En las películas del lejano oeste, John Wayne ponía cara de “qué clara que la tengo” y salía a tirotearse con los indios, que obviamente siempre terminaban perdiendo, muy a lo UCR. A veces intentaban ocultarse, pero ni eso los salvaba de la balacera “¿Cómo habrán hecho para vernos, siendo que estamos tan bien escondidos detrás de ésta roca?” preguntaba el cacique a su ayudante. “Ni idea”, le mentía el aludido, contemplando el metro y medio de plumaje a colores que el jefe llevaba en la cabeza.
Aquellos hombres que Hollywood endemonió eran los apaches, término que aglomeraba a diferentes comunidades indígenas. Entre ellos los Navajos, el pueblo originario más grande de Estados Unidos en la actualidad. Viven en el sur oeste, en territorios que corresponden a los estados de Arizona, Nuevo México y Utah. Nombres que deberían sernos de lo más ajenos, pero que por culpa del bombardeo cultural venido del norte, resultan más familiares que Misiones o Chaco, por ejemplo. Haga la prueba y regálele a su hijo una gorra que diga “Formosa” : ¿what?
Allí residen la mayoría de los 300 mil navajos que figuran en el padrón gringo. Lo hacen en una reserva creada por el gobierno central para ellos, un área de aproximadamente 70 mil kilómetros cuadrados (poco menos que el tamaño de la provincia de San Luis, o para ser más claros, de Kentucky) que es popularmente conocida como “Nación Navajo”. Se trata de una especie de sub-estado administrado por la colectividad, que incluso tiene sus propios poderes ejecutivos y legislativos, su propia policía y sus propias leyes. La ley “Eastwood”, por caso, premia con un lechón a cada miembro que le meta un buen cachetadón en la nuca a Clint Eastwood.
Claro que no todo es color de rosa en la reserva, establecida alrededor del 1870 para que el resto de los habitantes del país del béisbol y las hamburguesas no tuvieran que cruzarse a los indios en el almacén. Los bellos paisajes de montañas y desérticas mesetas de la región, también exhiben la dura vida que aguantan muchos locales, abandonados en la pobreza y el alcoholismo. Esa realidad se puede ver en los parajes alejados y en la capital, Window Rock, con ese nombre tan pero tan navajo que lleva.
¿What?
Los navajos hablan el idioma homónimo, el que ya conversaban sus antepasados venidos de Canadá (de allá se fueron al darse cuenta que la única forma de soportar el frío era conseguir una salamandra como la gente o convertirse en búfalo, lo que ocurriera primero). Según los dirigentes de la comunidad, la mayoría de los suyos puede llevar a delante un diálogo en la lengua originaria sin problemas. “¿What?” responden los primeros 25 jóvenes consultados al respecto en navajo, colocando un manto de dudas sobre las afirmaciones oficiales.
Tan complicado es el idioma en cuestión, que los mismos mandos militares estadounidenses lo utilizaron como herramienta estratégica durante la Segunda Guerra Mundial. Entonces, varios soldados de sangre navaja fueron destinados a puestos de radio, dónde se comunicaban en su lengua nativa impidiendo que los japoneses descifraran los planes yanquis.
Aunque usando un poco el sentido común, parece difícil que los hijos de la colectividad emplearan la ventaja exclusivamente para esos fines: “¿Viste lo fiero que es el Coronel Johnson? Para mí que la madre le hacía cariño con una rama, cambio”, le decía un cabo navajo al otro.