Los muros de la vergüenza

Cuando cayó el Muro de Berlín pareció que el mundo jamas volvería a aceptar algo parecido. Hoy, con el muro de Trump, aquello parece volver.

Los muros de la vergüenza
Los muros de la vergüenza

El gran símbolo de la guerra fría que se vivió entre los países occidentales y los comunistas durante casi toda la segunda mitad del siglo XX, fue el muro de Berlín. A través del mismo, no sólo un país fue partido en dos, sino que los ciudadanos de la zona este de Alemania se vieron impedidos de salir de su sector, con lo cual el muro se convirtió en la reja de una prisión que mantenía encerradas a las personas.

De mil formas distintas, en  gran cantidad de países se siguieron fórmulas similares de iniquidad para aprisionar  las poblaciones detrás de paredes ideológicas y de intolerancia. Con la caída del muro de Berlín a fines del siglo XX, pareció que esa etapa de encerramientos finalizaba y el mundo tendía a convertirse en uno solo, donde todos los habitantes de todos los países pudieran circular libremente.

Hasta devino usual la denominación de “ciudadano del mundo” para referirse  a quienes, por sus posibilidades materiales, podían acceder a las ventajas del mundo global y pertenecer a éste tanto como a  su país de origen, no sólo física sino también culturalmente. Sin embargo, de a poco unos muros fueron reemplazados por otros, ya que atemorizados ante el cambio, ciertos sectores sociales son arrastrados por demagogos que les proponen volver atrás para acabar con los dolores del presente, ya que siempre es más fácil sentir los sufrimientos del momento que aquellos del pasado, los cuales con el pasar del tiempo son olvidados o valorados con una positividad que nunca tuvieron.

El muro que hoy propone el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, como parte central de su programa de gobierno es el símbolo más cabal de las intolerancias de la nueva época. Igual que los anteriores, busca separar y aislar a las personas en vez de integrarlas, pero la diferencia con los muros pasados es que éstos, más que impedir que los que están adentro puedan salir, lo que buscan es que los que están afuera no puedan entrar. Esto es porque el problema de este tiempo no son las ideologías que dividieron a la humanidad en dos, sino las migraciones masivas de los postergados del mundo hacia los países más desarrollados.

Eso, inevitablemente, genera temores en las poblaciones locales, quienes muchas veces, acicateadas por los diversos tipos de populismo político, fortalecen las tendencias xenofóbicas para justificar los miedos a la pérdida de sus empleos en manos de extranjeros recién llegados. Hoy es preciso, como lo fue antes, aunque por otras razones, luchar contra todas las formas de aislamiento, cerrazón y racismo  que impiden a la humanidad seguir avanzando en la senda del progreso, porque el retorno a un nuevo tipo de Edad Media con señores feudales, vasallos y fronteras locales sería lo peor que nos podría suceder.

El progreso a la larga es imparable, pero por un tiempo se lo puede detener o incluso hacerlo volver atrás. Y hoy las tendencias políticas generales parecen marchar en esa dirección. Pero además de los muros de la discriminación por temor al otro, al extranjero, al que se lo condena por supuestamente diferente, estos días estamos viendo algo igual de horrible, que no es un muro pero cumple sus mismas funciones de impedir que lo de afuera pueda pasar adentro.

Nos referimos a esas pavorosas escenas que nos muestran, en las fronteras venezolanas, a camiones del ejército bolivariano impidiendo que los vehículos con mercaderías y medicamentos que son enviados por decenas de países como ayuda humanitaria a una población que está sufriendo las siete plagas de Egipto por culpa de sus incompetentes gobernantes.

En nombre de una falsa noción de soberanía y con las más crueles excusas disfrazadas de ideologías antiimperialistas y de ultranacionalismo, son las propias autoridades que no pueden darle de comer ni curar al pueblo, las que impiden que las mercaderías y medicamentos pueden aliviar aunque sea en una mínima parte el terrible sufrimiento de una población exhausta y desesperada.

Esos camiones venezolanos también son muros, uno de los nuevos muros de la vergüenza que cierran fronteras para que los aires del mundo no penetren y las oligarquías dirigentes puedan seguir disfrutando de sus privilegios -o evitando sus merecidos castigos- mientras la gente común no tiene más remedio que huir de su país o movilizarse en las calles para que se respete su avasallada dignidad humana.

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