Por Julio Bárbaro - Periodista. Ensayista. Ex diputado nacional - Especial para Los Andes
El optimismo y el pesimismo están lejos de ser posturas ideológicas, pero en algún momento se convierten en muletillas molestas que terminan limitando o potenciando a sus portadores. Llevo meses, en parte años, discutiendo sobre dos ejes: el primero, que el kirchnerismo era una enfermedad pasajera de la democracia, y el segundo, que La Cámpora y sus parientes fanatizados no tenían la menor capacidad de molestar después de su segura derrota electoral.
Lo mío era optimismo puro. A veces, hasta me enojaba con tanto encuestador y analista rentado que veía invencible al gobierno a cambio de jugosos beneficios económicos. No hagamos la lista -la mayoría sabemos de qué se trata- pero imaginarlo invencible implicaba renunciar a la misma democracia.
No era tema de encuestas, para cualquier conocedor de la realidad quedaba claro que el ciclo del kirchnerismo en su versión cristinista agresiva no tenía más espacio ni futuro. Tampoco expreso verdades incontrastables, lo cierto es que se ganó por muy poco y que nos equivocamos los que esperábamos que Scioli se expresara como alguien dueño de un pensamiento propio y dejara de ser un simple delegado del autoritarismo imperante.
La ex presidenta y su compañero de agresión a la sociedad, Aníbal Fernández, exageraron el desprecio al votante pensante, llegaron a imaginar que asustar era más productivo que seducir. Y aceptemos que cerca estuvieron de confirmarlo.
Pero lo cierto es que perdieron hasta en la provincia de Buenos Aires y que la enorme multitud que lograron reunir para la despedida era más la expresión de un grupo de poderosos que de un ídolo de multitudes.
Y ahora viene la segunda parte de mi aseveración, la desaparición del kirchnerismo como parte integrante, socio o explotador del peronismo. Tanto Scioli como Cristina son constructores nacidos y criados en el poder y desde el poder. No conocen el llano ni el trabajo del armado de una fuerza política, ambos son herederos de esfuerzos ajenos. Y, además, difícilmente encuentren su lugar fuera del cargo, como desafío desde el llano.
Cristina ni siquiera tiene en sus planes seducir, se imagina con autoridad sobrada como para imponer la obediencia y esa desmesura -sin ocupar un lugar que la sostenga- puede estar más cerca de la demencia que de la historia.
Y finalmente, el peronismo se encuentra en la encrucijada de haber perdido su identidad y correr el riesgo de quedarse sin futuro. Para recuperarse necesita convocar a la renovación, todo al revés del kirchnerismo, que en su voluntad de izquierda resentida convoca a la resistencia, el camino seguro al fracaso.
Resistir es no asumir los errores que condujeron a la derrota, es insistir con el absurdo de sentirse dueños del espacio del bien e intentar aislar al vencedor en el concepto del mal. Fueron tan duros con Macri que le dejaron el margen de aparecer convocando al asombro con el único detalle de recuperar la noción del sentido común. Ellos se van arrastrando la imagen del desorden y la demencia; los que vienen tienen el mismo margen que ayer Menem le obsequió a Kirchner y que hoy el kirchnerismo le obsequia a Macri.
La resistencia es la impotencia de encarar la renovación; al peronismo le queda ocupar el espacio de las ideas, al kirchnerismo apenas el de la nostalgia. Eso implica resistir, convertir la nostalgia en propuesta, el camino más seguro al fracaso. Son un ejército derrotado sufriendo el flagelo de las bajas y las deserciones, un oficialismo autoritario transitando el camino a convertirse en un partidito de izquierda.
El riesgo de jugar con el miedo era este que estamos viviendo; Macri logra convocar no sólo a sus votantes sino también a todos aquellos que se definen por su respeto a la democracia. El kirchnerismo intentó aislar a Macri en la derecha, pero terminó aislándose a sí mismo en el peor autoritarismo.
Cuando sumamos a esto la deserción de los oportunistas queda de sobra claro que su poder fue pasajero, que ni sus candidatos ni sus propuestas tienen vigencia en un futuro. Y eso marca la necesidad de gestar fuerzas políticas alternativas, opciones democráticas que se respeten para ocupar el lugar de los fanatismos supuestamente revolucionarios que son, como el kirchnerismo, las peores opciones del atraso.
Somos una sociedad que entre su esfuerzo y la suerte volvió a recuperar la esperanza. Se fue un gobierno que no resiste una mirada sobre los saqueos a los que habían sometido al Estado. Cada vez que nos muestran los números de sus salarios nos están definiendo el fanatismo de sus convicciones.
La sociedad exige que apoyemos la esperanza que genera el nuevo gobierno, nadie puede negar que le ponen pasión y racionalidad al ejercicio de su función gobernante. Y hay una gran virtud en Mauricio Macri, no hace personalismo, entonces la sociedad siente que vive el logro de un esfuerzo colectivo.
Ni siquiera ha pasado un mes y ya parece que vivimos en un mundo de esperanza. Eso es lo más importante que estamos viviendo; los derrotados se llevaron el miedo, los vencedores nos devolvieron la confianza. Y entre todos estamos asumiendo la importancia de comprometernos con la política.
El año que recibimos tiene todos los elementos como para ponerle pasión a esa consigna a veces formal, hoy más expresiva que nunca. Feliz Año Nuevo.