Los Lobos Kiko (1996, Warner)

Los Lobos Kiko (1996, Warner)

Seguro que los conocés, que bailás su versión de “La Bamba” en todos los casamientos a los que te invitan. Ese batacazo fue en el ‘87. Gracias al cine también te serán familiares: sus temas suenan en películas como “Toy Story”, “Desperado”, “Los reyes del mambo” y más.

Pero Los Lobos son muchísimo más que eso. Son, desde la perspectiva musical, la más purísima identidad chicana.

El quinteto -compuesto por hijos de inmigrantes mexicanos- es tan dúctil, refinado en sus arreglos y elegante en sus composiciones, que merece que toda su colección de canciones forme parte de la tuya.

Sin embargo, dejaremos atrás los exquisitos apuntes que han hecho a la música popular mexicana para centrarnos en este álbum: “Kiko”.

Con este disco Los Lobos construyen su bien ganado podio del buen rock. En él suena la inspiración que antes fraguaron con los cruces de tex-mex, blues, cumbia, country, boleros, son jarocho, folk o rock; y nos hace vibrar a pura rítmica de guitarras tensadas a púa, incursiones en climas distorsivos, y ‘ruiditos’ pegadizos.

Sí, la producción de estudio (Mitchell Froom) de “Kiko” nos da otro motivo para quererlo atesorar. Allí están los Beatles. También esa canción rasposa del cabaret jazzero; el calor de la herencia latina y la moderna elegancia de las nuevas tecnologías. Así de interesante y complejo es “Kiko”.

Pero la música no es la única dimensión a rescatar en el álbum. Los Lobos no olvidan su origen y ponen a funcionar, aceitadamente, una poética en sus letras que no desoye los asuntos de su propia comunidad: el maltrato infantil, la situación de los inmigrantes de los barrios californianos, el alcoholismo y hasta la muerte.

Sólo pruebas son canciones estupendas como “Two Janes” (inspirada en el suicidio de dos hermanitas en Milwaukee), “Whiskey trail” o “When the circus come”.

Retrocedamos. Vamos a 1973. Situémonos en un garage de Los Ángeles, donde cuatro pibes chicanos se juntaban para poner en común sus exploraciones sonoras. Ellos eran Louie Pérez, Conrad Lozano, David Hidalgo y César Rosas.

Y encontraron la forma: armaron un quinteto, que sumó a Leroy Preston, y jugaron paralelamente a dos aguas; el folclore tradicional del norte mexicano y los ritmos yankis que suenan en California.

El primer disco fue en español, es una preciosura que se llama “Just another band from East L.A”. Es del ‘78 y fue suficiente para que Los Lobos comenzaran a construir el mito chicano que, cerrando los ojos, nos trae a la mente cualquier buena escena de los westerns de Tarantino.

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