Detrás de los grandes hombres y mujeres de nuestro pasado están las historias de quienes los acompañaron íntimamente. Estar al tanto nos lleva a conocerlos en una dimensión más profunda. Toda vida pública se basa, especialmente, en la de índole privada.
Somos parte de un país joven y, por ende, la impronta de nuestros próceres es muy fuerte. Los necesitamos aún para reafirmarnos. Así, generación tras generación buscamos refugio en sus acciones e ideas, al punto de traerlos a la actualidad adivinando qué pensarían sobre temas atemporales a sus realidades. En cierta medida, seguimos bajo sus sombras tratando de cumplir mandatos que supieron imponer. Buscando una especie de aprobación imaginaria.
Hoy hablaremos de aquellos que también crecieron observándolos y recibieron -al igual que la patria- sus miradas, aunque probablemente más dóciles y afectivas pues eran sus nietos.
El romance de Santiago de Liniers con Marie Annette Périchon comenzó en la época de la Reconquista de Buenos Aires, en el marco de las Invasiones Inglesas a principios del siglo XIX. No fueron nada discretos e incluso desde la calle los escuchaban alcoholizados, cantando vivas a Napoleón. Parte de la sociedad enfureció y fueron repetidas las oportunidades en las que sufrieron atentados (tiraban piedras a la fachada del domicilio) y llamaban a la mujer prostituta. El motivo principal era que -si bien él era viudo- La Perichona (como la llamaban todos) estaba casada con un tal O’Gorman, ausente hacía años. Juntos habían tenido hijos y en 1825, nacería Camila, la víctima más emblemática de Juan Manuel de Rosas.
El fusilamiento de la nieta de La Perichona fue relatado de modo estremecedor por Sarmiento:
(...) cunde la noticia de que el cura Gutiérrez, Camila O'Gorman y el niño de ocho meses que llevaba ésta en sus entrañas, habían sido fusilados juntos por orden del gobernador Rosas, y sepultados juntos en un cajón. (...) acompañaron a la muerte de aquellos infelices, detalles que despedazan el corazón. La guarnición de Santos Lugares, encargada siempre de ejecuciones iguales, habituada siempre a matar a quien se le ordena, tuvo esta vez horror de sí misma, y el oficial contestó sin saber lo que se decía: 'que me maten; pero yo no hago lo que me mandan'. Fue preciso avisar a Rosas, prolongar la expectación, y que llegase nueva partida de soldados. Al clérigo le desollaron las palmas de las manos y la corona, práctica que ya se había observado con otros cuatro viejos curas y canónigos degollados en Santos Lugares. En el momento del suplicio, el cura criminal flaqueaba; y teniendo los ojos vendados, preguntaba oyendo pasos cerca de él, '¿quién está conmigo?' -Yo, le contestaba una voz que por mucho tiempo había sonado dulce a sus oídos; '¿qué, tienes miedo? Yo estoy tranquila; me han bautizado a mi hijito' [Camila estaba embarazada y se le dio agua bendita para bautizar a la criatura en su vientre]. Esta pobre víctima de una pasión, se había echado el pelo hermosísimo sobre su rostro, para ocultar quizá el rubor tan natural en una mujer; y la madre al sentir amartillarse los gatillos de los fusiles, encogía el cuerpo, como para evitar que alguna bala fuese a matar al hijo que palpitaba en sus entrañas. Los soldados de don Juan Manuel de Rosas, son hombres al fin; uno cayó desmayado al disparar su fusil; otros volvieron la cara haciendo fuego a la ventura, y ninguno acertó a herirla en la primera descarga. En la segunda de ocho tiros, uno hirió en un brazo a la pobre señorita que dio un grito. Al fin la piedad se despertó en aquellos corazones embrutecidos, y a la tercera la despedazaron a balazos".
Con semejantes medidas se entiende que, tras ser derrotado, Rosas escapara a Inglaterra y jamás volviese a pisar suelo argentino. Sin embargo parte de su familia siguió viviendo en Buenos Aires y mientras El Restaurador moría en el exilio, su nieto Juan Manuel Ortiz de Rosas se encumbraba en las filas enemigas de su abuelo, siguiendo a Adolfo Alsina y anteriormente a Bartolomé Mitre, participando en la Guerra del Paraguay bajo sus órdenes.
Aun así, en julio de 1913, siguiendo los pasos de su abuelo, se convirtió en Gobernador de Buenos Aires. La elección se realizó estrenando la recientemente sancionada Ley Sáenz Peña y fue fruto de dos muertes: el gobernador en ejercicio había muerto y al asumir su vice también falleció.
Se suponía que Ortiz de Rosas completaría el mandato que vencía en 1914, pero también murió: tres meses después de asumir, a los setenta y cuatro años. Se cree que su fallecimiento estuvo relacionado con la subida de presión que le generó una inesperada inundación en diversos puntos de Buenos Aires.
Uno de los parientes ilustres de Ortiz de Rosas fue Lucio V. Mansilla. Gracias a sus textos tenemos la visión de un nieto sobre sus abuelos, quienes además eran los padres de Juan Manuel de Rosas. Contó que Agustina López de Osorio -madre del Restaurador- consideraba a su marido un plebeyo y en las discusiones solía expresarlo: “¿Y tú quién eres? Un aventurero ennoblecido (...) mientras que yo desciendo de los duques de Normandía; y mirá, Rozas, si me apuras mucho, he de probarte que soy pariente de María Santísima...”. Gracias a él sabemos que Doña Agustina dominó a todos hasta después de muerta. Al fallecer una de sus hijas y su yerno, se hizo cargo de aquellos nietos y los favoreció en el testamento inmensamente. El abogado le advirtió que lo que pretendía era ilegal y por ende el documento no tendría validez, ni se cumpliría. Ella respondió: “Ya verás si se puede; escribí, nomás, escribí (...) sé que he criado hijos obedientes y subordinados que sabrán cumplir mi voluntad después de mis días: lo ordeno”. López de Osorio murió a los setenta y seis años, cerca de la Navidad de 1845. ¿Qué sucedió con sus deseos expresados en aquel documento? Así lo contó su nieto:
(...) “El testamento se abrió; la primogénita, doña Gregoria, dijo: ‘Vayan a ver qué dice Juan Manuel’. Así se hizo. Don Juan Manuel no leyó, diciendo: ‘Que se cumpla la voluntad de madre’. Los otros de ambos sexos, sabiendo lo que había dicho el hermano mayor, contestaron lo mismo sin leer. Sólo Gervasio, el hermano menor, se lo hizo leer. Meditó, y después de reflexionar, dijo: ‘Que se cumpla la voluntad de madre. Pero vayan a decirle a Juan Manuel y a Prudencio que nosotros somos ricos, que de lo nuestro se tome para integrar la hijuela que a las hermanas mujeres corresponde...’. Y así se hizo, y la voluntad prepotente de doña Agustina López de Osorio prevaleció contra la ley (...). De tamaña mujer nació Rozas...”.
Como vemos, doña Agustina tenía un fuerte carácter. Como dama de sociedad, solía frecuentar la casa de Mariquita Sánchez, aunque se quejaba de quedarse siempre con hambre. Mariquita era aún muy joven, pero con los años también se convirtió en abuela. Se conservan mensajes entre ella y sus nietas Florencita y Luisa. Muchos de estos eran notas diminutas que se enviaban de un cuarto a otro de la casa. En estos encontramos consejos domésticos, recetas -Mariquita era experta en dulces así como en postres- y algo de las creencias de la época, como podemos observar:
“Las viejas decían antes –escribe a sus nietas– que San Bartolo tenía atado al diablo, que todo el año le pedía: ‘Bartolo, soltame’ y el día del santo, le daba asueto. Ese día, todo lo que se rompía o se perdía se le echaba la culpa al diablo. Era gracioso que esta fuera la disculpa que daban a todo. Podremos decir que Bartolo se ha dormido o lo ha soltado del todo, porque esto es mucho para que lo haga Dios. En fin, tenemos de qué hablar. Voy a cerrar ésta [carta]. Papel, tinta y pluma está todo como del que suelta Bartolo”.
Mamita Mendeville -como llamaban sus nietos a Mariquita- murió once días después de que Sarmiento asumiera la presidencia, el 23 de octubre de 1868, con casi ochenta y tres años. Sobre el día a día de este gobierno conocemos muchos detalles gracias a uno de los nietos del sanjuanino, Augusto Belín. En "Sarmiento anecdótico" cuenta, por ejemplo, que luego de tener los resultados del primer censo nacional, su abuelo los colocó en un atril y los consultaba permanentemente para combatir el atraso.
Contemporánea a Augusto fue Josefa Dominga Balcarce, segunda nieta del Libertador, quien vivía en Francia en un pequeño castillo comprado por su padre. En 1904 Josefa era la única sobreviviente de los Balcarce-San Martín. Vieja, viuda y sin descendientes convirtió la casa familiar en un hogar para ancianos sin recursos. Al comenzar la Primera Guerra Mundial transformó momentáneamente su albergue en el Hospital Auxiliar N° 89, adquiriendo un centro de operaciones muy moderno para entonces. Cumplió ochenta años entre soldados malheridos y moribundos, a quienes consolaba en sus últimos momentos. En reconocimiento Francia le otorgó la Legión de Honor. Esta innegable nieta de los generales San Martín y Balcarce murió en abril de 1924 a los ochenta y siete años, extinguiéndose con ella la sangre de Don José.