1. El escándalo de Facebook y la filtración de datos marca el fin de la inocencia. Un pelín de historia: antes de la existencia de la red social, el común de los mortales que se conectaba a internet tenía claro que debía resguardar su privacidad. Era la época en la que usábamos "nicks" o apodos para sumarnos a servicios web (¡el nombre verdadero nunca!); eran los tiempos de "mentir con los datos" para evitar que "me quieran vender algo" o que directamente "me estafen" desde Rusia o desde China, con la promesa de dejarme bajar un jueguito gratis.
Pero en algún momento nos relajamos. O mejor dicho, hipnotizados por la novedad de Facebook, aceptamos el siguiente trato implícito:
Por un lado del mostrador virtual, nosotros recibimos las fotitos de la despedida de soltero del Cacho o la posibilidad de ver en qué anda aquella ex que puede dejar de ser ex; nosotros podemos postear a los cuatro vientos lo felices que somos en Punta Mogotes o en Miami, o se nos permite decir que dejamos de "estar en una relación"... A cambio de todo eso, de esa satisfacción voyeurística instantánea, por el otro lado del mostrador virtual, entregamos nuestra información privada. Nuestros datos como moneda.
Facebook no es gratis (para nada) pero se le parece mucho. Y a todos nosotros nos encanta lo gratis o, al menos, lo casi gratis.
2. Y así fuimos felices, hasta que nos dimos cuenta, como sociedad, que esa transacción tenía un costo real y palpable. Enumeremos las consecuencias que se le atribuyen al CaraLibro: a) grietas políticas que se agrandan a fuerza de algoritmos que le muestran a cada usuario, en su Facebook, sólo las opiniones de gente que piensa igual, cebando y separando más a las diferentes ideologías en pugna. b) Un mar de información falsa, que fue fácilmente usada por aparatos políticos para torcer voluntades. c) Y empresas que lucran con los datos de millones de personas, vendiendo paquetes de "perfiles" a quien la ponga sobre la mesa.
Mark Zuckerberg, capo de la compañía, está dando explicaciones en el Congreso de los Estados Unidos de las millonarias filtraciones de datos, de la manipulación psicológica que la empresa Cambridge Analítica se jactó de pergeñar gracias a la info chupada de la red social... Pero también tiene que dar explicaciones de la sensación de que lejos de hacer un mundo mejor, la gran F sólo ha hecho de nuestros problemas unos más grandes.
3. ¿Cuáles fueron sus pecados capitales? Quizá la codicia de parir un modelo de negocio que no supo cuidar a sus usuarios de terceros, dispuestos estos a usar toda esa data para fines que iban más allá de crear un entretenimiento simpático del tipo "descubrí qué personalidad tenés".
O tal vez, la ambición de no impedir la publicidad de tipo electoral en su red social, por ejemplo, algo que hubiera ayudado a separar la paja del trigo.
O la pereza, quizá, de dejar toda la "selección" del contenido en manos de Inteligencia Artificial, y no de moderadores humanos que realmente hicieran esfuerzos más concretos con vistas a parar la catarata de noticias falsas que se pueden leer en FB.
Así es como llegamos al panorama actual: hoy se escuchan políticos reclamando que Facebook pague a los usuarios por los datos que ha obtenido de ellos. Y la justicia les reclama cambios para contener la andanada de información falsa.
Y volviendo a los pecados capitales, quizá el más notorio sea el de la gula.
Facebook no dejó competencia firme en pie: se los comió a todos (hoy aquel que quiera abandonar Facebook e irse a otra red social similar, no encuentra nada a ese nivel. Instagram y la mensajería Whatsapp, reyes del mercado, son parte de la cartera de Mark). Y ahora que el dedo señalador está encima, que las papas queman, que se les exige movimientos, la red social más grande del mundo se ha dado cuenta que ha crecido demasiado, que es demasiado pesada como para intentar girar y correr en una dirección diferente a la que venía.