Sonrientes, cuentan que su proyecto comenzó hace más de 10 años, cuando todavía eran novios e imaginaban un futuro en el que pudiesen autoabastecerse de una manera saludable y al mismo tiempo cuidar la naturaleza. Querían encontrar una forma distinta de vivir en un mundo donde el estrés es el mal general y el consumo, una regla casi indiscutida para satisfacer las necesidades.
Hoy, Eugenia Martínez (37) y Marcos Neirotti (36) confirman que las utopías se pueden concretar cuando las moviliza una esperanza genuina de cambio. A base de mucho esfuerzo, transformaron las malezas en tierra fértil, investigaron nuevas maneras de cultivar y poco a poco, lograron forjar los cimientos de un hogar donde la vida se hace presente en cada rincón.
Cruzar el portón que separa a su casa de Corralitos (Guaymallén) del resto del mundo es un aprendizaje para cualquiera que visita este terreno de algo más de una hectárea, donde el verde de los frutales parece entremezclarse con los tonos amarronados de brotes en crecimiento o los azulinos de las plantas aromáticas que crecen en coloridos canteros hechos de adobe, botellas y nylon reutilizado.
Marcos, que es ingeniero en sistemas, cuenta que la postal que ahora ofrece el terreno en el que viven es muy diferente a lo que fue hace una década, cuando decidió comprarlo a su padre. “Todo esto era puro yuyal”, dice mientras repasa con la mirada las arboledas.
Sabíamos que lograr nuestro objetivo nos iba a llevar un gran esfuerzo. Así fue como casi sin nada nos vinimos, nos instalamos y empezamos a limpiar para plantar”, recuerda. Eugenia completa la idea: “Fue todo un aprendizaje. Primero fueron algunos árboles que se nos secaban, después 15 tomates y como no resultaba, seguimos investigando y probando hasta que veíamos resultados”.
Hoy, en la finca biodinámica de esta pareja y sus tres hijos nada parece faltar para vivir: a los 80 árboles cuyos frutos son utilizados para consumo familiar y producción de mermeladas caseras, se suma una granja con ovejas, faisanes, patos, gansos, gallinas y caballos; una colmena donde producen miel; y el invernadero construido por ellos mismos para el cultivo de brotes aeropónicos y forrajes de gramíneas.
Allí, además se producen semillas que son germinadas para consumo. Girasol, amaranto, chía, rúcula, repollo, alfalfa y lentejas forman parte de la variedad de cultivos sobre los cuales Eugenia y Marcos se han vuelto expertos y que venden en restaurantes locales.
Hasta cuentan con variedades únicas en la provincia, como acelga roja y amarilla o mostaza de Japón: “Hace varios años mandamos a pedir esta semilla y desde entonces la producimos", relata Marcos.
Alternativa sustentable
Ahora su idea es posicionar los cultivos aeropónicos y el consumo de brotes en la provincia. Se trata de un sistema que no requiere grandes extensiones de tierra y que reproduce los alimentos en cantidades abundantes. Por eso, es recomendable para situaciones donde la comida escasea y debe ser administrada a conciencia entre personas y animales. “En catástrofes naturales como las inundaciones o lo sucedido tras la erupción del volcán Calbuco este sistema de cultivo es altamente efectivo para optimizar los recursos”, asegura Marcos.
Con el conocimiento que ha logrado a lo largo de más de una década, Marcos ejemplifica que en 7 u 8 días es posible multiplicar por diez el peso de una cantidad determinada de cebada, avena, trigo o maíz, algunos de los tantos productos que trabajan en su terreno.
Entre los beneficios de los cultivos aeropónicos -explica Eugenia, que es bromatóloga- se destaca que son alimentos que se obtienen de manera rápida y si se utilizan adecuadamente en la cocina, el brote tiene una mayor cantidad de nutrientes, ya que éstos permanecen inhibidos mientras el cultivo está contenido en la semilla.
Además, esta clase de cultivos (ver infografía) requieren de la utilización de menos agua y de espacio, pero también pueden crecer en cualquier ambiente, siguiendo las pautas de higiene y conservación adecuadas a cada cultivo.
En armonía con el ambiente
Buscando experimentar formas de alimentarse más sanas, Marcos y Eugenia indagaron sobre otros recursos no tradicionales para generar alimentos. Por eso cuentan con una huerta 100% orgánica y biodinámica, es decir, que aprovecha todos los beneficios que brinda la naturaleza, como el agua, el calor y la luz del sol, las diferentes estaciones e incluso las fases lunares, que influyen de manera distinta en cada cultivo.
“Para poder avanzar en nuestro emprendimiento llevamos adelante muchas investigaciones para resolver los problemas que se nos iban presentando. Fue un camino permanente de prueba y error”, explica Eugenia. Hoy, la pareja compartirá esa experiencia durante la charla “La Revolución de los brotes”, a las 16 en el Green Market.
Sobre la mesada del comedor donde la familia almuerza y cena platos elaborados con los mismos productos que cosechan, reposan grandes frascos con brotes y mermeladas caseras de tomate recientemente envasadas.
Si de aprovechar la totalidad de lo producido se trata, Eugenia y Marcos son especialistas. “Con esto fabricamos los soportes de los canteros. Les enseñamos a nuestros hijos a depositar acá todo lo que sea nylon y plástico. El resto de los desechos los separamos para reciclarlo”, comenta Marcos mientras pone sobre la mesa un envase PET rellenado con bolsitas de supermercado.
Los restos de vegetales, como las cáscaras, son usados para fabricar compost y también para alimentar a los animales de la granja. En las noches frías, los cartones que quedaron del día se transforman en calor dentro del fogón. “La idea es que todos los materiales vuelvan a la naturaleza de la manera más sustentable posible”, dice Eugenia mientras sirve un mate.
Y Marcos confiesa que desde el principio los motivó la necesidad de alcanzar el sueño de autosustentarse y brindar otra calidad de vida a sus hijos. “Queremos que aprendan que el mundo es uno solo y que cada uno de nosotros es quien debe hacer la diferencia para protegerlo”, reflexiona.