No tienen una infancia feliz. Tampoco pueden lograr un adecuado rendimiento escolar. Abandonan, repiten y muchas veces se acercan al colegio específicamente a tomar un vaso de leche porque el hambre les hace rugir la panza. Pasan frío, están descalzos; duermen de a cuatro, cinco o seis en el mismo colchón, sobre el piso. A menudo se enferman y casi nunca logran recuperarse del todo. El agua corriente, una ducha o la posibilidad de ir a un baño con inodoro, son para ellos sueños inalcanzables.
Las situaciones que a diario viven los niños, niñas y adolescentes de Mendoza que no cuentan con las condiciones básicas de infraestructura en su hogar, trascienden cualquier estadística. Porque son ellos quienes creciendo en un mar de problemas y necesidades, llegan a la adultez con heridas difíciles de sanar que impactan de manera directa en su salud, aprendizaje e inserción social.
Desde adentro, en las frías paredes de adobe y cartón, bajo los techos de lona, la realidad golpea como un látigo sobre la piel lastimada. "Con las últimas lluvias hay casitas que se cayeron y por eso algunas familias tuvieron que irse. No tenían nada para poder refugiarse", lamenta Laura Díaz al describir tan sólo una parte de las problemáticas que se viven en el asentamiento Familias Unidas, de Las Heras.
Éste es uno de los 205 núcleos de mayor pobreza que hay en la provincia, según el relevamiento de "barrios populares" que el gobierno nacional, junto a organizaciones sociales como Techo, Cáritas y Barrios de Pie, realizó entre agosto de 2016 y mayo de 2017.
De acuerdo al balance general, que dejó un total de 4.100 barriadas con precariedad habitacional, Mendoza ocupa el quinto lugar del país después de Buenos Aires (1.612), Santa Fe (333), Chaco (264) y Misiones (243).
Lo cierto es que si bien uno de los objetivos de esta “radiografía” de las carencias habitacionales y de infraestructura es que las familias cuenten con un certificado de vivienda para poder realizar trámites y acceder a los servicios básicos (luz, agua, cloacas y gas), el presente requiere de políticas urgentes ya que 38% de quienes viven en condiciones de pobreza en estos barrios son menores de 20 años.
Sólo en el asentamiento lasherino hay 70 familias con al menos 130 niños y adolescentes. Entre muchos otros inconvenientes que soportan padres, madres, bebés y niños, aparecen los de falta de cloacas, electricidad y agua corriente. "Los líquidos de los pozos ciegos salen por los patios; hay un riesgo permanente de infecciones", describe Laura y da a conocer que días atrás una pequeña debió ser atendida de urgencia a causa de una descarga eléctrica ocurrida en su vivienda. "La nena quedó con las manos ampolladas, nos asustamos mucho todos", relata Laura, quien junto al resto de los vecinos aún llora la muerte de Thiago, ocurrida en noviembre pasado a raíz del incendio ocasionado en la precaria habitación que compartía con sus padres y hermanos.
Para poder calefaccionarse y calentar agua, sólo algunos pueden pagar los entre 260 y 310 pesos que cuesta la garrafa, mientras que el resto apela a braseros o ladrillos conectados a una resistencia. Capítulo aparte merece el mal estado nutricional de quienes allí habitan. “Hay niños que vienen al merendero y toman leche dos o tres veces porque no han probado bocado en todo el día”, asegura la mujer que sirve la merienda a los niños de las diferentes manzanas, todos los viernes.
En la zona conocida como "Quebrada de la Diuca" -y alrededores-, en pleno pedemonte a pocos minutos de la Capital mendocina, las necesidades son múltiples. Marta García colabora con las familias de los asentamientos que a través de los años se han ido sumando en la zona. Ella cuenta que aquí también la falta de servicios básicos se suman a otras carencias. "Hay familias numerosas con muchos bebés y niños. Necesitan leche, ropa y calzado", explica Marta y da cuenta de cómo este combo de necesidades repercute en la educación y la salud de los más chicos.
La falta de alimentación adecuada y el escaso incentivo con el que llegan desde sus hogares impacta en su aprendizaje. “Les cuesta leer y escribir. Pocos llegan al secundario y el que lo logra, está en una disparidad total con sus compañeros”, sentencia Marta, que es docente.
La vicedirectora de la escuela urbano marginal Pedro Molina Henríquez, en San José (Guaymallén), relata con ejemplos sencillos cómo es la calidad de vida de los niños y niñas que allí asisten. Explica Rosana Limina que los pequeños que asisten a las salitas de 4 y 5 años llegan con carencias de toda clase. Los hábitos de higiene y orden son aspectos que las maestras buscan incentivarles y les enseñan inclusive a lavarse las manos o a ir al baño porque en su casa esto no es posible. "También llegan con mucho hambre, sobre todo los de la tarde. Hay varios niños que vienen sin haber almorzado", asegura Rosana y detalla que a menudo piden una segunda o tercera ración.
En los barrios del Bajo Luján la realidad no es menos dura. Susana, directora del Centro de Apoyo Educativo (CAE) "Rincón de Luz", cuenta que los niños y niñas de los asentamientos llegan con urgencias que van desde las alimentarias hasta las afectivas. "Llegan con frío y con las zapatillas rotas o sin medias, con hambre y muy tristes. Necesitan de todo", dice la docente que brinda contención y apoyo escolar a 130 niños. Cuenta que hace poco uno de ellos enfermó de tuberculosis; antes tuvo neumonía y meningitis debido a la precariedad en la que vive. "Mi pregunta sería: ¿como sigue todo ahora que está hecho el relevamiento? Al diagnóstico hay que ponerle cara", sentencia.
María Presta, docente del CAE ubicado en el barrio San Martín, agrega que el ausentismo a las clases es notorio. Dice que los chicos se enferman seguido y que van sobre todo por la merienda: "Valoran cuando acá pueden lavarse las manos con agua caliente o comen algo calentito en el merendero".
Vilma Jilek - Asociación Accionar: "Los derechos de la infancia vulnerados"
“Lo que más impacta en la trama social, además de la falta de una vivienda adecuada para las familias que menos tienen, es la carencia de un trabajo estable para los padres y madres. Si las personas no tienen dónde vivir, si están hacinados en el mismo cuarto donde deben hacer todo y los niños están expuestos a enfermedades de manera frecuente se hace muy difícil que puedan salir de esa realidad”.
“Cuando no tenés cómo alimentar a tus hijos, hacerles una comida; cuando no contás con agua y un baño para higienizarlos y no tienen un techo donde guarecerse, todo es más complicado. Las expectativas para salir adelante y aplicar estrategias de desarrollo se esfuman y la esperanza se quiebra. Entonces, es fundamental reflexionar en estos aspectos que vulneran los derechos de la infancia”.
Pobreza que impacta en la salud
La falta de cloacas, sanitarios, agua potable, electricidad y gas que deben soportar miles de mendocinos que viven en condiciones de pobreza extrema no sólo limita sus posibilidades de desarrollo. De hecho, las enfermedades de todo tipo se suman a los riesgos a los que niños y adultos están expuestos de manera permanente.
Al centro de salud del Barrio 26 de Enero, ubicado en El Resguardo (Las Heras), los bebés, niños y niñas llegan con cuadros severos. Bronquitis obstructivas, quemaduras, diarreas, alergias en la piel e infecciones forman parte de los cuadros que los pediatras deben abordar. La pediculosis también los afecta debido a las condiciones de higiene precarias. "A veces llegan en un estado tal que tenemos que lavarles las manos y cortarles las uñas", cuenta Miriam Bouquop, una de las pediatras.