Un rugido dorado estremeció la noche de Deodoro: "Los Leones" del hockey argentino coronaron ayer su semana mágica en Río de Janeiro con un título olímpico tan histórico como impensado al vencer por 4-2 a Bélgica en la final.
El seleccionado dirigido por Carlos Retegui entró en la historia grande del deporte argentino al lograr un oro que pocos hubieran imaginado hace cuatro años, cuando el equipo terminó décimo en Londres 2012. O en Pekín 2008, donde ni siquiera clasificó.
Pero comandado por una nueva generación que ya había mostrado sus credenciales con un tercer puesto en el Mundial de 2014 y que venía exhibiendo un progreso vertiginoso, el hockey masculino de Argentina alcanzó hoy lo máximo.
"Al equipo se le veía en los ojos. Tenían sangre en los ojos, sangre blanca y celeste", dijo Retegui, el líder de una manada voraz. "Creo que el equipo es un merecido campeón olímpico. Jugamos con los mejores y hoy jugamos la final de una manera muy inteligente. Esto es un premio para todo el deporte argentino", señaló.
El triunfo marca el tercer oro argentino en Río tras los obtenidos por la judoca Paula Pareto y los regatistas Santiago Lange y Cecilia Carranza. A ellos se suma la plata de Juan Martín del Potro en el tenis, lo que da forma a la mejor actuación de Argentina en unos Juegos desde Londres 1948.
El equipo liderado por Retegui, que logró su segunda medalla consecutiva tras la plata obtenida con el combinado femenino en Londres 2012, consiguió además el título que tan esquivo fue para las laureadas "Las Leonas".
Ese equipo que fue referencia máxima del hockey argentino en los últimos años y a cuya sombra estuvieron los hombres. Hasta ayer.
Los jugadores, emocionados, apenas podían contar sus sensaciones tras el encuentro. "Esto es la gloria, lo es todo. Es el premio a este gran equipo de jugadores, a este cuerpo tecnico, a todos los jugadores que alguna vez estuvieorn acá", dijo Lucas Rossi.
"Lo merecemos, creo que somos el equipo que mas entrenamos y mas crecimos en el ultimo tiempo", añadió Matías Paredes, en muletas tras la fractura del pie que le hizo perderse la final.
Y Gonzalo Peillat, el letal ejecutor de córners cortos y máximo goleador argentino en Río con once tantos, se mostraba orgulloso por la gran final disputada.
"Lo que veníamos a buscar eran ocho partidos, este equipo desde el inicio siempre soñó con ocho partidos y hoy lo cumplimos. Hicimos una final impecable", indicó Peillat, autor hoy de un gol y una brillante asistencia.
En la primera final olímpica para ambos, Argentina mostró personalidad para revertir un inicio adverso y terminar gozando junto a un público en un Centro Olímpico de Hockey que vibró al ritmo albiceleste.
Es que la jornada no podía haber comenzado peor para el conjunto argentino. No se habían cumplido aún los tres primeros minutos de juego cuando el conjunto belga se adelantó bajo el cielo amenazante de lluvia en Deodoro.
Tanguy Cosyns logró desviar un lanzamiento desde afuera del área y encontró desprevenido al veterano arquero Juan Manuel Vivaldi, que no pudo reaccionar a tiempo para evitar el gol.
El público belga, en franca minoría, se levantó entonces de sus asientos ante el silencio albiceleste. Y el panorama más temido se hacía realidad para Argentina.
No sólo por el gol, sino porque no conseguía hacer pie ante un conjunto belga que le atoraba todos los espacios. Tensos, los jugadores sudamericanos se mostraban desconectados y erráticos y no lograban hilvanar dos jugadas seguidas a ras del piso.
Sin embargo, los belgas tampoco eran una aplanadora y poco a poco los argentinos comenzaron a igualar el encuentro. Y así llegó la primera ocasión de riesgo para los albicelestes. Agustín Mazzilli encontró una buena bocha en el área y tras generar el espacio lanzó un fuerte disparo de revés que contuvo el arquero Arthur van Doren.
Y poco después, a los 12 minutos de juego, llegó el primer córner corto del partido, gritado como si fuera un gol por el público argentino. Peillat se acercó al área y desenfundó la vaina. Pero en una jugada maestra, cedió la bocha por atrás de la espalda a Pedro Ibarra, el capitán, que definió sólo frente al arquero.
El gol llenó de confianza a Argentina, que comenzó a circular con más fluidez la bola. Y como el noqueador que fue en semifinales ante Alemania, el combinado argentino dio un fulminante segundo golpe a los belgas apenas tres minutos después. Ignacio Ortiz encontró una bocha suelta en el área tras un mal control belga y conectó al fondo del arco para desatar otra explosión en las gradas mientras Retegui pedía calma en el banco.
Bélgica reaccionó y a punto estuvo de empatar en la última jugada de un vibrante primer cuarto. Y en el arranque del segundo parcial consiguió sus dos primeros cortos, pero sin la misma efectividad que su rival: uno se fue desviado y el otro tapó fenomenalmente Vivaldi.
Argentina, por el contrario, castigaba en cada oportunidad que se le presentaba. Así fue que llegó el segundo córner y el segundo gol por esa vía. Esta vez, Peillat ejecutó él mismo su venenosa arrastrada y, con algo de complicidad del arquero, celebró el 3-1.
En un vendaval de diez minutos, el partido había cambiado por completo e incluso pudo haberse ido al descanso con un cuarto gol de no haber sido por el arquero belga.
Argentina estaba a las puertas de la historia, pero aún faltaba un tiempo entero. Una eternidad. Sobre todo porque el conjunto albiceleste se dedicó a esperar en el tercer cuarto y cedió la iniciativa a los belgas, que se convirtieron en dueños absolutos del partido. No sorprendió entonces que llegara el gol de Gauthier Boccard con un fulminante palazo tras una buena maniobra en el área.
La emoción y tensión eran máximas en el último cuarto. Pero el equipo albiceleste se convirtió en una muralla, durmió el partido y con suma autoridad y oficio aguantó los embates belgas -que contaron con varios córners cortos- antes de cerrar el encuentro con un tanto de Mazzilli con el arco ya vacío ante la salida del portero rival. Entonces, sí, se desató por completo la locura argentina en Deodoro.