¿Cómo se convierte alguien en escritor, o es convertido en escritor?”, se pregunta el narrador. En “Los diarios de Emilio Renzi”, Piglia le presta a su alter ego una memoria expandida con lecturas y reflexiones para intentar responder esa pregunta, que en su caso abarca una vida. “No es una vocación, a quién se le ocurre, no es una decisión tampoco, se parece más bien a una manía, un hábito, una adicción, si uno deja de hacerlo se siente peor, pero tener que hacerlo es ridículo, y al final se convierte en un modo de vivir (como cualquier otro).” A lo largo de las páginas de “Los diarios...”, Piglia despliega una multiplicación microscópica de pequeños acontecimientos que se repiten y se expanden, dispersos. “ Todo lo que soy está ahí”, afirma.
Tiene la sensación de haber vivido dos vidas. “La que está escrita en sus cuadernos y la que está en sus recuerdos. Son figuras, escenas, fragmentos de diálogos, restos perdidos que renacen cada vez”. Y allí también habla de esa enfermedad, la que tiene a Renzi (a Piglia) “un poco embromado” desde 2014 y por la que tiene que empezar a dictar los diarios a Luisa, su asistente, cuando ya no puede transcribirlos solo.
“Su vida, había comprendido ahora, estaba dividida en secuencias lineales, series abiertas que se remontaban al pasado remoto: incidentes mínimos, estar solo en un cuarto de hotel, ver su cara en un fotomatón, subir a un taxi, besar a una mujer, levantar la vista de la página y mirar por la ventana, ¿cuántas veces? Esos gestos formaban una red fluida, dibujaban un recorrido —y dibujó en una servilleta un mapa con círculos y cruces—, así sería el trayecto de mi vida, digamos, dijo. La insistencia de los temas, de los lugares, de las situaciones es lo que quiero -hablando figuradamente- interpretar.”
Podríamos, por ejemplo, tomar este fragmento y recordar justo ahora las Clases de Literatura de Ricardo Piglia, sus frases sobre el momento en que Borges (o Sartre) se dieron cuenta de que ya no podían escribir, atacados por la ceguera.
En “Los diarios...” que se nutren de casi seis décadas de páginas privadas, el tema es la educación sentimental de un intelectual.
El guiño de publicar el diario como el de Emilio Renzi rondaba a Piglia desde hacía tiempo, cuenta ante la cámara el autor en el documental “327 cuadernos” (2015), que Andrés Di Tella comenzó a filmar cuando el escritor decidió volver a Argentina y empezar a trabajar en la relectura de esos originales.
“Piglia se encuentra en un momento decisivo: de alguna manera está pensando en el fin y en lo que dejará. Revisar esa pila alarmante de cuadernos es una tarea pendiente que no está desprovista de tensiones.La película es, en sí misma, una especie de diario cinematográfico que documenta, durante más de dos años, ese proceso íntimo de revisión de los cuadernos. Es decir: alguien que revisa, no sin dificultad, su propia existencia. En esos diarios están las semillas de toda su obra literaria, al igual que toda la obra que nunca escribió. También está el hombre que olvidó haber escrito esas palabras y que recuerda una vida entera”, explica la sinopsis.
En tanto, Andrés Di Tella acotó: “Hace tiempo que quería hacer el experimento de realizar un diario cinematográfico. Me crucé una tarde con Piglia, que me habló por primera vez de su dificultad para enfrentar la lectura de sus míticos diarios.
Tan míticos que hasta algunos amigos han dudado de su existencia real. Piglia abrió el ropero de su estudio, donde guarda la impresionante multitud de cuadernos idénticos en sus cajas de cartón. Con una especie de temblor ante lo sagrado, tuve entre mis manos y pude hojear uno de los cuadernos.
Se me cayeron torpemente unos papelitos, y la fotografía de una mujer, guardada entre sus páginas. “No hay ningún secreto”, me dijo con una sonrisa, al recoger rápidamente los papeles del piso. No le creí. En ese momento, casi como un desafío, surgió la idea: ¿Por qué no filmar el “diario” cinematográfico que yo quería hacer, pero a partir de los diarios de Piglia? Es decir, filmar el diario de la lectura de un diario. A Piglia siempre le gustaron los riesgos, en la literatura y en la vida. Y era un riesgo exponerse así. Como él mismo dice de su diario: “Por supuesto, no hay nada más ridículo que la pretensión de registrar la propia vida. Uno se convierte automáticamente en un payaso”.
Justo en mitad de ese rodaje, los atravesó el diagnóstico de ELA. “Tiene una enfermedad rara que le paraliza el cuerpo pero no el cerebro” fue el mensaje que circuló entonces.
En junio de 2014 hubo un comunicado de la editorial argentina Ediciones de la Flor que dio la noticia : Piglia padece esclerosis lateral amiotrófica, la misma que padeció Fontanarrosa.
La idea de editar los diarios, pues, se convirtió en un desafío de pronta concreción. “Ya no puedo escribir”, testimonia su letra en una de las páginas de los cuadernos.
La película de Di Tella acompaña ese proceso, convirtiéndose en “el diario de la lectura de un diario”. Pero la buena noticia es que ahora, se edita la segunda parte de esa autobiografìa. “Los diarios de Emilio Renzi” tienen su continuación.
Para iluminarnos, aquí entrega uno de sus fragmentos: “Domingo 5 [de enero]. Tampoco me gustan los estilos afectados que circulan en la narrativa de mi generación: todos escriben con la voz de otro (sobre todo con la de Borges, Onetti y Cortázar); por mi lado, a pesar de todo, una voz propia que no será necesariamente la mía, es decir, la que uso en la vida. Escribir con la sinceridad de un sujeto al que no conozco y que sólo aparece —o se asoma— cuando escribo.”
Él, uno de los grandes lectores de la literatura argentina, publica ahora ‘Los años felices’, el cuaderno que condensa los ideales y sentimientos que guiaron su existencia y que han hecho de él el escritor que es. En la entrega anterior, Piglia -autor de una novela clave como “Respiración artificial” y de un éxito como “Plata quemada”, ya había publicado sus ‘Años de formación’, una bitácora de vivencias.
Este segundo volumen de los tres que compondrán los diarios de Emilio Renzi, álter ego de Ricardo Piglia, recorre el período que va de 1968 a 1975. Aquí se desarrolla su carrera en el mundo de las letras argentinas con la dirección de una revista, los trabajos editoriales, los artículos, los cursos y conferencias.
La pasión, la obsesión por la literatura se materializa en ideas y esbozos para cuentos y novelas, lecturas, encuentros con escritores consagrados –Borges, Puig, Roa Bastos, Piñera...- y compañeros de generación, reflexiones sobre la escritura y sobre la obra de autores clásicos y novelistas policíacos, descubrimientos, búsquedas y deslumbramientos.
Y también aparecen los viajes, la vida íntima y amorosa, y la Argentina de unos años convulsos: el fallecimiento de Perón, la emergencia de grupos guerrilleros, el golpe militar…
En el texto que abre el libro a modo de prólogo, Renzi, acodado en la barra de un bar, conversa con el barman y confiesa: “Escribo un diario, y los diarios sólo obedecen a la progresión de los días, los meses y los años. No hay otra cosa que pueda definir un diario, no es el material autobiográfico, no es la confesión íntima, ni siquiera es el registro de la vida de una persona, lo define, sencillamente, que lo escrito se ordene por los días de la semana y los meses del año. Eso es todo. Uno puede escribir cualquier cosa (...), como es mi caso, una mezcla inesperada de detalles o encuentros con amigos o testimonios de acontecimientos vividos (…) esos descubrimientos, esas fugas, esos momentos confusos han sido, para mí, puntos de viraje, y sobre ellos construí la periodización de mi vida”. Y así, este nuevo volumen de los diarios de Emilio Renzi sigue explorando las vivencias, las incertidumbres y las reflexiones literarias de un escritor y da forma, en palabras del autor, a “la novela de una vida”.