Por Fernando Iglesias - Escritor y Periodista - Especial para Los Andes
En una nota publicada en Los Andes la semana pasada (“No es el peronismo, estúpido”), Jorge Farmache intenta una crítica a los argumentos de mis artículos y mi libro “Es el peronismo, estúpido - Cuándo, cómo y porqué se jodió la Argentina”.
Debo reconocer a Farmache el mérito de ser uno de los pocos peronistas que se ha animado a debatir un libro que es el best-seller político del año, mientras los muchos intelectuales y políticos que del peronismo viven desde hace tiempo no se han sentido en la obligación de hacerlo.
Pero el artículo merece ser contestado, además, por otra razón poderosa: es extremadamente útil en un sentido diferente al que quiso dar el autor: el de mostrar los modos discursivos del peronismo.
Lo primero que llama la atención en él es la ausencia completa de referencias y citas a mi libro o, al menos, a los artículos que bajo el mismo título publiqué en Los Andes. Tampoco existe un intento de desmentida de al menos uno de los muchísimos datos en que se basan las tesis que sostengo.
Siguiendo lo peor de la tradición peronista, su autor no se siente obligado a considerar el punto de vista ajeno, a refutar argumentos o a denunciar datos falsos o parciales.
Por el contrario, cree que basta enunciar una vez más la Leyenda Peronista, esa versión de la Historia nacional basada en invenciones y falacias, para devolverle su inocencia virginal; como si los argumentos aportados por el contradictor no existieran.
Para mal del autor, peronista no kirchnerista, su estrategia se parece a la de Cristina Fernández, quien parece creer que seguir enunciando el Relato Kirchnerista por cadena nacional, basta para convencernos de que vivimos en Suecia.
En otra coincidencia notable con el kirchnerismo, el autor apela a la misma estrategia discursiva usada hasta el hartazgo para acallar a sus críticos: el truco de ponerlos del lado de la Revolución Libertadora y el Golpe de Videla.
Lamentablemente, con sus muchos defectos, “Es el peronismo, estúpido” desmiente esa pretensión, mostrando las coincidencias y complicidades entre el Partido Militar y el Partido Populista; las dos fuerzas políticas que más han gobernado el país y las responsables de su decadencia.
Lo hace desde la tapa, que muestra al Capitán Perón participando de la llegada de Uriburu a la Casa Rosada en ocasión del primer golpe militar de la Historia argentina; y desde sus páginas, que describen la profunda imbricación de las dos variantes del autoritarismo nacionalista surgidas del Ejército y del Revisionismo Histórico tanto en sus tiempos de romance como en los de sangre y fuego.
“Frente a la violencia verborrágica y el agravio”, se lamenta Farmache; pero no puede citar una sola frase insultante ni violenta de mi parte. Es que los muchachos peronistas no están habituados a que se los critique.
Han corrido a todos con el mote de “gorilas”, logrado que se hable mal del peronismo en voz baja y abolido las discusiones políticas en la mesa en honor a la subsistencia de la familia. Por eso es que han perdido hasta el hábito de que se ponga al peronismo en tela de juicio. Y por eso, también, confunden las críticas con agravios y la voluntad de abandonar el medioevo peronista con el odio.
El artículo de Farmache se adentra también en el tema de la violencia, pero lo hace a la manera peronista: de un solo lado: el que sufrieron los peronistas, sin mencionar jamás la violencia que infligieron, que fue desde la tortura de opositores en las cárceles del primer peronismo hasta el delirio armado de los Montoneros peronistas, primero, y de la Triple A peronista asesina de los Montoneros peronistas, después.
El truco es el habitual: ni los Montoneros, ni la Triple A, ni nada de lo que ha creado el peronismo es peronismo si a los peronistas no les gusta. Nada importa que haya sido Perón el que legitimó el terrorismo llamando a los Montoneros “juventud maravillosa” e integrándolos al movimiento en carácter de “formaciones especiales”, para después crear la Triple A y proponer “exterminarlos uno a uno” cuando las balas cayeron sobre Rucci.
Farmache lo soluciona fácilmente: “Perón y el Peronismo fueron utilizados por la conducción de Montoneros”, afirma. Como si el mosquito pudiera dirigir al buey sobre el que ara. Como si los pocos imberbes que Perón echó de la Plaza pudieran manejar al movimiento de masas más importante y al líder político más influyente de nuestra historia.
Se trata de una modulación más de la estrategia discursiva peronista gracias a la cual el peronismo nunca se hace cargo de nada. Si gobernó pésimamente y se corrompió hasta lo indecible es porque no eran verdaderos peronistas.
De manera que al flagelo de haber sido gobernados por el peronismo de Derecha en los Noventa y por el peronismo de Izquierda, hoy, los argentinos podamos sumar la catástrofe de elegir al peronismo de centro de Scioli o Massa para 2015-2019, al peronismo de arriba para 2019-2023, al peronismo de abajo para 2023-2027 y al peronismo de la cuarta dimensión en lo sucesivo.
Nada cuesta reconocer aquí otro argumento kirchnerista: si algo bueno ha pasado en el país ha sido gracias a Néstor y Cristina; si algo malo sucedió se debe a la oligarquía agropecuaria, las corpos, los formadores de precios y los monopolios mediáticos.
Así, doce años de inédita concentración del poder al grito de “Sólo el peronismo puede gobernar” terminan hoy en un patético “No nos dejaron gobernar” y en el pedido de Scioli y de Massa: ¡Otra oportunidad! ¡Otra oportunidad! en un país que el peronismo ha convertido en Feliz Domingo.
En su intento de ponerme del lado genocida Farmache menciona a “miles de hombres y mujeres -uno de ellos mi padre- encarcelados, heridos, muertos y fusilados, perseguidos en forma despiadada y miserable a partir del golpe de Estado de 1955”. Nada tengo que agregar ni desmentir, desde luego, ya que en mi libro he calificado a la Revolución Libertadora de “inicua” y a la Resistencia Peronista de “admirable”. Pero nada cuenta.
La estrategia discursiva peronista no contempla siquiera el que se pueda criticar al peronismo sin apoyar golpes y genocidios y hasta habiéndolos combatido a riesgo de la propia vida, como es el caso de muchos opositores.
Aún menos es capaz de amalgamar dos elementos aparentemente discordantes: que el pueblo peronista pueda tener validísimos motivos de protesta por la violencia represiva que sufrió a partir del golpe de 1955 sin que eso legitime los lamentos del golpista Perón; partícipe y funcionario del golpe de 1930 y figura principalísima del de 1943, que lo tuvo de vicepresidente y candidato a la presidencia en 1946, hasta que en 1955 el Partido Militar decidió que ya no servía a sus fines.
La estrategia discursiva peronista intenta además ocultar que el golpe de 1955 no fue otra cosa que la continuidad del mecanismo golpista instalado en 1930 y 1943 con la participación de Perón; que el de 1976 constituyó la profundización dramática de la violencia política, los crímenes, las desapariciones, los exilios forzados y las listas negras instaladas por el peronismo en 1975, y que las dos últimas interrupciones de la continuidad democrática -1989 y 2001- reconocen también autoría peronista, como han sostenido en declaraciones que reproduzco en mi libro tanto Cristina Fernández como Luis D'Elía.
Pero si una estrategia discursiva denuncia las similitudes entre el Partido Militar y el Partido Populista es la maniobra de identificar al propio movimiento con la Patria y a la oposición con los extranjeros, supuestos causantes de todas sus desgracias.
La cosa arranca en 1945 con el slogan “Braden o Perón” y termina con el aniquilamiento de los militares “representantes del imperialismo y la Antipatria” por los Montoneros y el de los Montoneros “agentes de la subversión apátrida que intenta acabar con el Ser Nacional”, a manos de los militares.
Como buen peronista, Farmache no se priva de recurrir a esta estrategia chauvinista citando supuestas frases de Churchill (“No dejemos que la Argentina sea una potencia”). No discutiré su dudosa legitimidad, que poco interesa.
Sí diré que resulta al menos sorprendente que ingleses y americanos hayan tomado tantos recaudos para evitar el desarrollo argentino y se les haya escapado la tortuga del desarrollo de Canadá y Australia, con los que Argentina compartía la tabla de los diez países más ricos del mundo en 1910; el de Alemania y Japón, antiguos enemigos de ingleses y americanos en la guerra; o el de China, hoy.
Más enigmáticos aún resultan los prolongados efectos de las frases de Churchill sobre la Argentina del siglo XXI, después de veinticuatro años sobre veintiséis de monopolio peronista del poder que han traído las desgracias que han traído sin que el compañero Churchill se haya enterado, supongo.
Es que el problema de todo peronismo es la discordancia entre discursos y prácticas. "El trabajo es un Derecho, que hace a la dignidad humana, pero también una obligación: es justo que cada uno produzca por lo menos lo que consume” (Perón), cita Farmache. Pero haría mejor en no decírmelo a mí sino a los peronistas Menem y Kirchner, que durante un cuarto de siglo han creado la mayor fábrica de ni-ni de la Historia nacional, creado el gremio de los trapitos, cartoneros y manteros, y conducido a la lumpenización general de la Argentina.
Como todos los peronistas buenos, Farmache caracteriza a Perón y Evita como líderes pacíficos que buscaban evitar derramamientos de sangre, y para corroborarlo cita fragmentos de sus discursos, olvidando los repetidos llamados a colgar opositores de Perón, el elogio del fanatismo evitista, y los célebres “Cinco por uno” y “Al enemigo, ni justicia”.
De todos y cada uno de estos escamoteos ha abusado hasta el hartazgo el kirchnerismo, confirmando ser la etapa superior del peronismo y erigiendo al Relato Kirchnerista como último capítulo de la Leyenda Peronista. Para defenderlos, no basta seguir repitiéndolos sin discutir las objeciones que se les hacen. Mucho menos aún ayuda a la comprensión de las causas de la debacle, la afirmación de que ni Menem ni los Kirchner son peronistas.
En cualquier país normal bastaría señalar que tanto Menem como Néstor y Cristina fueron miembros del justicialismo desde el inicio de su participación política, gobernaron en nombre del Partido Justicialista ciudades y provincias, fueron electos legisladores nacionales en sus listas y formaron parte de sus bloques parlamentarios; se candidatearon a Presidente de la Nación en sus boletas y gobernaron el país un cuarto de siglo gracias a una vasta alianza de gobernadores, legisladores e intendentes peronistas, para que se los declare -sin más- peronistas.
Aquí, no. En la Argentina, cuya capacidad de razonamiento lógico ha sido devastada por la tragedia educativa peronista, un animal puede tener trompa de elefante, cuerpo de elefante y colmillos de elefante, pero ser una cebra.
Por sus hijos lo conoceréis, dice la Biblia (sic). Por eso el intento de negar el carácter peronista del menemismo y el kirchnerismo en beneficio de un hipotético peronismo verdadero que siempre está por llegar, es un rasgo exquisitamente peronista: el de apelar a leyendas y relatos para no hacerse cargo, jamás, de la lamentable realidad que un cuarto de siglo de monopolio peronista del poder ha creado.