Más de 5 millones de personas sufren hambre y sed en Kenia por estos días.
Unos 600.000 niños allí están desnutridos. Y unas 50.000 embarazadas corren riesgo de perder a sus bebés.
Es que una sequía récord -acrecentada por efectos del calentamiento global y el fenómeno meteorológico el Niño- los afecta desde mediados de 2016, cuando paró de llover en la mitad centro-norte del país. Los lagos y ríos, que abundan, dejaron de recibir agua, por lo que también empezó a escasear la generación de energía hidroeléctrica con la que funcionan las ciudades.
A esas calamidades se suma la amenaza terrorista del grupo Al Shabab -rama de Al Qaeda-, que el año pasado mató a 148 estudiantes en una universidad de la capital Nairobi sólo por ser cristianos y no saber recitar versos del Corán. Y un creciente clima de temor por varios asesinatos políticos en días previos a las elecciones generales del martes 8 de agosto (ver aparte), donde los candidatos favoritos son el actual presidente Uhuru Kenyatta y el veterano opositor Raila Odina.
Poblado como Argentina
Kenia no es una republiqueta bananera, es un país importante del África Oriental, con casi 43 millones de habitantes, lo mismo que Argentina, pero en un territorio 6 veces menor.
Desde 1964, cuando se independizó de Gran Bretaña y se convirtió en un estado independiente, hasta la fecha, su pueblo ha ido forjando una dolorosa identidad.
En estos 53 años hubo guerras civiles, intentos de golpe de Estado y hambrunas, pero también gobiernos inteligentes como el del primer presidente Jomo Kenyatta (1964-1978), quien con equilibrio y sabiduría generó confianza en inversores extranjeros y atrajo capitales para desarrollar la industria automotriz, los cultivos de te y café y la infraestructura turística, con millones de puestos de trabajo.
A punto tal, que en los '80 llegó a tener el mayor PBI de toda el África Oriental y la menor brecha entre los ingresos salariales de hombres y mujeres del continente.
Pero a fines de los '90 estallaron graves conflictos étnicos, sobre todo entre los kikuyu (22% de la población) y los Luhya (14%), que si bien fueron conjurados por sucesivos gobiernos constitucionales, dejaron una herencia de sangre y resentimiento.
En la actualidad, el sistema de democracia multipartidaria aún es incipiente, generándose conflictos de representación e inclusión, como, por ejemplo, la escasa participación de mujeres en la política: en las últimas elecciones, de 2013, los kenianos sólo eligieron a 16 mujeres para las 349 bancas del Congreso. Y en los comicios del próximo martes 8, de los 10.190 candidatos a los diferentes cargos, sólo 1.745 son mujeres.
Cuestionamientos sin alma
Como contábamos al principio, el centro y norte del país padecen la peor sequía en 35 años, que provoca hambre, desnutrición y muerte.
Ante la catástrofe, el Fondo de Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), promovió una campaña de visibilización del problema llevando a Kenia a “embajadores de buena voluntad” famosos, como Angelina Jolie, Ricky Martin y “nuestra” -aunque uruguaya- Natalia Oreiro.
La cantante y actriz que personificó a Gilda en el cine visitó hace poco zonas remotas del norte de Kenia, donde la única fuente de agua son pozos distanciados entre sí por 20 ó 30 km, a los que las mujeres de los poblados peregrinan para sobrevivir. Aunque parezca mentira, su conmovedor relato de la misión humanitaria y las fotos con niños del lugar, publicadas en la última edición de la revista Gente, generaron críticas de uno que otro farandulero angurriento de notoriedad, como el mediocre actor Santiago Bal.
Sin ninguna autoridad, el hijo de Carmen Barbieri y Santiago Bal, imputado por la justicia por pegarle a su ex pareja Barbie Vélez, lanzó en Twitter: “No entiendo de verdad porque hacen este tipo de cosas, me da pena y hasta un poco de lástima”. A lo que otro agudo analista de las conductas mediáticas (@lamascarada) respondió: “Porque África tiene más punch que el conurbano”. Y Bal el Desenmascarador remató: “¡Exacto! De eso hablo, ponele que querés ayudar, ponele que te sirve la tapa, a 10 minutos de tu casa podés ayudar a gente de tu país por lo menos”.
Los cuestionamientos al rol de la actriz Oreiro en Kenia son ridículos. Por más “careta” que pueda ser una celebridad, si su actitud sirve para poner en escena la tragedia y despertar la solidaridad hacia los niños que sufren, está muy bien.
Si los embajadores de Unicef Roger Federer, Lionel Messi, Susan Sarandon, Shakira, Julián Weich, Emanuel Ginóbili, además lavan su conciencia social al prestarse a ese macabro juego conspirativo de fotografiarse con los “negritos”, pues bien, allá ellos, que vayan al psicólogo o devuelvan la plata. Pero está bárbaro si recaudan millones para que Unicef compre toneladas de nutrientes que alargarán la vida de los pibes en Somalía, Haití, González Catán o la periferia de Formosa.
Nuestros lectores, famosos o no, miserables o generosos, podrán, si quieren, aportar su granito de arena. Para los que viajen a Buenos Aires, el 12 de agosto se realizará en Tecnópolis un gran recital a beneficio de la campaña "Un sol para los chicos", de Unicef. También pueden hacer una donación con tarjeta de crédito, débito o transferencia bancaria llamando al 0-810-333-4455 o ingresando en www.unicef.org.ar/dona.
Unicef explicó los motivos del viaje de Oreiro
Luego de que circularan cuestionamientos al rol de la actriz en el viaje, la organización aclaró cómo es el trabajo de la embajadora de buena voluntad
Las fotos de Oreiro junto a un niño keniano en la tapa de la revista Gente provocó cuestionamientos acerca de los verdaderos motivos de la actriz y cantante para emprender ese viaje. Ante los comentarios, la organización envió un comunicado explicando el trabajo que realiza Oreiro en el marco del programa “Un sol para los chicos”, y también difundió en sus cuentas oficiales de Facebook y Twitter las características de sus embajadores de buena voluntad, para evitar suspicacias.
“Los embajadores de Buena Voluntad de #Unicef ayudan a visibilizar la situación de los chicos en sus países y en el mundo”, escribieron.
“Unicef se beneficia de la fama de determinadas personas: las personas célebres atraen la atención del público, por lo que pueden dirigir su mirada hacia las necesidades de los niños, tanto en sus respectivos países como en sus visitas a proyectos sobre el terreno y a programas de emergencia en otros países; asimismo, pueden convertirse en representantes directos ante las instituciones dotadas de la capacidad de realizar cambios; pueden utilizar su talento y su fama para recoger fondos y realizar tareas de promoción de la causa de la niñez, con el fin de garantizar el derecho de todo niño a la salud, la educación, la igualdad y la protección”, dice el texto en la página oficial de Unicef.