Por Luis Abrego - labrego@losandes.com.ar
Tras un verano repleto de reveses y complicaciones, Alfredo Cornejo replantea su gobierno y lejos de ampliar fronteras, busca concentrarse en módicos objetivos que en la mediocridad del contexto aparecen como revolucionarios (los ya remanidos de equilibrar las cuentas y ordenar el Estado, por ejemplo). Para ello, reduce su círculo de confianza y espera agazapado el desarrollo de un año electoral que claramente lo tomó a contrapié y cuyo resultado condicionará o expandirá su lenta construcción política.
En estos meses, los cambios de gabinete alcanzaron su pico de máxima tensión con la salida de Enrique Vaquié, a quien las especulaciones lo situaron alejándose para no confrontar o rindiéndose ante la evidencia de no ser el favorito en la sucesión. Es que la frustrada reforma constitucional acarreó también para Cornejo no sólo roces con su vice, Laura Montero, sino la puñalada de un peronismo con el que parecía todo encaminado hasta que apareció su negativa capaz de enterrar el sueño de la reelección (o al menos, el de lograr alguna modificación a la centenaria Carta Magna).
Es una incógnita el nuevo escenario para la oposición que ese desplante significa, especialmente si se considera que el Ejecutivo aceitó durante este tiempo el trámite legislativo con armonía política y puntualidad de recursos para los municipios en los que el PJ quedó en pie.
Desde el Ejecutivo adelantaron que de ahora en más la situación cambiará y que esa especie de acuerdo de gobernabilidad global quedó virtualmente roto.
La decisión dejó en un sitio incómodo a los intendentes peronistas que –según aseguran en Casa de Gobierno- habían prometido un respaldo opositor reformista que se diluyó en la discusión partidaria. Pero también a un Ejecutivo claramente limitado si su principal mentor no puede ser reelecto.
Tal vez confiado, Cornejo minimizó el riesgo de llevar hasta las narices de la campaña electoral un tema tan trascendente como la reforma constitucional, y la mandíbula del peronismo (como en otras ocasiones fue la del propio radicalismo) actuó más con instinto que con pasión institucional. La dentellada aún duele en el Ejecutivo.
Los traspiés vendimiales siguieron haciendo eco incluso esta semana, tras la doble negativa del secretario de Cultura, Diego Gareca, a concurrir a una invitación legislativa que el oficialismo intuyó como una trampa para mellar al funcionario que acompaña al gobernador desde su época de intendente en Godoy Cruz. Sus evasivas fueron funcionales a la oposición, que sin embargo cuando lo tuvo cara a cara no pudo hacerle mayores reproches que los que lanzaron por los medios. Casi nada, sólo anécdotas para el show del picoteo pero que también sirven como confirmación de la impotencia opositora.
Depurado el primer trimestre de un año bisagra, poco queda para el comentario. En todo caso la confirmada entronización de Martín Kerchner no sólo como el hombre fuerte del gabinete, sino como el apuntado para jugar la trascendencia del cornejismo más allá de Cornejo. Desde una candidatura legislativa nacional en las elecciones de este año, a representar al oficialismo en la contienda por la Gobernación en 2019. Todos los horizontes parecen despejados para el hombre que desde la frialdad de los números construyó una Babel de certezas para argumentar la prédica administrativista y eficiente del Estado pretendido. Pero básicamente, aún sorprende su capacidad para convertirse en la encarnación de todo lo que su jefe pretende pero potenciado con la contundencia de su porte. Un guardaespaldas dispuesto a convertirse en protagonista.
Por su parte, la nominación de Sergio Marinelli para Irrigación concretada días atrás, supone también el cumplimiento de la misma hoja de ruta en la que sólo tienen pasaje asegurado los leales y los incondicionales. En ese orden. En su presentación, el gobernador argumentó que el todavía secretario de Servicios Públicos es alguien de su confianza y conocimiento, que lo ha asesorado durante este tiempo y que a su entender cumple con los requisitos legales y técnicos para el cargo. Fundamentos casi calcados de otras nominaciones anteriores en otros espacios que ya no están vacíos.
Como sucedió primero con el ahora procurador de la Corte, Alejandro Gullé; y luego con el ministro del máximo tribunal, José Valerio; y más tarde con la vocal del Tribunal de Cuentas, Liliana Muñoz de Lázaro; los pliegos que ha impulsado el gobernador han sido concebidos como instrumentos para profundizar su visión personal del Estado en cada una de las áreas, más que para habilitar la complementación de perfiles o el enriquecimiento de instancias institucionales que merecen renovación.
Por el contrario, cada candidato elegido en cada momento supuso también la posibilidad de “inocular” cornejismo en territorios generalmente adversos o remisos como la Justicia, la Corte o el Tribunal de Cuentas. Y así también será en Irrigación tras la gestión del paquista José Luis Álvarez, en lo que el radicalismo considera una mera transición luego del descalabro que significó el hombre propuesto por Celso Jaque, Eduardo Frigerio y su adláter Jorge “Caballo” Villalón, una dupla cuyo paso por el organismo terminó en escándalo.
Como aquellos módicos objetivos de orden y eficiencia, la tarea asignada a Marinelli en Irrigación parece conformarse con “recuperar la confianza” y el prestigio de un organismo eminentemente técnico, vital para Mendoza como el recurso que administra, pero sospechado de negocios y complicidades políticas. Es decir, estamos tan mal que nos reconfortamos simplemente con hacer las cosas bien.
Es que en cada una de las posibilidades que ha tenido para nominar postulantes que necesitan acuerdo del Senado, Cornejo se ha manejado más con un criterio de restaurador que de estadista. Sus justificaciones puertas adentro dicen que es tal el deterioro que advierte que más que pensar candidatos que planteen la Justicia o el control de la tarea de gobierno para los próximos 20 años, era necesario encaminar lo que hoy se está haciendo en esos organismos. Casi como queriéndonos advertir que no es posible soñar con un mañana mejor, pues tal vez cuando amanezca, ya no haya nada.
Mientras Cornejo planifica y ejecuta la fortificación de su proyecto, aún nos debe la posibilidad de dar un salto cualitativo que nos permita imaginar que las penurias y los desmanejos no serán eternos en Mendoza, que la luz al final del túnel no es sólo un relato de quienes volvieron de la muerte y que la construcción de instituciones sólidas, con algo más que administradores de la emergencia, es un anhelo que puede cumplirse más pronto que tarde.
La oposición, el propio Kerchner y el resto del oficialismo también deberían tomar nota de ello considerando que el tiempo es veloz y que el poder -sin reelección- se diluye con el mismo vértigo con el que se lo anhela.
En Twitter: @LuisAbrego