Mucha gente me pregunta si nací en Mendoza. Sí, soy mendocino de pura cepa. Nací un 16 de marzo bajo el signo de Piscis, para los que creen en los signos, soy un soñador y la veta artística viene por mi signo también.
Mi familia es de Guaymallén, si bien mi madre era de Río Cuarto, Córdoba, y mi papá de San Juan; cuando se casaron vivieron en O’Brien y Mitre, frente a la estación del Estado (hoy Centro Julio Le Parc). Allí tengo pocos recuerdos porque vivimos hasta que cumplí los 6 años y después nos fuimos para Godoy Cruz.
Lo que me acuerdo es que vivíamos prácticamente en un restaurante, uno de los más grandes de Mendoza, en calle Lavalle 45, de ciudad, donde actualmente está la galería Independencia; todo eso era el restaurante La Taberna de Chile. Allí venía Palito Ortega, Leonardo Favio.
Mi padre entró como mozo y después de 30 años pudo comprar el negocio. Les fue comprando las partes a los compañeros porque el dueño decidió cerrar el negocio y se los dio a los que trabajaban allí para evitar juicios. Tenía más de 200 mesas, 30 mozos, show todas las noches, 17 heladeras comerciales.
Me acuerdo que de ahí salieron los hermanos Barrientos, folcloristas. Uno de ellos, Tito, es el padre de Fernando Barrientos (Dúo Orozco-Barrientos).
Con 7 años, desde esa época me pasaba las noches viendo los shows, todas las noches. Dormía una hora, porque entraba a las 8 al colegio. Conocí a Alicia Carbajal, entre otros artistas. Los viernes y sábados se hacía la fiesta de los chilenos.
La de Guaymallén no era casa propia. ¡Increíble! Mi viejo decía que para qué iba a comprar si cuando abría el restaurante, en 20 minutos tenía para el alquiler de todo el mes.
Con ese criterio nunca compró nada. Mal hecho: en ese momento andábamos bien, con la plata que él ganaba hasta podía comprar el cine Ópera (estaba enfrente del restaurante). Pero cuando se fundió creo que lo habrá lamentado.
Nos vinimos a Godoy Cruz, a Figueroa Alcorta 476, cerca de la plaza, al departamentito que mi vieja previsora había comprado con las propinas y lo que juntaba. Ahí vivimos un buen tiempo con mis padres y mi hermano Andrés. Ése fue mi barrio hasta los 19 años y luego conocí a Nancy y me casé con ella.
Primero nos fuimos a una pensión en la calle Avellaneda de Ciudad; compramos los muebles en Venturino (Casa de Remates), después compramos mi primera casita en el barrio Palumbo, detrás de La Casona, en ese entonces.
Y luego adquirimos la casa más cerca de la de mi vieja, en Sargento Cabral 408; para mí era un palacio. Vivimos 18 años en esa casa de 90 metros. No tenía patio, era mixta, con techo de caña y ahí criamos a todos nuestros hijos.
Y como no tenía patio, achiqué un dormitorio, tiré el techo y me hice una churrasquera y un patio de 1,50 de ancho por 4 metros de largo; entrábamos de costado para hacer el asado. No importa, era mi patio.
Un amigo me dijo en esa casa: “Tenés que escribir un libro y plantar un árbol”. Y en eso andamos. Compré un palo borracho, en honor a la buena vida; y el otro día pasé después de 20 años y el árbol está hermoso.
De la calle Figueroa Alcorta me acuerdo de don Vitale, que vivía en Sargento Cabral. Era el Carlitos Chaplin en los desfiles y fiestas de la Vendimia, carruseles y vías blancas. Ese Chaplin era Vitale, con 70 y tantos años se caminaba todo el carrusel.
Cuando era chiquito, él me llevaba a los desfiles.
Eran épocas de fútbol en la calle. Jugábamos con José Luis Valdemoros, empresarios y hoy personas vinculadas al club Godoy Cruz; esos eran mis amigos de chiquitos. Valdemoros, Medina, Gutiérrez, gente que ahora está en la Cooperativa Eléctrica Godoy Cruz también.
El zanjón (Cacique Guaymallén) era nuestra Costa Azul. A la altura de la Coca Cola se había hecho un pozo donde se habían ahogado varios pibes y mi mamá me decía: “No te bañés ahí”, pero íbamos igual. Era chocolate el agua, pero para nosotros era una cosa de locos. Había yuyitos y nada más. Jugábamos a las figuritas, a la mosca.
Frente a la casa estaba Don Escalante y él compró la primera pileta, anterior a las Pelopincho. Era una Lonamar y tenía un Renault Gordini rojo flamante. Llegaba a las 3 de la tarde de trabajar y estábamos esperando en la puerta con el toallón en la mano.
Eramos 10, pero el hombre dormía la siesta y al hijo, Enio, le decía: “Cinco entran, los diez no”. Y salía a la puerta y elegía a los que no habían entrado el día anterior. Los que entrábamos parecía que estábamos en Camboriú y me acuerdo que nos decía el padre: “Jueguen en el agua, pero el primero que grite, se va”.
Y así era, estábamos a los ademanes, éramos mimos en el agua. Tardes de mate en la vereda entre los vecinos.
La primaria la hice en la escuela Rawson y yo era el encargado de poner el Himno en los actos. Teníamos un tocadiscos, un wincofon. Me acuerdo una vez cuando una de las maestras se había comprado un disco del Pata Pata, de Miriam Makeba, y lo dejó ahí, junto al disco del Himno y Aurora.
Me equivoqué de disco y los 400 alumnos izaron la bandera al ritmo del Pata Pata. Daniel Collado, el ingeniero Gioia y el bodeguero Walter Bressia son otros amigos y compañeros de la escuela.
Con Nancy nos conocimos en el colegio Belgrano, el secundario. Yo era el encargado de organizar todos los actos para la escuela, hacíamos obras de teatro. Para una fiesta de la primavera, el director de ese entonces, Francisco Nadal, me dijo que teníamos que encargarnos de hacer la obra Romeo y Julieta.
“No, no quiero encargarme”, le dije. “Vení, conocé a Julieta”, me dijo. Y apareció “La Gallega” con 17 años. Cuando vi a la rubia me dije: “Mamá, con ésta yo hago lo que sea”. Tenemos cuatro hijos profesionales y ya cumplimos 40 años juntos; no me fui de Mendoza justamente para mantener la familia.
Soy un agradecido, porque he tenido una infancia muy linda. Dios me dio todo, pero tuvimos que trabajar mucho los primeros años, a los 20. Desde el día que pusimos el primer quiosco, tuvimos muchos quioscos, me pasé 14 años sin descansar un día. Tenía un Citroën 2cv y a las 5 de la mañana iba a buscar a mi mamá que también tenía un quiosquito en Colón y Leguizamón.
Nos íbamos hasta Cantón, distribuidora de revistas, pasábamos por el diario Los Andes, por Primitivo de la Reta, y sacábamos el paquetito con los diarios. Todos los días nos íbamos con el termito y el mate. Dejaba a mi viejita en su quiosco y yo me iba al mío, que estaba en el Centro, en Patricias Mendocinas 634, mi primer quiosco.
Fueron 14 años sin festejos. Sin un día de recreo. Era luchar, luchar, trabajar mucho. Tuvimos quiosquitos en San Martín Sur 640, en Beltrán y Juan B. Justo, con un señor Giménez; en Paso de los Andes y Armani tuvimos una fiambrería. Mis quioscos tenían de todo: diarios revistas, zapatillas aceitunas, hilo negro.
En varios momentos la pasamos mal económicamente. Me acuerdo que a principios de los ‘80, en las primeras fiestas de la cerveza que se hacían en la plaza de Godoy Cruz, Armando Sosa, gerente de la cervecería, tenía a cargo los puestos y le dieron uno a Don Grappa, amigo mío.
Y mientras él vendía empanadas, porque había llevado un horno, yo ofrecía las cosas de mi casa: juegos de té, bandejas, cuadros, de todo vendimos porque teníamos que comer. Esa noche vendí todas las cosas de mi casa y al otro día nos dieron un puesto y nos pusimos a vender papas fritas.
Nos vestimos de payasos con mi señora. Éramos Papa y Frita y con lo que ganamos pusimos un restaurancito frente al cine Plaza y ganamos muy bien; en 15 días hicimos lo que habíamos ganado en dos años.
Después empezamos a vender choripanes en el Speedway en las canchas, en el estadio. Allí conocí a Julio Iglesias, a Joan Manuel Serrat, entre otros grandes artistas.
En la casa de un amigo, Daniel Levy, nos juntamos con otros amigos, me puse a contar cuentos y después de esa noche me ayudaron a pagar el pasaje a Finalísima del Humor, que conducía Leonardo Simons, donde gané los 1.000 dólares de premio en el ‘86.