"Las cifras de lectura de libros, revistas y diarios en papel son bajas en la mayoría de los países, pero no siempre descienden", sostiene en su obra "Lectores, espectadores e internautas" el profesor y escritor argentino Néstor García Canclini.
Esta afirmación del investigador, que reside en México, entra en el contexto de un reciente estudio publicado por Los Andes, realizado por la consultora KTNS Gallup Argentina, que ciertamente abre una cuota de optimismo, aunque más no sea pequeña. Según la pesquisa efectuada por esa empresa, los niños argentinos continúan siendo ávidos lectores, o para ponerlo en los términos de la investigación: la lectura no pasa de moda y los niños leen con "alta frecuencia".
Decimos que la noticia es auspiciosa porque la educación en el país está en la mira. Las últimas pruebas Aprender 2016, realizadas en 31.000 escuelas de todo el territorio, habían encendido las alarmas. En el desglose de los datos, se desprendió que el 46,4% de los alumnos de 5to y 6to grado del nivel secundario no comprende un texto básico.
Sin embargo, el trabajo efectuado por Gallup, a pedido de una fundación privada, revela un panorama completamente diferente, esperanzador.
La investigación exploró en los hábitos de lectura de los niños argentinos, su impacto en la creatividad, el vínculo con el mundo de los juegos y el despliegue imaginativo, así como la influencia familiar. Para ello, se llevó adelante una encuesta cuantitativa de representatividad nacional de 1.200 casos en población adulta y un laboratorio de ideas cualitativo entre docentes.
De acuerdo a los resultados del informe, más del 70% de los niños de entre 5 y 8 años lee al menos una vez por semana en Argentina. La lectura de padres a hijos, por su parte, demostró ser 20 puntos menor: 56% aseguró leerles a sus hijos con una frecuencia semanal o mayor.
También se estableció que los chicos menores de 8 años leen con cierta periodicidad, al menos una vez por semana. Como señalábamos, una realidad que brinda una alentadora noticia aunque, por supuesto, no es toda la realidad, por cuanto el universo de infantes y adolescentes que no se acercan a la lectura de libros, revistas ni otras fuentes informativas sigue siendo importante. La situación se agrava más en los hogares, donde los progenitores no tienen el hábito de leer y por consecuencia no pueden contagiarlo a sus hijos.
Los aportes de la tecnología moderna -tablets, computadoras, teléfonos de última generación, Internet, videojuegos- suelen ser prácticas absorbentes que desplazan la oportunidad de tomar contacto con la palabra impresa.
Sabemos que la lectura es clave para los chicos: los inspira a reflexionar sobre el mundo que los rodea y su lugar en él y contribuye decididamente en el aprendizaje, el aumento del vocabulario y la mejora de la gramática. Los docentes son gravitantes en ese camino de formación y de estímulo de la lectura.
Debemos procurar que la lectura sea considerada esencial en la formación de la persona, especialmente en las primeras etapas de la vida. Pero, como todos los hábitos valiosos, necesita de testimonios, tutores. No podemos decir que los niños no leen si los que los rodean no lo hacen, y en este contexto nos referimos a padres, otros familiares y docentes. Los primeros, los progenitores, tienen un papel fundamental: ser incentivadores de esta práctica y procurar que los pequeños de la casa incorporen la experiencia de leer y hasta que los juguetes incluyan libros y que estos sean lo más accesibles posible. De todos modos, no puede negarse que en muchos hogares, por distintos motivos, no se les lee textos a los infantes de la casa.