Son poco conocidos los misquitos. No tienen el cartel de otras comunidades latinoamericanas, como los quechuas, los mayas o los aimaras, pero por lo menos tampoco están en peligro de extinción, como los huaoranis, los kumiau o los hinchas de Racing. Así que lejos andan de quejarse, y con la mejor cara continúan dando vida a su singular cultura.
Habitan el oriente de Honduras y Nicaragua, una zona bendecida por la naturaleza, de suelo fértil, cantidad de árboles para hacer madera y un Mar Caribe repleto de peces y con aires de paraíso. El grupo más populoso reside en el Departamento hondureño de Gracias a Dios. “Eso, gracias a Dios que vivimos acá y no en Afganistán”, exclama uno de sus miembros, mientras le llueven cocos y bananas de los árboles, y un besugo sale del agua caminando y se va a acostar a la parrilla.
El origen del pueblo no está del todo claro, pero se deduce que habría nacido en la época colonial, ya que sus integrantes son mezcla de indígenas y negros. De hecho, una de las teorías indica que la génesis de la tribu se dio cuando un barco colmado de esclavos africanos naufragó cerca de la costa, armándose la pachanga. Ocurre que el territorio de selvas tropicales que ocupan es prácticamente inaccesible (incluso más aislado era hace cuatro o cinco siglos atrás), por lo que no resulta descabellado pensar en la pureza de la amalgama. De un pequeño clan, pasaron a formar aldeas enteras y hasta su propio reino, reproduciéndose a gran velocidad, hijos por aquí, hijos por allá. Y sí, tampoco había tele en la selva.
Hoy, los misquitos serían alrededor de 80 mil. Profesan la fe cristiana (aún se está investigando si la descubrieron ellos solitos o si se la metieron en la cabeza los misioneros enviados por la iglesia católica, con la ayuda de los amenazantes y poco proclives a la diversidad religiosa soldados españoles, no se sabe bien) y viven fundamentalmente de la agricultura, la pesca, la caza y la forestación. Con tantos recursos, a nadie extraña lo variado de su dieta, que incluye mucho arroz, maíz, yuca, banana frita, porotos, carnes de cerdo y de gallina, todo bien fresquito y natural. Por suerte a las grandes empresas de comida rápida todavía no se les ocurrió venir a venderles la Mac Yuca.
Amistad pirata
Aunque la mayoría también se expresa en castellano, los misquitos puros hablan el idioma homónimo. Curioso es que muchas de sus palabras las digan en inglés. Aquello se explica en las buenas migas que este pueblo, acostumbrado a trasladarse por los ríos, hizo con los británicos, quienes llegaban a las costas del Caribe para morder algo de las riquezas del Nuevo Continente.
Otra que Johnny Deep: eran los piratas mandados por la corona uno de sus principales aliados. Los negocios entre ambos grupos iban desde contrabando de mercaderías hasta la venta de esclavos que capturaban de tribus vecinas (las famosas correrías, y no precisamente de Patoruzú).
Con todo, los misquitos tenían muy en claro las verdaderas intenciones de los ingleses, y por eso procuraban mantener la mayor distancia posible. De ellos, de los españoles, de los holandeses, y si por si algún día se les ocurría caer, de los suizos, los checos y los húngaros también.
Emblema del particular es el “Baile del Zopilote”, una antigua danza cargada de significado, cuyo fin era expresar la indignación de los pobladores ante la brutalidad y el aprovechamiento extranjero, y burlarse, reírse de los conquistadores. De ahí que casi siempre, el baile terminaba con un misquito alzando la voz para decir: “Venían dos gallegos y uno le dice al otro…”