La guerra que se libra en Gaza es un conflicto de perdedores. Como ha sucedido invariablemente en los capítulos anteriores de esta larga letanía, la crisis nuevamente acaba enterrada en un pantano sangriento. No es el número de muertos ya en niveles de masacre en el caso de los gazatíes lo que puede indicar alguna victoria. Más bien lo contrario. La culpa colectiva es una fórmula peligrosa y con tendencias de bumeran. De Gaulle recomendaba que al enemigo no hay que aplastarlo sino convencerlo de que ha perdido.
Esta deriva se agudiza porque los duros de ambos bandos se niegan a desarmar la arquitectura que hace posible este conflicto. Esa trampa se desmontaría a través de una solución compartida para la histórica crisis palestina a través de la instauración de dos estados. Tanto los halcones de Hamas, dueños del poder en la Franja, como sus socios circunstanciales en el otro bando, el fundamentalismo político y religioso israelí, coinciden en cerrar ese camino.
El horno que mantienen encendido y en el que se complementan postula que un solo pueblo debe perpetuarse en esas tierras y no dos como dispuso la partición de 1947. Ese es el origen y el final de toda esta tragedia.
Entre los grandes derrotados figura el débil gobierno pro-occidental de Cisjordania, la autoridad palestina presidida por Mahmud Abbas, que no ha logrado meter en caja a sus adversarios internos de la Franja.
Pero también en la lista de perdedores se debe incluir el liderazgo del premier israelí Benjamin Netanyahu, que tanto ha llevado como dejado llevar a su país a un innecesario callejón.
Las internas dentro del submundo de ambos bandos explican mucho más las razones para la actual guerra -asimétrica, pero guerra concreta-, que se libra en Gaza. La organización Hamas venía perdiendo pie en sus propias bases debido al desastre social por el deterioro abismal de la economía en la Franja. El grupo gobierna ese territorio desde 2007, cuando logró una victoria electoral contundente al convertir en triunfo propio el retiro unilateral que dispuso el entonces premier israelí Ariel Sharon del puñado de colonos judíos que vivían en esa región.
Hamas es una organización islámica autoritaria con formato fascista que, como todas estos grupos, utiliza la religión como herramienta de control social. Uno de sus peores derrapes es que ha gobernado de manera torpe agravando las calamidades que genera el sitio implacable que mantiene Israel sobre ese territorio. Ahora, esta guerra le ha permitido retomar centralidad y fortalecerse en su ambición de desplazar a Abbas para concentrar el liderazgo de todo el universo palestino. Por eso también, en otra coincidencia remarcable con los halcones del lado israelí, reniegan de la unidad política de los dos territorios pactada este año.
En ese sentido, se podría sostener que el paso militar de Israel ha sido políticamente torpe, porque cargó de imágenes de horror al mundo y en su contra sobre la ofensiva, fortaleció a sus enemigos y generó una publicidad sin precedentes sobre las angustias cotidianas de los gazatíes en esa prisión gigante que es la Franja. Aunque parte de eso es cierto, la cuestión es mucho más complicada.
Como se sabe, este conflicto se disparó no debido a los rutinarios lanzamientos de cohetes por parte de los extremistas, no sólo de Hamas, sino por el asesinato racista de cuatro jóvenes, tres israelíes y el otro, palestino. El gobierno de Netanyahu culpó a la organización islámica de los primeros tres asesinatos que se produjeron en una zona de control absoluto israelí en Cisjordania. La organización integrista negó, sin embargo, esa responsabilidad. Pero el episodio estimuló la interna política en el gobierno de Israel.
Los rivales del halcón Netanyahu, los ministros más duros encabezados por el canciller Avigdor Lieberman, vieron la oportunidad de imponer una agenda que plantea la toma total de la Franja, un asalto rotundo y al precio que sea para demoler el sueño palestino, bendecido por las potencias mundiales, para generar su Estado. También detrás de ese golpe estaba la intención de desbaratar aquella unidad palestina, que Hamas había aceptado obligado por la crisis social en la Franja.
Uno de los socios de Lieberman es un ministro que representa al medio millón de colonos de Cisjordania. La densidad de esa población es tal que pone en duda la posibilidad geográfica para construir el país ausente. Cualquier pretexto se ha saldado siempre con la construcción de más viviendas en esa tierras, acorralando a los palestinos. El problema hoy es que los autores de esta ofensiva no midieron riesgos y de un momento al otro descubrieron que Hamas, como ha explicado el veterano especialista de la CNN en la región, Ben Wedeman, devino en un enemigo mucho más endiablado de lo que se suponía.
Al revés de la actitud estática y débil que exhibieron esas milicias en las incursiones anteriores, “los combatientes de Hamas -dice Wedeman- aparecen mejor entrenados, con nuevas aptitudes para la batalla que no creo que Israel haya previsto”. Eso en parte explica, entre otras circunstancias, las bajas de una treintena de soldados israelíes en su mayoría oficiales. Todo el episodio recuerda a la segunda guerra del Líbano que lanzó en 2006 el entonces premier Ehud Olmert contra el grupo Hezbollah. Aquel conflicto se hizo con malos cálculos y sin información adecuada sobre el enemigo y acabó en un estentóreo fracaso para Israel.
Olmert, que era el segundo de Sharon cuando el premier sufrió un ataque del cual nunca se repuso, necesitaba una oportunidad para demostrar que el sillón le quedaba. Y Hezbollah se la entregó tras la captura de dos soldados israelíes. Pero las cosas nunca sucedieron como se esperaba y se demoró más de un mes para apagar ese incendio.
Generar hoy una tregua en Gaza tiene la dificultad similar de que se ha construido una trampa. Para salir de ella habría que hacer concesiones. Netanyahu quizá prefiera hacerlo pero difícilmente lo acepten sus socios en el gabinete que miran su sillón. Por eso EE.UU. presiona con cautela a Israel porque si se excede caería el gobierno con consecuencias aun peores que las actuales. Este círculo sólo se rompería con Israel auspiciando el Estado palestino, lo que dejaría sin sustento a los halcones de ambos lados. Pero son ellos los que están a cargo.