo festeja esas cosas que hace Macri, porque no se anima a encararlas él, a sacar de su seno todo lo peor del anterior gobierno. Es que el PJ pelea por la sobrevivencia, no por la renovación, la modernización o su republicanización. Por eso se conforma con que el macrismo les expulse los impresentables junto a los cuales están condenados a ir perdiendo cada vez más poder.

Que el macrismo les devolviera la dignidad de haberse podido sentir gobernadores en serio por primera vez en doce años al permitirles defender sus provincias por la coparticipación recibiéndolos y dándoles oxígeno político, es algo que saben que jamás tuvieron con Cristina, que les quebró todas sus provincias, hasta Santa Cruz, convirtiéndolos en meros y exclusivos pagadores atrasados de sueldos y haciendo depender cualquier obra de la venia presidencial. Además, cada vez que les daba un recurso los hacía arrodillarse y aplaudir hasta la humillación.

Es así: en mes y medio los peronistas han tenido más alegrías que en doce años en los que los transformaron en virreyes con mucho menos poder que Cisneros o Sobremonte.

En fin, tanto los intendentes peronchos del conurbano, como los gobernadores peronistas, como los legisladores justicialistas, ante la falta de definición de liderazgos internos y ante el terror que les inspira quedar pegados al derrumbe K, por ahora depositan sus confianzas y esperanzas en lo que les pueda aportar el macrismo en sus ataques a los restos del kircherismo. O sea, es más lo que les ha dado Macri a los peronistas que no quieren seguir siendo K, que estos a Macri.

En esta larga década los peronistas clásicos se transformaron en zorros viejos especialistas en sobrevivir en las penumbras, pero sin vuelo propio. Ahora levantan un poco la cabeza porque este gobierno no los está apretando como los apretó el de su propio signo. Pero sólo por eso levantan la cabeza, no porque hayan recuperado alguna dignidad perdida. Basta con recordar que todos respaldaron con ardor a un político, Scioli, que hizo, de bajar siempre la cabeza, su único capital político.

Por ende, primero que nada, deberán pensar en encontrar o recuperar alguna identidad que primero el menemismo pero luego multiplicado por mil, les confiscó el kirchnerismo, hasta el punto que una minoría ideológica compuesta por viejos setentistas de izquierda, ex militantes del Partido Comunista Argentino y un progresismo urbano ultracheto, se ocupó de definir las políticas que son precisamente las que ahora son puestas en cuestión. Un progrepopulismo que ve en cualquier dictadura africana o teocracia islámica que se oponga a EEUU, a un sujeto revolucionario y que ha cambiado las viejas banderas de la redistribución de la riqueza y la del proletariado al poder, por la del subsidio clientelar que jamás permite a nadie progresar sino sólo agradecer al que se los entrega. El subsidio K es el nombre por izquierda de la caridad y la compasión hipócritas hacia los pobres reivindicadas por el republicanismo yanqui de Trump y por todas las ultraderechas del mundo.

El peronismo ya no sabe muy bien qué es salvo una casta adherida al poder sin meta ni estrategia nacional, que no quiere seguir pegado al fenómeno K con el cual no se sintió identificado cuando estaba en el poder pero calló de manera estruendosa, y menos se siente identificado al perder el poder.

Por ahora se bancan que la renovación se las haga el macrismo peleando contra los impresentables del kirchnerismo, todos piantavotos, indefendibles. Personajes de historieta. Pero no será el macrismo el que hará un peronismo presentable por más que Macri por allí, en su soberbia, se sienta tentado de decir cuáles son los peronistas buenos y cuáles los malos. Eso compete sólo al peronismo. Pero si quiere recomponerse deberá hacer algo más que mirar para otro lado mientras el macrismo les hace el trabajo sucio de enfrentarse contra el sectarismo K.

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